José Moreno Gómez no estaba llamado para eso: era solo profesor de Matemáticas de un Instituto de Secundaria, que enseñó a su pueblo esa ciencia reconocida y algo más: la oculta integración, hasta entonces, de etnias, razas y religiones, que parecía perdida en España desde 1492. Afrontó el reto, la llamada del “experimento sin prejuicios”, para bajar los humos a quienes pretendieren encender la lumbre de la xenofobia.
“Si las aves migratorias van y vienen, por qué no las personas”, se dijo un día. Y, así, José Moreno Gómez, alcalde socialista de Talayuela (Cáceres) durante cuatro legislaturas con mayoría absoluta, hasta 2007; presidente de la Agrupación Provincial del PSOE de Cáceres desde 2004, hizo de su pueblo un ejemplo para España: 22 nacionalidades, matrimonios mixtos, viviendas para los inmigrantes y la escolarización de todos los niños, un 12 por ciento de los cuales era población extranjera.
Un laberinto de la convivencia pacífica; el primero en derribar barreras estadísticas y tabúes, un monumento a la integración en paz. Primero llegaron los hermanos gitanos portugueses; más tarde, senegaleses dedicados a la venta ambulante y, finalmente, los marroquíes. Talayuela labró una senda multicultural. Echaron raíces y abrieron negocios. La educación favoreció la integración. El tabaco, el espárrago y el pimiento, le ofrecían peonadas de hasta nueves meses.
José Moreno Gómez, el profesor de Matemáticas, fue uno de los artífices de este milagro, junto a sus equipos de gobierno. Su tolerancia hizo florecer asociaciones multiculturales. Hombres y mujeres fueron alfabetizados. Gracias a él y a su propio trabajo, Faisal, con tres años en el instituto y que llegó a Talayuela sin saber una palabra de castellano, fue su alumno más brillante en la materia.
“Cuando caía el sol en Talayuela, la avenida parecía Casablanca”, afirmaba Lola, casada con un tangerino hace unos años. Su pueblo volvió a ser el espejo intercultural de España, el de las tres culturas un día perdidas en tantas ciudades y pueblos de nuestro país.
En 2004, el pueblo de Talayuela fue galardonado con la concesión de la Medalla de Extremadura, “por ser ejemplo de integración de la población marroquí y modelo de convivencia entre las diferentes culturas”. Añadía el Decreto 129/2004, de concesión de la máxima distinción de la Comunidad Autónoma, que “durante estos años se han producido avances en la eliminación de barreras injustas; se ha propiciado la prestación de servicios a estas personas; se ha concienciado a los extremeños en la necesidad de mantener actitudes de tolerancia y, en definitiva, en la lucha contra el racismo y la xenofobia”.
En su intervención, tras recoger la Medalla, el entonces alcalde de Talayuela, apelaba a la ayuda de todos. “No nos dejéis solos, porque os necesitamos.” El público, que llenaba las gradas del Teatro Romano, corroboró sus palabras con aplausos como asentimiento a su petición.
No estará solo esta noche, tampoco, José Moreno Gómez, el profesor que, en un mitin, apelaba a la tolerancia de los mayores como el mejor ejemplo para sus alumnos.
Sus compañeros del partido, que un día, hace ya cuatro años, le reconocieron con el cargo honorífico de ser su presidente, arroparán hoy el corazón y el alma de un socialista que, fiel a sus principios, convirtió a su pueblo en un arco iris de la tolerancia y contra el racismo, porque supo anteponer su corazón de hombre por encima de las intrigas y porque reconoció en los otros a personas con nombres y apellidos, y también con corazón y necesidades. Como todos; como tú mismo, José, adalid de la tolerancia y abanderado en la lucha contra la xenofobia.
“Si las aves migratorias van y vienen, por qué no las personas”, se dijo un día. Y, así, José Moreno Gómez, alcalde socialista de Talayuela (Cáceres) durante cuatro legislaturas con mayoría absoluta, hasta 2007; presidente de la Agrupación Provincial del PSOE de Cáceres desde 2004, hizo de su pueblo un ejemplo para España: 22 nacionalidades, matrimonios mixtos, viviendas para los inmigrantes y la escolarización de todos los niños, un 12 por ciento de los cuales era población extranjera.
Un laberinto de la convivencia pacífica; el primero en derribar barreras estadísticas y tabúes, un monumento a la integración en paz. Primero llegaron los hermanos gitanos portugueses; más tarde, senegaleses dedicados a la venta ambulante y, finalmente, los marroquíes. Talayuela labró una senda multicultural. Echaron raíces y abrieron negocios. La educación favoreció la integración. El tabaco, el espárrago y el pimiento, le ofrecían peonadas de hasta nueves meses.
José Moreno Gómez, el profesor de Matemáticas, fue uno de los artífices de este milagro, junto a sus equipos de gobierno. Su tolerancia hizo florecer asociaciones multiculturales. Hombres y mujeres fueron alfabetizados. Gracias a él y a su propio trabajo, Faisal, con tres años en el instituto y que llegó a Talayuela sin saber una palabra de castellano, fue su alumno más brillante en la materia.
“Cuando caía el sol en Talayuela, la avenida parecía Casablanca”, afirmaba Lola, casada con un tangerino hace unos años. Su pueblo volvió a ser el espejo intercultural de España, el de las tres culturas un día perdidas en tantas ciudades y pueblos de nuestro país.
En 2004, el pueblo de Talayuela fue galardonado con la concesión de la Medalla de Extremadura, “por ser ejemplo de integración de la población marroquí y modelo de convivencia entre las diferentes culturas”. Añadía el Decreto 129/2004, de concesión de la máxima distinción de la Comunidad Autónoma, que “durante estos años se han producido avances en la eliminación de barreras injustas; se ha propiciado la prestación de servicios a estas personas; se ha concienciado a los extremeños en la necesidad de mantener actitudes de tolerancia y, en definitiva, en la lucha contra el racismo y la xenofobia”.
En su intervención, tras recoger la Medalla, el entonces alcalde de Talayuela, apelaba a la ayuda de todos. “No nos dejéis solos, porque os necesitamos.” El público, que llenaba las gradas del Teatro Romano, corroboró sus palabras con aplausos como asentimiento a su petición.
No estará solo esta noche, tampoco, José Moreno Gómez, el profesor que, en un mitin, apelaba a la tolerancia de los mayores como el mejor ejemplo para sus alumnos.
Sus compañeros del partido, que un día, hace ya cuatro años, le reconocieron con el cargo honorífico de ser su presidente, arroparán hoy el corazón y el alma de un socialista que, fiel a sus principios, convirtió a su pueblo en un arco iris de la tolerancia y contra el racismo, porque supo anteponer su corazón de hombre por encima de las intrigas y porque reconoció en los otros a personas con nombres y apellidos, y también con corazón y necesidades. Como todos; como tú mismo, José, adalid de la tolerancia y abanderado en la lucha contra la xenofobia.
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