domingo, 12 de diciembre de 2010

LA PRISIÓN DEL SILENCIO

El silencio no solo es la abstención del habla, la falta de ruido, la pausa musical; ni tampoco estar en silencio, calladamente, sin hacer ruido. Es, sobre todo, el efecto de no hablar o no manifestar algo por escrito, por imposición. Hay silencios impuestos y obligados. El primero presupone la censura; el segundo, la autocensura o la prudencia en el hablar. En ningún caso, el silencio subsume en sí mismo una abstención obligada del habla sin esos supuestos.

El silencio se impone por la fuerza, por miedo o por prisión, la abstención máxima de la libertad individual. En el Día de los Derechos Humanos, Reporteros sin Fronteras (RSF) celebró el XXI Día de apoyo a los periodistas encarcelados, en la actualidad 270 en el mundo, para evitar la “prisión del silencio”, “108 por divulgar informaciones molestas, reclamar respeto a las libertades individuales o negarse a someterse a la censura están en China”, según la vicepresidenta de la organización en España.

El silencio no puede molestar nunca porque en él vemos la luz que no nos llega, el habla aprisionada que no nos sale, el pensamiento oculto que celamos en la intimidad. El silencio molesta y duele cuando no nos permiten decir, por escrito o de palabra, la melodía del pensamiento.

La “prisión del silencio” no solo lo es de la libertad, quizá no del pensamiento, que vuela libre, sino de la palabra que atesoramos y que no dejan fluir porque duele la verdad a quien intenta silenciarla. El silencio aprisionado es el ave enjaulada, virgen de vuelo, no porque no quisiere, sino porque se lo impidieren los hombres que se consideran dueños de la vida, la libertad y la expresión de los demás. El pájaro enjaulado no pierde su canto entre rejas llamando a su pareja, trinando por su libertad, en ansias infinitas de vuelo y planeos de hablas sin fin. El hombre o la mujer enrejados por hablar o manifestar lo que sí debieren, aunque a otros molestare, supone la peor condena de todas: ni libertad para caminar, ni libertad para decir, ni libertad para proclamar el pensamiento creador. Todas las libertades enclaustradas en una sola, menos la del pensamiento.

La lengua es la norma; pero el habla es fluyente e inapresable. Podrán encarcelar nuestro cuerpo, pero jamás nuestro pensamiento, aunque sí nuestra habla. Al final, su habla será presa de su muerte, aunque en vida hubieren libertad para expresarse; pero, mientras tanto, la “prisión del silencio” no extrapola la libertad creadora, el pensamiento compartido, imparable, universal, globalizado. Ni dueños serán de sus silencios ni esclavos de sus palabras que, aun existentes, no se revelaren a oídos o vista ajenas.

Evocare a Pablo Neruda cuando hubiere la “prisión del silencio”:

“Yo que crecí dentro de un árbol
Tendría mucho que decir,
Pero aprendí tanto silencio
Que tengo mucho que callar
Y eso se conoce creciendo
Sin otro goce que crecer.”

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