viernes, 11 de noviembre de 2011

EL DISCURSO DE FELIPE EN CÁCERES

En octubre de 1982, cuando la transición hubiere terminado y UCD se hallaba en desbandada, perdida y en “ignorado paradero”, el cambio se imponía en España como una necesidad y un respiro de libertad y avances. Suárez había liderado una etapa necesaria y guiado a la nación en medio de tormentas sin fin y el PSOE, abanderado por un joven Felipe González, se presentaba como el adalid del cambio que el país rumiaba y que asentaría la democracia.

            El lema socialista del 82 era “Por el cambio”, síntesis conceptual del fin de una época e inicio de otra distinta. Javier Solana había sido el adelantado, en visita a las sedes socialistas de provincias, para tomar el pulso a una España todavía sesteando, a la espera de septiembre y del 28-0. Cuando a mediados de octubre, Felipe volvió a Cáceres en un bus del Mundial, procedente de Ávila, el coso de la Era de los Mártires rebosaba de una multitud deseosa de escucharle.

            Escuchar a Felipe González durante más de una hora ni aburre ni fatiga. Es un libro abierto que te absorbe hasta el final, un catedrático de la oratoria, un conocedor de su tiempo que disecciona, desde el profundo conocimiento de la realidad, el argumentarlo del cambio frente a la nada de otros, que ahora piden “Súmate al cambio”, cuando el suyo se sintetiza, como dijere Felipe, “en hacer las cosas como Dios manda y en actuar con sentido común”, sin que para nada Dios dispusiere la política de los hombres y el sentido común se concretare en no aprobar los Presupuestos, como ya lo hicieren otros.

            Felipe se preguntaba anoche en Cáceres qué ha cambiado en el vecino Portugal, cuya oposición se negó en sede parlamentaria a efectuar los recortes que se le pedían, y, una vez que logró la victoria electoral, se ve obligado ahora a endurecer las previstas; o a la falta de solidaridad de Irlanda que, al aplicar un impuesto de sociedades más bajo que los otros países de la zona euro, no juega limpio y rompe la inexistente política económica que requiere una política monetaria común.

            El discurso de Felipe en Cáceres se centró en analizar la crisis de España y de Europa y en sus remedios, ya explicados en su Informe sobre el futuro de Europa que, como presidente del grupo de expertos designados por la Comisión, presentó al Parlamento Europeo. El ex presidente del Gobierno rechaza la política de recortes como receta, y defiende, en cambio, el esfuerzo, la calidad, la competitividad y la innovación, apostando por la calidad y no por bajar salarios, porque baja el consumo y la actividad económica se hunde. Felipe defendió que la moneda única debe ir paralela a una política económica común, que fue de lo que un principio se habló: la Unión económica y monetaria. Sin la primera, resulta imposible sostener la segunda.

            Felipe universalizó la sanidad y la educación, lo que ahora otros tratan de destruir, o fijar como líneas rojas que no se pueden traspasar junto a las pensiones. La misma cantinela de siempre en todas las campañas. Si todos están de acuerdo, a qué recordar lo ya conquistado si es que algunos no pretendieren ir para atrás, actuando con un sentido poco común, que solo fuere patrimonio de los necesitados y de algún líder como Felipe que, por veterano y por experiencia política, todos escuchan, pero pronto olvidan sus lecciones. Felipe, o la españolidad y la europeidad en política. Veterano, sí, pero más sabio por ello.





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