En principio fue el silencio, la abstención del habla, en quienes la padecieren. Un silencio de claustro obligado, no profeso por fe; el silencio perpetuo con que se prohíbe al actor que vuelva a deducir la acción o a instar sobre ella. Fue un largo silencio impuesto, obligado, abnegado, sumiso; el silencio desestimatorio del habla ante el silencio administrativo de la ley y de la justicia. Un silencio de siete décadas que nadie podía romper.
No fuere bastante el silencio para acallar el habla: el habla de la memoria; ni el dolor ni el luto ni el tiempo, aflicciones suficientes para el olvido; el agudo dolor que molesta sin interrupción porque no hallare remedio a su abstención de habla; como el nefrítico.
El silencio se impone por la fuerza, no por la persuasión de la palabra. Han rabiado muchos de dolor; gritos o quejidos por un vehemente dolor, persistente aflicción ahogada por el silencio impuesto a los vivos, por el silencio de los muertos; pero “la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”, decía Cicerón.
La memoria no ahoga el dolor; lo mantiene vivo, aun doliente. Sin habla, la memoria se acrecienta. No hubiere ejércitos ni armas capaces de ahogarla. Se vivifica la memoria en el silencio de la palabra. El llanto ahoga la palabra, pero riega la memoria. No fenece la palabra, aun silenciada, en el silencio del claustro del habla, como el nasciturus que escuchare la palabra de su madre, a la espera de la suya.
No ha ahogado el silencio de los muertos el habla de los vivos, aunque algunos lo persiguieren. El silencio perpetuo se ha trocado en el llanto de los vivos. La palabra se ha hecho carne de dolor, expresiva del letargo del habla. Hablan los vivos por el silencio de los difuntos; el dolor se manifiesta tras el silencio perpetuo; reclaman el habla perdida por el silencio impuesto; la justicia frente a la desmemoria; la verdad frente a la mentira; su derecho a expresar su dolor frente a la imposición del silencio.
Se ha roto el silencio del habla, porque no hay nichos perpetuos conocidos para la memoria de los vivos, ni archivos secretos que guardaren su dolor eternamente. Lloran, ahora, abiertamente los que guardaron silencio de días y noches sin habla. La palabra perdida se manifiesta en las fotos de los perdedores; en el llanto que aún interrumpiere sus palabras ahogadas durante años…, aun con habla. Lloran quienes nunca pudieron hablar; hablan quienes nunca pudieren decir palabra. “La palabra fue plata y el silencio, oro”; pero ya fuere la hora de que sea oro y no plata, porque “el recuerdo no solo destruye, sino que construye”, afirmaba Eduardo Haro Tecglen. La pesadumbre moral de la aflicción no reside en el silencio impuesto, sino en el dolor presente, iterativo del pasado.
No fuere bastante el silencio para acallar el habla: el habla de la memoria; ni el dolor ni el luto ni el tiempo, aflicciones suficientes para el olvido; el agudo dolor que molesta sin interrupción porque no hallare remedio a su abstención de habla; como el nefrítico.
El silencio se impone por la fuerza, no por la persuasión de la palabra. Han rabiado muchos de dolor; gritos o quejidos por un vehemente dolor, persistente aflicción ahogada por el silencio impuesto a los vivos, por el silencio de los muertos; pero “la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos”, decía Cicerón.
La memoria no ahoga el dolor; lo mantiene vivo, aun doliente. Sin habla, la memoria se acrecienta. No hubiere ejércitos ni armas capaces de ahogarla. Se vivifica la memoria en el silencio de la palabra. El llanto ahoga la palabra, pero riega la memoria. No fenece la palabra, aun silenciada, en el silencio del claustro del habla, como el nasciturus que escuchare la palabra de su madre, a la espera de la suya.
No ha ahogado el silencio de los muertos el habla de los vivos, aunque algunos lo persiguieren. El silencio perpetuo se ha trocado en el llanto de los vivos. La palabra se ha hecho carne de dolor, expresiva del letargo del habla. Hablan los vivos por el silencio de los difuntos; el dolor se manifiesta tras el silencio perpetuo; reclaman el habla perdida por el silencio impuesto; la justicia frente a la desmemoria; la verdad frente a la mentira; su derecho a expresar su dolor frente a la imposición del silencio.
Se ha roto el silencio del habla, porque no hay nichos perpetuos conocidos para la memoria de los vivos, ni archivos secretos que guardaren su dolor eternamente. Lloran, ahora, abiertamente los que guardaron silencio de días y noches sin habla. La palabra perdida se manifiesta en las fotos de los perdedores; en el llanto que aún interrumpiere sus palabras ahogadas durante años…, aun con habla. Lloran quienes nunca pudieron hablar; hablan quienes nunca pudieren decir palabra. “La palabra fue plata y el silencio, oro”; pero ya fuere la hora de que sea oro y no plata, porque “el recuerdo no solo destruye, sino que construye”, afirmaba Eduardo Haro Tecglen. La pesadumbre moral de la aflicción no reside en el silencio impuesto, sino en el dolor presente, iterativo del pasado.