No es producto de la estación ni de las hogueras acumuladas de San Juan. El desencanto ambiente es afluente de la desilusión y la decepción. El silencio que no otorga es, al mismo tiempo, el habla de la desilusión, del desengaño, la decepción, el hastío, el aburrimiento, la indiferencia, el chasco. Hubiéremos motivos mil para conjugar sus antónimos: el embelasamiento, el enamoramiento, la fascinación…
El ecuatoriano Raúl Pérez Torres escribió en 1985 su “Teoría del desencanto”, una novela crónica de la soledad que va venciendo a la ilusión. La soledad es, a veces, meandro del desencanto y este, a su vez, afluente de la desconfianza; pero la desesperanza y la incertidumbre del futuro trueca en antónimos de la desconfianza los sinónimos de la fascinación. Como si el embelesamiento por alguien, por algo, por una idea, fuere tan pasajero como un leve meandro que no llegare al mar.
La juventud subsume en sí misma talentos bastantes más allá del desencanto; pero no hallare antónimos para apagar la sed de la inseguridad, la precariedad, la inequidad, la perspectiva de futuro que no encontrare en la utopía del pasado que fenece en la desconfianza del presente. El Príncipe ha dicho en uno de sus principados que “no se puede aceptar que la desesperanza se instale en los jóvenes, ni que se vean o se sientan excluidos, material, social, o económicamente”; pero así es, Alteza: en una sociedad de abundancia y calidad de recursos, coexisten jóvenes que no pueden acceder a una democracia habitable, real, y que tan solo pidieren lo que a ellos se les negare y a otros se les otorgare por la gracia humana, que no divina, de sus méritos no reconocidos.
Vivimos en una sociedad en la que el embelesamiento ha dado paso a la desilusión, el enamoramiento al desengaño, la fascinación a la decepción: en la que solo se enamoran hombres y mujeres adultos con las espaldas cubiertas, como si a los jóvenes, en quienes residiere la quintaesencia del amor, les estuviere vedado ilusionarse, porque ningún futuro hubieren, ni para vivir, ni amar, ni formar familia, si no fuere con la hipoteca de su cuerpo y alma.
El desencanto nos guía hacia la desconfianza, pues en quién confiar si nadie confía en quien debiere y quienes confían otorgan su confianza a quienes no la merecieren. Jóvenes y adultos se mecen en la cuna de la desconfianza, instalados en ella muy a su pesar, porque ya no hay manos ni corazones que la otorgaren, sino intereses que la buscaren. Cómo hallar confianza en quien ofrece desencanto; ilusión en quien nos otorgare desconfianza; enamoramiento en quien nos produce desengaño; fascinación en quien nos otorga decepción. Nos entregamos en cuerpo y alma y nos traicionaron de palabra y hecho. Abrimos nuestro corazón de par en par y nos cerraron su corazón. Les hablamos con la palabra abierta y nos ofrecen una ecuación con tres incógnitas por resolver. ¡Oh, amor, que por amor viniere y con la palabra traidora se fuere…!, dónde hallar tu encanto que resolviere mi desilusión en fascinación...
El ecuatoriano Raúl Pérez Torres escribió en 1985 su “Teoría del desencanto”, una novela crónica de la soledad que va venciendo a la ilusión. La soledad es, a veces, meandro del desencanto y este, a su vez, afluente de la desconfianza; pero la desesperanza y la incertidumbre del futuro trueca en antónimos de la desconfianza los sinónimos de la fascinación. Como si el embelesamiento por alguien, por algo, por una idea, fuere tan pasajero como un leve meandro que no llegare al mar.
La juventud subsume en sí misma talentos bastantes más allá del desencanto; pero no hallare antónimos para apagar la sed de la inseguridad, la precariedad, la inequidad, la perspectiva de futuro que no encontrare en la utopía del pasado que fenece en la desconfianza del presente. El Príncipe ha dicho en uno de sus principados que “no se puede aceptar que la desesperanza se instale en los jóvenes, ni que se vean o se sientan excluidos, material, social, o económicamente”; pero así es, Alteza: en una sociedad de abundancia y calidad de recursos, coexisten jóvenes que no pueden acceder a una democracia habitable, real, y que tan solo pidieren lo que a ellos se les negare y a otros se les otorgare por la gracia humana, que no divina, de sus méritos no reconocidos.
Vivimos en una sociedad en la que el embelesamiento ha dado paso a la desilusión, el enamoramiento al desengaño, la fascinación a la decepción: en la que solo se enamoran hombres y mujeres adultos con las espaldas cubiertas, como si a los jóvenes, en quienes residiere la quintaesencia del amor, les estuviere vedado ilusionarse, porque ningún futuro hubieren, ni para vivir, ni amar, ni formar familia, si no fuere con la hipoteca de su cuerpo y alma.
El desencanto nos guía hacia la desconfianza, pues en quién confiar si nadie confía en quien debiere y quienes confían otorgan su confianza a quienes no la merecieren. Jóvenes y adultos se mecen en la cuna de la desconfianza, instalados en ella muy a su pesar, porque ya no hay manos ni corazones que la otorgaren, sino intereses que la buscaren. Cómo hallar confianza en quien ofrece desencanto; ilusión en quien nos otorgare desconfianza; enamoramiento en quien nos produce desengaño; fascinación en quien nos otorga decepción. Nos entregamos en cuerpo y alma y nos traicionaron de palabra y hecho. Abrimos nuestro corazón de par en par y nos cerraron su corazón. Les hablamos con la palabra abierta y nos ofrecen una ecuación con tres incógnitas por resolver. ¡Oh, amor, que por amor viniere y con la palabra traidora se fuere…!, dónde hallar tu encanto que resolviere mi desilusión en fascinación...
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