domingo, 6 de febrero de 2011

“NO LO CUENTE USTED HASTA QUE HAYA MUERTO…”

El fallecimiento del que fuera cronista oficial de Cáceres, profesor, miembro de la Real Academia de Extremadura, inhumado esta mañana en su ciudad tan amada, Antonio Rubio Rojas, me ha traído a la memoria la confidencia que me hiciere un día de oficio profesional en conversación con él en su altillo del ayuntamiento, atiborrado de legajos, carpetas, papeles y documentos, entre los que dominaba su oficio.

Me confiaba la firme decisión del alcalde Díaz de Bustamante por rescatar la ciudad antigua y ennoblecerla, los apoyos que hubiere en el Gobierno de la nación para lograr cosas para su ciudad y, sobre todo, me confió un secreto de Consejo de Ministros que, a su vez, le hubiere confiado el alcalde, quien le advirtió: “No lo cuente usted hasta que yo haya muerto, pero deseo que lo sepa para la historia.”

¿Cuál era ese secreto que Díaz de Bustamante no pudo mantener y quiso que se supiera? ¿Por qué me lo transmitió a mí también Rubio Rojas?, como si el secreto obligado hubiere de transmitirse de generación en generación para que no se perdiese…

En el verano del 70, escribí una carta abierta al alcalde en el diario “Extremadura” sobre la necesidad de una Universidad en la región, que la rescatara del atraso secular de anafabetismo que padeciere y que reclamaba la sociedad entera. No me contestó, pero sí me recibió en su despacho, y me dijo que seguiría luchando por una causa que considerare justa. El 16 de octubre del 71 se inauguraba el Colegio Universitario de Cáceres, dependiente de la Universidad de Salamanca, germen del campus cacereño, como en Badajoz lo fuere la Facultad de Ciencias, dependiente de Sevilla.

Era sabido que el ministro de Justicia del Gobierno de Franco de entonces (lo fue de 1965 a 1973), Antonio María de Oriol y Urquijo, era cuñado del alcalde. Le dio su apoyo y le abrió puertas en Madrid. Y él fue quien le contare el secreto del Consejo de Ministros.

Según me transmitiere, el primer proyecto de Decreto que llegó a la mesa del Consejo solamente preveía un campus único situado en Badajoz. Franco ordenó dejarlo para más adelante y que se estudiase mejor. En la creación de la Universidad extremeña con un solo campus subyacía un problema histórico: a las universidades próximas, como Sevilla y Salamanca, solo podían ir los hijos de los ricos o los becados, pero no el común de los mortales. Badajoz tenía Ciencias, Magisterio e Ingeniería Técnica Agrícola. Cáceres, solo el Colegio Universitario de Letras y la Normal de Magisterio.

Hubo sus más y sus menos en el Consejo. Franco, al final, decidió: hágase la Universidad de Extremadura con dos campus, uno en Badajoz, para las facultades científicas, médicas y afines, y otro en Cáceres, para las humanísticas y jurídicas. Quizás el alcalde de Cáceres fuere el primer extremeño en tener noticia de la creación de la Universidad.

Aquella tarde de primavera del 73, tras conocerse la noticia, las campanas de las iglesias de la ciudad voltearon para comunicar la buena nueva. En el Gobierno Civil, su titular, Valentín Gutiérrez Durán, brindaba con cava con sus colaboradores y los periodistas. Se había logrado. La única región sin Universidad y la única que llevaría su nombre.

Fallecidos ya los tres emisores del secreto, rindo tributo de admiración a Rubio Rojas, en el día de la inhumación de su cuerpo, al confiármelo también a mí. Todos luchamos y logramos una causa justa, y él pudo enseñar en sus aulas la historia moderna de una ciudad, recreada en su palabra con la visita de la reina Isabel, para dar a Cáceres los Fueros de la paz, el 9 de julio de 1477, y el desmochado de las torres ordenado por los Reyes Católicos, excepto la de Diego de Cáceres Ovando, “en gracia a los muchos y grandes servicios que le había prestado”.

Pasión de Cáceres y de su historia, Antonio, por ti tan conocida como transmitida, aun un secreto de Consejo de Ministros, en cuya salomónica decisión, algunos pretendieron ver otras razones no puestas sobre la mesa, y que solo conociere quien tomare la decisión final.

“Sit tibi terra levis” (que la tierra te sea leve), amigo desde los tiempos en que aprendiste latín y griego en mi casa.

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