sábado, 14 de agosto de 2010

PRIMER REENCUENTRO EN GRANADILLA


Mañana, la Asunción; fiesta patronal de la antigua Granada. Vísperas de verano procesionaba san Antonio; pero eso fue y no volvió, como después las hogueras de san Juan. Todo se fue apagando lentamente: los carnavales, los oficios litúrgicos, la Ascensión, el Corpus y ahora…, la Asunción, la patrona. Principios de los ochenta y Granadilla se reencuentra a sí misma en las paredes nobles de su pasado, alrededor de la plaza, cuando los rayos de sol de sus calles apenas levantan un metro de piedras en pie sobre el foro en el que convergen.

Desde el nuevo huerto de cruces se otean las aguas del destierro, el castillo, las murallas, inconfundibles en la distancia. Viejos y jóvenes tornan a la iglesia restaurada; se miran, apenas se reconocen si no fuere en el parecido de sus padres. Preguntan los nietos por este misterio: la iglesia vacía, el pueblo dormido, la reluciente luz de antaño apenas esbozada.

Ya sin retablo, sobre el altar que hubiere, entre las columnas barrocas y los santos de guardia, en el centro, orlada de esperanza, estaba Ella. Ha bajado ahora a la altura del altar para goce de quienes la veneraren y se desposaren ante su trono. Al final del oficio, bajo los dos rosetones que dan luz al altar, a duras penas se acerca una mujer. Se extasía ante su belleza, los pliegues del manto, la levedad del cuerpo, la gracia que trasciende su rostro. La observa, arrobada, con un gesto de amor callado, de recuerdos de años, con los ojos prendidos en el pasado. Nadie la recuerda a ella, pero todos veneraron a la Asunción.

Primer reencuentro de Granadilla consigo misma en la que fue su fiesta patronal, encuentro de vivos, y por los Santos, encuentro con los muertos, cuando “El Capi” repique las viejas campanas a misa de difuntos, cercano el mediodía.

Ahora solo están sus antiguos moradores con sus descendientes. Abrasa el sol sobre la plaza de los juegos de niños. Apenas un piar de pájaros sobre las moreras que daban sombra en la plaza, aquellas que el alcalde Martín Esteban pedía que se cuidaran. Allí, nuestros juegos de pídola, las conversaciones de niños, la visión nocturna del cohete soviético, las despedidas, las llegadas, tal una parada y fonda que acogió a todos y a todos despidiere.

Fue ese pueblo despojado de su esperanza, cuando esta fuere escasa y de horizonte breve, pero ancho en el deambular. Familias y amigos, rotos por la separación obligada, por el destino elegido, quizá para nunca más verse hasta la otra vida; condenados a vivir sin tierra y sin muertos; apenas el frescor de los soportales para charlar y ver una plaza luminosa vacía de juegos infantiles, pastiche de la original, en la que se pudiere jugar al fútbol, montar en bici, correr, jugar… Dónde aquellos niños que quizá murieren lejos de su tierra, sin volver a ella por su fiesta patronal; dónde aquellas mozas, ya abuelas, que no quisieron volver nunca más, su esperanza rota tras media vida en el pueblo, ante la Virgen de sus desposorios…

La iglesia y la plaza, el castillo y las murallas… ¿Hubiere otros mejores símbolos Granadilla para recordar? El cuartel, las escuelas, el café-bar “Angelito” de las partidas de cartas y tertulias sin fin, el ayuntamiento, los bailes de bodas en la plaza, verbenas de los primeros agarraditos a la luz de las estrellas y los faroles…; pero hoy, entre todos los recuerdos, la patrona, con un manto verde, orlada de azules en las bodas de las muchachas vestidas de blanco, coronadas de reina, en ofrenda del cáliz solicitado, ante Ella; el coro de hombres respondiendo a las preguntas de ritual del oficiante, sin impedimentos para los esposorios, cuando todo ya estaba escrito en letras de ley, decretos de exilio en un pueblo nacido para el exilio; los árabes, sus fundadores, por la reconquista; los judíos por su fe; los cristianos por el desarrollismo franquista… Todos fuera, menos la Asunción, como un misterio de la historia que quiso abolir la fe, de una fe que nunca abolió la historia…

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