Había observado desde pequeño las tribunas de los desfiles militares: los generales que escoltaban a los sátrapas llenaban su pecho de medallas, mientras la tropa de a pie, tan solo lucía el uniforme que los hacía uno en el movimiento de las extremidades, incluso en el “vista a la derecha” al pasar frente a la tribuna.
En cierta ocasión, un suboficial le confesó: “Hijo: los jefes se llevan las medallas y la tropa hace el trabajo.” Cuando le llevaban a la fiesta, apenas veía condecorada a la tropa; si acaso, a algún suboficial que otro que hubiere hecho méritos extraordinarios, como salvar vidas humanas, y que fuere propuesto por sus superiores; la mayoría eran para jefes y oficiales; a los generales se las ponían en acto solemne en el cuartel general, fuera de la vista de la tropa, pero a la vista de todos en los desfiles.
“No lo olvides, hijo: nuestra única medalla es nuestra bandera y el trabajo: lo demás, no importa. La tropa hace el trabajo y las medallas serán para ellos…” “Pero, ¿por qué?”, le insistía. “Siempre ha sido así y siempre lo será”, confesaba el sargento Vivas. En otra ocasión, le contaba su amigo “el capitán” que una vez hizo un gran servicio, por el que un día soñó con una medalla. “¿Y sabes a quien se la dieron?: a mi jefe.”
No volvió a creer en esas medallas que llenaban la pechera de los generales y que se otorgaban por méritos extraordinarios, y siempre recordaría sus palabras, las de un humilde suboficial de la Guardia Civil, y hasta las del agente amigo, que le reiteraron: “Hijo, lo nuestro es servir a la Patria y a nuestra bandera; el trabajo bien hecho; lo demás no importa. El cielo nos dará la recompensa que no nos diere la tierra, porque las bienaventuranzas tan solo las lograremos en el cielo, nunca en la tierra… Fíjate: hace dos mil años que las proclamó Cristo y aún siguen sin cumplirse y es el mayor alegato en favor de la justicia social de todos los tiempos; pero nosotros, a lo nuestro. A mí lo único que me emociona es la letra de nuestro himno. Escucha, hijo”, y cantaba emocionado mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas:
“Instituto, gloria a Ti
Por tu honra quiero vivir.
Viva España, Viva el Rey,
Viva el Orden y la Ley,
Viva honrada la Guardia Civil!
¿Te parece poco? Cantar nuestro himno me anima en mi tarea más que todas las medallas del mundo y los reglamentos que nos obligan… No esperes nunca recompensa alguna más que la satisfacción del deber cumplido…”
En cierta ocasión, un suboficial le confesó: “Hijo: los jefes se llevan las medallas y la tropa hace el trabajo.” Cuando le llevaban a la fiesta, apenas veía condecorada a la tropa; si acaso, a algún suboficial que otro que hubiere hecho méritos extraordinarios, como salvar vidas humanas, y que fuere propuesto por sus superiores; la mayoría eran para jefes y oficiales; a los generales se las ponían en acto solemne en el cuartel general, fuera de la vista de la tropa, pero a la vista de todos en los desfiles.
“No lo olvides, hijo: nuestra única medalla es nuestra bandera y el trabajo: lo demás, no importa. La tropa hace el trabajo y las medallas serán para ellos…” “Pero, ¿por qué?”, le insistía. “Siempre ha sido así y siempre lo será”, confesaba el sargento Vivas. En otra ocasión, le contaba su amigo “el capitán” que una vez hizo un gran servicio, por el que un día soñó con una medalla. “¿Y sabes a quien se la dieron?: a mi jefe.”
No volvió a creer en esas medallas que llenaban la pechera de los generales y que se otorgaban por méritos extraordinarios, y siempre recordaría sus palabras, las de un humilde suboficial de la Guardia Civil, y hasta las del agente amigo, que le reiteraron: “Hijo, lo nuestro es servir a la Patria y a nuestra bandera; el trabajo bien hecho; lo demás no importa. El cielo nos dará la recompensa que no nos diere la tierra, porque las bienaventuranzas tan solo las lograremos en el cielo, nunca en la tierra… Fíjate: hace dos mil años que las proclamó Cristo y aún siguen sin cumplirse y es el mayor alegato en favor de la justicia social de todos los tiempos; pero nosotros, a lo nuestro. A mí lo único que me emociona es la letra de nuestro himno. Escucha, hijo”, y cantaba emocionado mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas:
“Instituto, gloria a Ti
Por tu honra quiero vivir.
Viva España, Viva el Rey,
Viva el Orden y la Ley,
Viva honrada la Guardia Civil!
¿Te parece poco? Cantar nuestro himno me anima en mi tarea más que todas las medallas del mundo y los reglamentos que nos obligan… No esperes nunca recompensa alguna más que la satisfacción del deber cumplido…”
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