Elia María emotiva
Del Valle tu madreperla
Voluntaria cautiva
De Plasencia, su perla.
Expresiva en el gesto
De Elías variante
En cruce de contexto
Y obstinación perseverante.
Elia, orlada de blanco
Sin papeles en su discurso
Azote de sus flancos
Venial denuedo en su concurso.
De blanco su semblante
Cortinas de negro radiante
Que abren su diestra anhelante
Ante una Plasencia expectante.
Senadora y alcaldesa
De la ciudad dadivosa
Ella, su primera señora
Primor de su plaza en turquesa.
Alta como una espiga
Valiente en plaza expresiva
De horizontes tan anchos
Que su mirada no agavilla.
Plasencia es ella,
Dominio y señora
Presente y futuro
Cuyo destino atesora.
Contra tirios y troyanos
Lanza su palabra a los vientos
Que Plasencia es muy suya
Y alienta aires victorianos.
En primavera florida
Hubiste la vara de mando.
Da más luz a la amanecida
Capitana de tus comandos.
Elia valiente, María sufrida;
Blanco de miradas incandescentes
Barbero de la faz indefinida
Piloto de la ciudad placiente.
sábado, 26 de abril de 2008
lunes, 21 de abril de 2008
Antes el cielo que la tierra
Quizás habría soñado toda su vida con aquel pisito y su paisaje. Tres largos años esperó para tomar posesión del refugio en el que pasó varias décadas, posiblemente hasta su muerte. Pasarían el noviazgo y los primeros años de casados, de alquiler, pagando las dos moradas y sin ninguna propia.
Cada mañana, antes de ir al trabajo, visitaba aquella obra que se levantaba en las afueras de la ciudad Apenas la veía crecer mientras sus cuentas menguaban. No parecía ascender la obra hacia el cielo en un barrizal encharcado en aquellos tiempos lluviosos.
Por fin, un día de febrero, pudo trasladarse a la vivienda que tanto había soñado y que hipotecaría su vida durante un quinquenio de luces, en los mejores años para vivir y disfrutar con la familia. Ignoraba entonces las dificultades que hubieren los jóvenes treinta años después, aun con hipotecas más baratas.
Durante casi treinta años pudo disfrutar de un enorme paisaje, de una tierra antes virgen de ladrillos y colmenas para vivir. Tras la puesta de sol, en las tardes y noches de primavera y verano, podía ver a lo lejos las estaciones, las atracciones del ferial, la gente que iba y venía; el fluir de vehículos por la carretera, ya calle en la ciudad, por la que tantas veces se acercaría hasta Mérida. Noches de horizontes sin límites, de pensamientos evasivos, mientras admiraba una naturaleza rendida a sus pies, en la que alguna vez no faltaron las ovejas que pastaban en el descampado, las hogueras por san Jorge, los juegos de los niños en un parque inexistente; las luces del ferial a lo lejos; la cohetería anunciadora y de clausura de ferias…
Poco a poco, el horizonte fue cerrándose a la vista. Cada nuevo edificio cercenaba una parte del paisaje; cada altura, una porción más de la tierra. Tan sólo le quedaba la montaña de enfrente, su montaña. Las afueras de la ciudad se convertían ya en el centro mismo de la vida ciudadana. Los promotores no vendían ya la vivienda por sus calidades, sino la calidad de un paisaje para disfrutar donde lo hubiere. La visión de la tierra cambiaba por la del cielo. Antes el cielo que la tierra; pero, ¿quién miraba al cielo sino para ver algún helicóptero que lo sobrevolaba, o las aves que al amanecer se dirigían a sus comederos y al atardecer a sus dormitorios naturales?
Quizá por última vez, antes que las alturas del sexto piso de enfrente se levantaran y le ocultaran su admirada montaña, recordaría cómo el paso del tiempo convertía un terreno antes pedregoso en colmenas para vivir, para ver sólo el cielo antes que la tierra, donde los niños, como los pájaros, solo podrían salir de casa y regresar a ella tras asistir al colegio mirando al cielo y no una tierra asfaltada sin patio alguno para jugar. Todo asfalto y coches, para vivir en los cielos, sin estar en ellos; en una tierra sin pisarla y disfrutarla, como si hubiéremos de ganarnos el cielo antes que disfrutar y amasar la tierra con el sudor de nuestra frente, porque ya no se suda en la tierra: se suda para vivir en los cielos sin ver la tierra. Memento de vivos sin ser aún difuntos en la estación término de la tierra; allá, en el huerto de cruces, donde los cipreses se alzan como lanzas al cielo, también absorbido ya por la ciudad, buscando el cielo en los cielos de la ciudad expandida en un horizonte ya cercenado.
Cada mañana, antes de ir al trabajo, visitaba aquella obra que se levantaba en las afueras de la ciudad Apenas la veía crecer mientras sus cuentas menguaban. No parecía ascender la obra hacia el cielo en un barrizal encharcado en aquellos tiempos lluviosos.
Por fin, un día de febrero, pudo trasladarse a la vivienda que tanto había soñado y que hipotecaría su vida durante un quinquenio de luces, en los mejores años para vivir y disfrutar con la familia. Ignoraba entonces las dificultades que hubieren los jóvenes treinta años después, aun con hipotecas más baratas.
Durante casi treinta años pudo disfrutar de un enorme paisaje, de una tierra antes virgen de ladrillos y colmenas para vivir. Tras la puesta de sol, en las tardes y noches de primavera y verano, podía ver a lo lejos las estaciones, las atracciones del ferial, la gente que iba y venía; el fluir de vehículos por la carretera, ya calle en la ciudad, por la que tantas veces se acercaría hasta Mérida. Noches de horizontes sin límites, de pensamientos evasivos, mientras admiraba una naturaleza rendida a sus pies, en la que alguna vez no faltaron las ovejas que pastaban en el descampado, las hogueras por san Jorge, los juegos de los niños en un parque inexistente; las luces del ferial a lo lejos; la cohetería anunciadora y de clausura de ferias…
Poco a poco, el horizonte fue cerrándose a la vista. Cada nuevo edificio cercenaba una parte del paisaje; cada altura, una porción más de la tierra. Tan sólo le quedaba la montaña de enfrente, su montaña. Las afueras de la ciudad se convertían ya en el centro mismo de la vida ciudadana. Los promotores no vendían ya la vivienda por sus calidades, sino la calidad de un paisaje para disfrutar donde lo hubiere. La visión de la tierra cambiaba por la del cielo. Antes el cielo que la tierra; pero, ¿quién miraba al cielo sino para ver algún helicóptero que lo sobrevolaba, o las aves que al amanecer se dirigían a sus comederos y al atardecer a sus dormitorios naturales?
Quizá por última vez, antes que las alturas del sexto piso de enfrente se levantaran y le ocultaran su admirada montaña, recordaría cómo el paso del tiempo convertía un terreno antes pedregoso en colmenas para vivir, para ver sólo el cielo antes que la tierra, donde los niños, como los pájaros, solo podrían salir de casa y regresar a ella tras asistir al colegio mirando al cielo y no una tierra asfaltada sin patio alguno para jugar. Todo asfalto y coches, para vivir en los cielos, sin estar en ellos; en una tierra sin pisarla y disfrutarla, como si hubiéremos de ganarnos el cielo antes que disfrutar y amasar la tierra con el sudor de nuestra frente, porque ya no se suda en la tierra: se suda para vivir en los cielos sin ver la tierra. Memento de vivos sin ser aún difuntos en la estación término de la tierra; allá, en el huerto de cruces, donde los cipreses se alzan como lanzas al cielo, también absorbido ya por la ciudad, buscando el cielo en los cielos de la ciudad expandida en un horizonte ya cercenado.
miércoles, 16 de abril de 2008
El Estatuto como motor de cambio en los medios
El Estatuto de Autonomía de Extremadura, aprobado por la Ley 1/1983, de 25 de febrero, supuso no solo sentar los pilares del futuro de la región con su autogobierno, sino también un motor de cambio en la mentalidad de los extremeños, de su sentir, de su quehacer y de su hacer.
El Estatuto impulsó el cambio de una mentalidad pueblerina y provinciana a una mentalidad de región; del localismo al regionalismo; de Extremadura, dos: Cáceres y Badajoz, a Extremadura, una; de ser ciudadanos de un pueblo, ciudad o provincia, a ser ciudadanos de una región o comunidad autónoma; de un sentimiento de vergüenza escondido por nuestro origen a otro de dignidad por la patria chica, expandida en sus horizontes.
Los extremeños nos considerábamos antes de nuestro pueblo que de la región; antes españoles que extremeños; antes cacereños o pacenses que miembros de una comunidad física llamada Extremadura que, si bien era una realidad en el mapa de España, no existía como tal en nuestra conciencia de pueblo.
La celebración de las primeras elecciones democráticas a la Asamblea de Extremadura, el 8 de mayo de 1983, y la constitución de la Asamblea el 21 del mismo mes, y la Ley del Escudo, Himno y Día de Extremadura, de 21 de mayo de 1984, supusieron el inicio de un cambio de mentalidad que, poco a poco, fue calando en la sociedad extremeña que comenzó a sentirse como tal y a despojarse de los prejuicios que la ataban al pasado.
Este cambio llegó también sobrevenido a los medios informativos que entonces operaban en la región que, en su mayoría, pasaron del localismo o provincianismo al regionalismo, de la imprenta al ordenador, del audio al video con audio, del télex al fax, del teléfono a la videoconferencia, de las noticias atrasadas a la inmediatez que siempre tuvo la radio y que hoy asumen los periódicos impresos y digitales.
Al aprobarse en 1983 el Estatuto de Autonomía de Extremadura, el diario decano de la región, El Periódico Extremadura, cumplía 60 años, anclado aún en las viejas linotipias, que no abandonaría hasta 1986, en que se convierte en regional y pasa al offset con la utilización del ordenador. El “Extremadura” era, entonces, un periódico local, más que provincial. El “Hoy” cumplía 50 años y asumía, en tamaño tabloide, un regionalismo de información escasa, breve y tardía. Convivían en aquel tiempo varias emisoras que se acercaban más a un proyecto regionalista inexistente: RNE, creada en Cáceres a principios de los 70, que tejió una red de corresponsales que ofrecían ya un informativo regional; Radio Cadena Española (REM-CAR, Red de Emisoras del Movimiento, Cadena Azul de Radiodifusión), absorbida pronto por RNE; la SER y la COPE, y poco más, en una Extremadura rural que ponía más atención a los seriales radiofónicos y a las dedicatorias de discos que a una información que no llegaba a los pueblos.
La Asamblea de Extremadura aprueba el 6 de junio de 1989 la Ley del Consejo Asesor de RTVE en Extremadura. El 28 de julio del mismo año se firma el convenio para la creación del Centro Regional de TVE en Extremadura, que se inaugura el 6 de septiembre. ¿Qué ofrecía antes TVE de Extremadura?: noticias de sus corresponsales que llegaban a Madrid por correo con varios días de retraso, redactadas a vuelapluma por el redactor más cercano al cámara de turno.
Si hasta el advenimiento de la democracia las emisoras privadas no pudieron tener informativos propios –reducidos a los partes oficiales de RNE hasta entonces--, cómo extrañarse de la voz de un locutor oficial del antiguo régimen que el 30 de junio de 1963 instaba desde el “parte” de las 14.30 horas a todas las emisoras “a conectar con nuestra red para efectuar dicha retransmisión”, con ocasión de la ceremonia de coronación del papa Pablo VI.
La Constitución modernizó España y puso a España en el mundo; el Estatuto de Autonomía de Extremadura nos situó en el mapa de España, y a los medios informativos extremeños en el “inexistente” mapa de Extremadura en España.
Al presentar mañana en la Asamblea de Extremadura su Anuario, la Asociación de Periodistas de Cáceres, que acoge a más de un centenar de profesionales en su seno, se adhiere al espíritu del Estatuto que modernizó Extremadura y que sirvió también como motor de cambio para los medios informativos que reflejan su cotidianeidad. Es un reconocimiento a la Cámara de representación del pueblo extremeño, que la Mesa y su presidente, Juan Ramón Ferreira, han tenido la sensibilidad de aceptar con un espíritu que nos identifica en un mismo propósito.
El Estatuto impulsó el cambio de una mentalidad pueblerina y provinciana a una mentalidad de región; del localismo al regionalismo; de Extremadura, dos: Cáceres y Badajoz, a Extremadura, una; de ser ciudadanos de un pueblo, ciudad o provincia, a ser ciudadanos de una región o comunidad autónoma; de un sentimiento de vergüenza escondido por nuestro origen a otro de dignidad por la patria chica, expandida en sus horizontes.
Los extremeños nos considerábamos antes de nuestro pueblo que de la región; antes españoles que extremeños; antes cacereños o pacenses que miembros de una comunidad física llamada Extremadura que, si bien era una realidad en el mapa de España, no existía como tal en nuestra conciencia de pueblo.
La celebración de las primeras elecciones democráticas a la Asamblea de Extremadura, el 8 de mayo de 1983, y la constitución de la Asamblea el 21 del mismo mes, y la Ley del Escudo, Himno y Día de Extremadura, de 21 de mayo de 1984, supusieron el inicio de un cambio de mentalidad que, poco a poco, fue calando en la sociedad extremeña que comenzó a sentirse como tal y a despojarse de los prejuicios que la ataban al pasado.
Este cambio llegó también sobrevenido a los medios informativos que entonces operaban en la región que, en su mayoría, pasaron del localismo o provincianismo al regionalismo, de la imprenta al ordenador, del audio al video con audio, del télex al fax, del teléfono a la videoconferencia, de las noticias atrasadas a la inmediatez que siempre tuvo la radio y que hoy asumen los periódicos impresos y digitales.
Al aprobarse en 1983 el Estatuto de Autonomía de Extremadura, el diario decano de la región, El Periódico Extremadura, cumplía 60 años, anclado aún en las viejas linotipias, que no abandonaría hasta 1986, en que se convierte en regional y pasa al offset con la utilización del ordenador. El “Extremadura” era, entonces, un periódico local, más que provincial. El “Hoy” cumplía 50 años y asumía, en tamaño tabloide, un regionalismo de información escasa, breve y tardía. Convivían en aquel tiempo varias emisoras que se acercaban más a un proyecto regionalista inexistente: RNE, creada en Cáceres a principios de los 70, que tejió una red de corresponsales que ofrecían ya un informativo regional; Radio Cadena Española (REM-CAR, Red de Emisoras del Movimiento, Cadena Azul de Radiodifusión), absorbida pronto por RNE; la SER y la COPE, y poco más, en una Extremadura rural que ponía más atención a los seriales radiofónicos y a las dedicatorias de discos que a una información que no llegaba a los pueblos.
La Asamblea de Extremadura aprueba el 6 de junio de 1989 la Ley del Consejo Asesor de RTVE en Extremadura. El 28 de julio del mismo año se firma el convenio para la creación del Centro Regional de TVE en Extremadura, que se inaugura el 6 de septiembre. ¿Qué ofrecía antes TVE de Extremadura?: noticias de sus corresponsales que llegaban a Madrid por correo con varios días de retraso, redactadas a vuelapluma por el redactor más cercano al cámara de turno.
Si hasta el advenimiento de la democracia las emisoras privadas no pudieron tener informativos propios –reducidos a los partes oficiales de RNE hasta entonces--, cómo extrañarse de la voz de un locutor oficial del antiguo régimen que el 30 de junio de 1963 instaba desde el “parte” de las 14.30 horas a todas las emisoras “a conectar con nuestra red para efectuar dicha retransmisión”, con ocasión de la ceremonia de coronación del papa Pablo VI.
La Constitución modernizó España y puso a España en el mundo; el Estatuto de Autonomía de Extremadura nos situó en el mapa de España, y a los medios informativos extremeños en el “inexistente” mapa de Extremadura en España.
Al presentar mañana en la Asamblea de Extremadura su Anuario, la Asociación de Periodistas de Cáceres, que acoge a más de un centenar de profesionales en su seno, se adhiere al espíritu del Estatuto que modernizó Extremadura y que sirvió también como motor de cambio para los medios informativos que reflejan su cotidianeidad. Es un reconocimiento a la Cámara de representación del pueblo extremeño, que la Mesa y su presidente, Juan Ramón Ferreira, han tenido la sensibilidad de aceptar con un espíritu que nos identifica en un mismo propósito.
miércoles, 9 de abril de 2008
Una idea de España: Encuentros y desencuentros
El candidato a la Presidencia del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, no ha ofrecido un discurso de investidura de “España como problema”, sino el de “Una idea de España”; es decir, la España del futuro basada para él en cuatro ejes fundamentales: el de un país próspero y decente, eficiente, unido y diverso y comprometido con la causa de la paz y en la lucha contra el cambio climático y la pobreza.
La España de futuro no debe ser la España de los desencuentros, sino la España de los encuentros: en el crecimiento económico con derechos sociales, la España eficiente en su Justicia, Administración, Seguridad y terrorismo; la España unida y diversa en su Administración Local y Comunidades Autónomas; la España comprometida con la paz y en la lucha contra el cambio climático y la pobreza; la España de sus retos de futuro en educación, I+D+I, infraestructuras y cambio climático; y la España del pacto y los consensos pertinentes en terrorismo, UE, Justicia, política autonómica, económica y de igualdad y el apoyo a su proyección internacional.
Ninguno de los asuntos trascendentes que puedan afectar a los españoles ha pasado inadvertido para el candidato. Sin embargo, los partidos de la oposición, renuentes a dar un cheque en blanco al candidato, han puesto el acento más en los desencuentros que les separan del programa de gobierno que en los encuentros que nos unen a todos. No es cuestión de otorgar la confianza a quien la tiene por mayoría, sino de remarcar las distancias que desearan como propósitos para ellos.
Quienes deseaban pactos, hablan ahora de desencuentros; los que querían encuentros, hablan ahora de barreras insalvables para el pacto. “Dos no riñen si uno no quiere”. El candidato no desea riñas, sino encuentros y pactos.
La mayoría no desea ignorar a las minorías. Las minorías no desean tanto el encuentro de la idea de España del candidato, sino “su idea” de España en beneficio propio. El egoísmo político es enemigo del desencuentro. La mano abierta de Zapatero es paralela del encuentro, de una idea de España que, querámoslo o no, a todos nos compete, no solo al futuro Gobierno. Lo contrario es segmentar la “idea de España”, el futuro y el progreso de España, que debe circular para todos los españoles en paralelas y nunca en un segmento finito, porque España, como dicen ahora los catalanes, “somos todos”. Y siempre lo fuimos, no solo por el agua.
La España de futuro no debe ser la España de los desencuentros, sino la España de los encuentros: en el crecimiento económico con derechos sociales, la España eficiente en su Justicia, Administración, Seguridad y terrorismo; la España unida y diversa en su Administración Local y Comunidades Autónomas; la España comprometida con la paz y en la lucha contra el cambio climático y la pobreza; la España de sus retos de futuro en educación, I+D+I, infraestructuras y cambio climático; y la España del pacto y los consensos pertinentes en terrorismo, UE, Justicia, política autonómica, económica y de igualdad y el apoyo a su proyección internacional.
Ninguno de los asuntos trascendentes que puedan afectar a los españoles ha pasado inadvertido para el candidato. Sin embargo, los partidos de la oposición, renuentes a dar un cheque en blanco al candidato, han puesto el acento más en los desencuentros que les separan del programa de gobierno que en los encuentros que nos unen a todos. No es cuestión de otorgar la confianza a quien la tiene por mayoría, sino de remarcar las distancias que desearan como propósitos para ellos.
Quienes deseaban pactos, hablan ahora de desencuentros; los que querían encuentros, hablan ahora de barreras insalvables para el pacto. “Dos no riñen si uno no quiere”. El candidato no desea riñas, sino encuentros y pactos.
La mayoría no desea ignorar a las minorías. Las minorías no desean tanto el encuentro de la idea de España del candidato, sino “su idea” de España en beneficio propio. El egoísmo político es enemigo del desencuentro. La mano abierta de Zapatero es paralela del encuentro, de una idea de España que, querámoslo o no, a todos nos compete, no solo al futuro Gobierno. Lo contrario es segmentar la “idea de España”, el futuro y el progreso de España, que debe circular para todos los españoles en paralelas y nunca en un segmento finito, porque España, como dicen ahora los catalanes, “somos todos”. Y siempre lo fuimos, no solo por el agua.
miércoles, 2 de abril de 2008
Palabra y progreso
Ni el tumulto ni la sangre mueven el progreso. El tumulto es antónimo de la palabra. Lo dijo Bono en su estreno en el templo de la palabra. Solo la palabra, moderada, vehicula el progreso. La crispación, el insulto, la descalificación mediante la palabra, prostituye la palabra que une voluntades. La verdad no reside en la palabra de unos pocos, sino en las verdades de los más. Solo la palabra rescata la verdad; el tumulto la encierra, no la deja oír.
La palabra no tiene una arista, sino una y mil caras. No puede una palabra dicha despreciar otra palabra hablada, escrita, sin otro argumento más que el desacuerdo con aquélla. El político no suele practicar la virtud de la eubolia, la discreción en la lengua. Es reservado en lo que debería decir y no es cauto en lo que no convendría pregonar. Así, la indiscreción de unos y el rechazo de otros a la palabra devienen en el tumulto, en el que el ruido sustituye a la palabra, el zapateado en los escaños a los argumentos en la tribuna.
La intolerancia no modera el lenguaje. No convencerán con la palabra quienes, con gesto altivo, la utilizaren como arma arrojadiza y no como instrumento de convicción; los que se sirven de ella solo para descalificar, discriminar y alejar al adversario, que no fuere tal, porque persigue el mismo fin, aun con distinto prisma. Los portavoces pueden pregonar mucho, pero convencer poco, porque no son detentadores exclusivos y excluyentes de la palabra y porque su palabra no es doctrina de fe ni hablan ex cátedra desde la propia que hubieren por delegación del poder.
La moderación y la tolerancia son las únicas vías posibles para la circulación de la palabra, vehículo de progreso. Lo contrario es el tumulto de la turba y ésta, exaltada, se perderá en un destino impropio de la palabra: el lamento, el reproche, el dicterio contra lo que nunca hubimos de decir y hacer y dijimos e hicimos.
El tumulto hace sangrar la palabra. Vivimos hoy un tiempo de esperanza frente a otros que fueron y son, todavía, en otros lugares, de sangre. El tumulto y la sangre, la negación misma de la palabra, de la tolerancia y la convivencia mediante la palabra, en un mundo que subvierte la esencia misma de la comunicación, el pacto y el progreso al que conduce la palabra.
La palabra no tiene una arista, sino una y mil caras. No puede una palabra dicha despreciar otra palabra hablada, escrita, sin otro argumento más que el desacuerdo con aquélla. El político no suele practicar la virtud de la eubolia, la discreción en la lengua. Es reservado en lo que debería decir y no es cauto en lo que no convendría pregonar. Así, la indiscreción de unos y el rechazo de otros a la palabra devienen en el tumulto, en el que el ruido sustituye a la palabra, el zapateado en los escaños a los argumentos en la tribuna.
La intolerancia no modera el lenguaje. No convencerán con la palabra quienes, con gesto altivo, la utilizaren como arma arrojadiza y no como instrumento de convicción; los que se sirven de ella solo para descalificar, discriminar y alejar al adversario, que no fuere tal, porque persigue el mismo fin, aun con distinto prisma. Los portavoces pueden pregonar mucho, pero convencer poco, porque no son detentadores exclusivos y excluyentes de la palabra y porque su palabra no es doctrina de fe ni hablan ex cátedra desde la propia que hubieren por delegación del poder.
La moderación y la tolerancia son las únicas vías posibles para la circulación de la palabra, vehículo de progreso. Lo contrario es el tumulto de la turba y ésta, exaltada, se perderá en un destino impropio de la palabra: el lamento, el reproche, el dicterio contra lo que nunca hubimos de decir y hacer y dijimos e hicimos.
El tumulto hace sangrar la palabra. Vivimos hoy un tiempo de esperanza frente a otros que fueron y son, todavía, en otros lugares, de sangre. El tumulto y la sangre, la negación misma de la palabra, de la tolerancia y la convivencia mediante la palabra, en un mundo que subvierte la esencia misma de la comunicación, el pacto y el progreso al que conduce la palabra.