El pacto es un vínculo que no desangra a nadie. Sobre el ombligo, las mayorías y las minorías, el pacto se alza para mirar por encima de las cabezas. El pacto extrapola el deseo de los más con el concurso de los electos. El pacto busca el bien general; la ruptura, el bien particular. El pacto hace la paz; la ruptura, la guerra. El pacto mira por todos, no por unos pocos; el pacto agrada; la ruptura, desaira; el pacto agranda la generosidad del ser; la ruptura envilece la personalidad de quien no lo busca.
El pacto requiere unos mínimos y unos máximos; lo respetable y lo adaptable a los tiempos, que no rompible. La firma rubrica, como antes la palabra, la lealtad a lo pactado. El pacto es la letra pero, sobre todo, el espíritu. Ni una ni otro pueden romperse sin voluntad de ruptura. Puede malinterpretarse la letra, pero en el espíritu subyacen los deseos todos del pacto. Resquebrajado este por voluntad de una de las partes, el pacto subviene en una sopa de letras ininteligible, interpretable ahora por línea ideológica, no jurídica ni por sentido común, ni deseo expreso de la mayoría, sino por egoísmo que ansiare el propio bien por encima del general que generó el pacto.
Al pacto se llega por la negociación. La negociación se fundamenta en el mejor logro de los asuntos públicos o privados tratados. El logro no es solo conseguir el deseo, sino la perfección de una cosa. Si los objetivos de la negociación y el pacto no fueren esos, deviene la ruptura. ¿Y a qué conduce la ruptura? La ruptura solo persigue el bien particular sobre el colectivo; es enemiga de los objetivos sociales, de la paz social. La ruptura genera más gasto que el pacto, menos inversión, más déficit, porque conduce a la inseguridad. La negociación social no puede llegar a convertirse en un pacto de retro, El pacto social debe estar por encima de los negociadores, que tan solo representan los intereses de los mandatarios.
El bien común se puede materializar porque el voto mandata las ideas y proyectos. La idea apasiona, la idea llena una vida, y hasta puede quitar la vida, como el dinero o el atesoramiento de riquezas. No hay crepúsculo de las ideas; hay estrechez para poner en común las ideas colectivas. El voto no se otorga para romper, sino para gobernar, legislar, controlar, prosperar. La ruptura deja huérfanos el voto y la idea. El pacto es el triunfo del progreso; la ruptura, signo del egoísmo y de la debilidad.
Ha sido generosa Extremadura en la cultura del pacto, que la mayoría gobernante no hubiere necesitado; y ha dado una lección a quienes, en su incultura, han roto la letra y el espíritu de los pactos que un día se llevó el viento, como sopa de letras indescifrable, intraducible, inescrutable…
El pacto requiere unos mínimos y unos máximos; lo respetable y lo adaptable a los tiempos, que no rompible. La firma rubrica, como antes la palabra, la lealtad a lo pactado. El pacto es la letra pero, sobre todo, el espíritu. Ni una ni otro pueden romperse sin voluntad de ruptura. Puede malinterpretarse la letra, pero en el espíritu subyacen los deseos todos del pacto. Resquebrajado este por voluntad de una de las partes, el pacto subviene en una sopa de letras ininteligible, interpretable ahora por línea ideológica, no jurídica ni por sentido común, ni deseo expreso de la mayoría, sino por egoísmo que ansiare el propio bien por encima del general que generó el pacto.
Al pacto se llega por la negociación. La negociación se fundamenta en el mejor logro de los asuntos públicos o privados tratados. El logro no es solo conseguir el deseo, sino la perfección de una cosa. Si los objetivos de la negociación y el pacto no fueren esos, deviene la ruptura. ¿Y a qué conduce la ruptura? La ruptura solo persigue el bien particular sobre el colectivo; es enemiga de los objetivos sociales, de la paz social. La ruptura genera más gasto que el pacto, menos inversión, más déficit, porque conduce a la inseguridad. La negociación social no puede llegar a convertirse en un pacto de retro, El pacto social debe estar por encima de los negociadores, que tan solo representan los intereses de los mandatarios.
El bien común se puede materializar porque el voto mandata las ideas y proyectos. La idea apasiona, la idea llena una vida, y hasta puede quitar la vida, como el dinero o el atesoramiento de riquezas. No hay crepúsculo de las ideas; hay estrechez para poner en común las ideas colectivas. El voto no se otorga para romper, sino para gobernar, legislar, controlar, prosperar. La ruptura deja huérfanos el voto y la idea. El pacto es el triunfo del progreso; la ruptura, signo del egoísmo y de la debilidad.
Ha sido generosa Extremadura en la cultura del pacto, que la mayoría gobernante no hubiere necesitado; y ha dado una lección a quienes, en su incultura, han roto la letra y el espíritu de los pactos que un día se llevó el viento, como sopa de letras indescifrable, intraducible, inescrutable…
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