jueves, 11 de junio de 2009

LA PENITENCIA Y LA ABSOLUCIÓN

Todo parece indicar que las lecturas interesadas de los partidos políticos tras los resultados obtenidos en las Elecciones Europeas del pasado domingo barren para casa, como si la victoria fuere de unos y la derrota de los otros; como si el partido que se acaba de disputar no se hubiere jugado en terreno europeo y tan solo en campo propio; como si el partido hubiese sido cosa de dos clubes y no de veintisiete selecciones que defendieren, o debieren hacerlo, una sola camiseta: la azul con las doce estrellas de la Unión, que a todos nos acoge; la unidad e identidad europea, símbolo de la solidaridad entre todos los estados miembros.

La abstención, la más elevada de toda la historia de los comicios, unida a la indiferencia, a la crisis económica, a los ajustes de cuentas interiores de los países miembros, han devenido en unos resultados que, aun considerándose buenos por los conservadores y la ultraderecha, no pueden considerarse óptimos para la Europa unida que necesitamos, porque en los pecados de una Europa desunida irá la penitencia y no la absolución a sus pecados que muchos proclaman, endosándoselos a sus adversarios.

Una mayoría ha olvidado que el partido se disputaba en Europa; que no era entre clubes de partidos nacionales que se jugasen el entorchado nacional; que en su victoria no está la absolución a sus pecados, que no han confesado, sin lo cual no es posible obtener el perdón, porque ni han sido juzgados ni han obtenido la contricción perfecta ni, por tanto, han podido ser absueltos de los pecados que ellos mismos originaron.

Víctimas quizá de la indolencia, del cansancio de unos políticos que predican “soluciones ahora”, cuando ellos fueron el origen de todos los problemas, los electores han castigado a quienes no debieren porque, siendo europeos, no han sabido estar en el momento oportuno a la altura de Europa, dejándola en manos de los euroescépticos y antieuroepeístas, de los cuales no podremos esperar nunca soluciones, sino más problemas.

Nadie puede cantar victoria, aun habiéndola obtenido en buena lid democrática, ni lamentarse de una derrota, que solo arrostrará Europa si los partidos que componen el arco parlamentario europeo no ponen, de ahora en adelante, los intereses globales por encima de los particulares.

Nadie parece haber escuchado el discurso de Obama en El Cairo, en el que proclamó en que nos salvamos todos juntos o nos hundimos. Los ciudadanos, azuzados por la crisis, han castigado a los presuntos culpables y han absuelto a quienes ni confesaron sus pecados, ni contritos de ellos, enarbolan sus banderas en señal de triunfo.

El futuro inmediato nos dirá si hemos acertado o no; si la Europa que deseamos estará bien defendida por los elegidos o si éstos pondrán la marcha atrás en el futuro de la Unión.

Nada pueden esperar los abstencionistas, ni siquiera los paganos de una crisis en que le resuelvan sus problemas aquellos que, aun no siendo elegidos por ellos, se han aventurado a dar un voto de castigo a quienes pudieren ayudarles a salir de ella, porque, aun dentro de la libertad que nos asiste, no hemos sabido ser sacerdotes europeos, al perdonarles pecados inconfesables de unos, y no confesados, y darles una absolución sin contricción o atrición.

Ahora, nos toca a todos hacer un examen de conciencia en la diligente búsqueda de los pecados cometidos, porque ignoramos el alcance de ellos y, sobre todo, de haber absuelto a los confesos y arrepentidos, que quizá no han hecho otra cosa que buscar la concertación para superar la crisis, con una política que defiende a la clase trabajadora y sus derechos para construir un nuevo modelo de sociedad basado en el desarrollo sostenible, y no como otros hicieron sustentándolo en un modelo que acabó con la economía occidental.

Esperemos que Europa no nos devuelva ahora al pasado, a la jornada laboral de las 65 horas semanales, que Alejandro Cercas logró frenar, porque semejaba un pecado inconfesable en pleno siglo XXI. Y los hemos absuelto sin penitencia, ni contricción o atrición. En nuestro pecado abstencionista, y no europeísta, llevaremos después nuestra propia penitencia. Y entonces será el llanto y crujir de dientes. Porque hemos perdonado y absuelto sin confesión a nuestros propios verdugos.

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