“Aquí estoy si pensáis que soy una solución y no un problema”. Con este sencillo ofrecimiento, el Presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, se ofrecía a sus compañeros de partido que le han reclamado para que sea su secretario general, una vez proclamada la renuncia a presentarse a la reelección de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, aunque algunos de otras filas no acabaran de creérselo, como nunca se creyeron que se quedara en su tierra ni volviera a la Universidad, como un político que ha terminado una etapa de su vida.
No puede hablar más claro quien, como político, se ofrenda para serlo aún más, aun a costa de más sacrificios personales y familiares. Si algo distingue a Vara es su sencillez humana y su claridad expositiva. Aun así, la frase hubo de precisar una traducción del secretario de comunicación del PSOE de Badajoz, José Luis Lucas, que aclaró que quería decir que optaba a la elección como secretario general, que la mayoría de las delegaciones comarcales extremeñas ya le han solicitado.
Vara es humilde como persona, conciso en sus argumentos y trabajador como político. De ideas claras e inteligibles, no precisa acudir a la consabida muletilla: “Estoy a disposición del partido” porque, quienes a menudo afirman eso, más parecen postularse para un cargo o para seguir en él que para cargar con otra carga que abrume aún más la responsabilidad del político.
Un político, en efecto, no precisaría decir al ofrecerse a sus compañeros electores que puede ser un problema, sino que se ofrece como solución, si ellos así lo entendieren. Y así lo ha entendido la gran mayoría de la militancia socialista extremeña tras el liderazgo de Ibarra. El problema, ahora, es la orfandad de su ausencia, y la solución, la valentía de Vara y su compromiso total con Extremadura.
Y en breve, cuando sea confirmado como tal, deberá defender los postulados que se le encomiendan: la igualdad y los derechos de Extremadura.
Defendía también ayer Juan Ramón Ferreira, secretario de los socialistas cacereños y cabeza de la delegación provincial al congreso federal, que el PSOE es “el partido que más se parece a los ciudadanos” y apelaba al mantenimiento de la proximidad con ellos y de su preocupación por los más débiles y por quienes padecen más dificultades.
La fuerza de un político reside en su trabajo, en su capacidad de convencer y de solucionar los problemas; en la de liderar un proyecto colectivo para todos, especialmente para quienes más lo necesitan. No puede un político encumbrarse en los oropeles del poder y olvidarse de quienes les eligieron para ello, porque él mismo, aun engrandecido por su obra, volverá un día a ser un ciudadano más, al que otros ciudadanos le juzgarán por sus obras, quizá no por las buenas que hizo, sino por las que dejara de hacer, porque en la política, como en la vida misma, todo el mundo parece malo hasta que morimos. Y aun así, --como ocurre todos los días-- muchos hombres y mujeres pasan a mejor vida sin otro reconocimiento que las lágrimas de quienes les lloren, porque se ganaron su amor.
La furia la dejamos para la selección española que, en estos momentos, no es otra que la de fútbol. La célebre frase: “A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo”, acuñada por “Belauste” en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920, en los que obtuvimos la medalla de bronce, y que pronto se convirtió en símbolo de la “furia española” (frase acuñada, curiosamente, por la prensa madrileña, cuando los dos jugadores eran bilbaínos militantes de la “armada hispana”) no vale hoy ni para el fútbol ni para la política. Lo único que vale, y seguirá teniendo valor, es el trabajo en equipo, los proyectos, las soluciones, las estrategias y las políticas para cada momento y para cada cosa, sin olvidar a nadie, porque “muchos son los llamados, pero pocos los elegidos”, como Vara y Ferreira, dos hombres y un destino común en torno a una mayoría que les alza en hombros, como a los entrenadores que triunfan en la Eurocopa.
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