viernes, 14 de septiembre de 2012

EL TAPADO VISIBLE

 
           Su mano izquierda siempre sabe lo que hace su derecha. No dan la cara porque dan la espalda. Observan bajo las alfombras, pero no se dejan ver. Tiran la piedra y esconden la mano. Se sirven del poder de la influencia para lograr la influencia del poder. Hombres de paja manejan sus hilos. Penélopes que tejen y destejen según la rosa de los vientos del poder. Son los invisibles del poder, los tapados visibles que todos reconocen y nadie parece ver.
            Babosos de oficio, aprendices de pelotas. Vividores de baja cuna y de alta cama. Lacayos de la palabrería bífida; fontaneros para hacer chapuzas en la salvación de la patria; hipócritas de doble moral que predican lo contrario de lo que hacen. Ósculos de Judas sobre labios puros que inoculan su impureza. Conjugan en plural en alta voz y el singular en los conciliábulos del poder. Su declinación  solo hubiere un caso: el nominativo innombrable del genitivo perdido. Su voz es la activa frente a la media y pasiva de otros. Revuelven el cieno para darse lustre. Pescan en río revuelto para ganancia propia. Acotan suertes de tierra para la caza furtiva.
            Desde su croar de catacumbas sueñan con la gloria. Amenazan, no dialogan. Se excusan; no dan razones. Lanzan globos sondas para hinchar su espacio. Difaman en busca del objetivo. Compran débiles voluntades de mujeres y hombres, que no se sienten libres, porque nada tienen o poco guardan. Reparten sinecuras para taparse sus propias heridas. Regalan tiempos que no les pertenecen; aguinaldos que no provienen de sus bolsillos; razones a quienes no las tienen. No escuchan: espían. No dialogan: discuten. No avisan: traicionan. El todo de los demás es su exclusividad; la parte, su frontera. Su palabra es dogma; la del resto, palabrería.
            Sus palabras no provienen de su corazón, sino de la hiel que les otorga su poder. Alimentan una venganza para la nada. Se solazan en la marginación de los sujetos-objeto de su saliva. Son maestros del engaño; artífices de la desunión; provocadores del enfrentamiento. Señores de vidas, dueños de haciendas, constructores de papel sobre arenas difusas. Soles de sus sombras, sombra para todos en la soledumbre invisible del tapado visible. Bajos las copas del poder que desean arriar como bandera. Nunca de paz; siempre de guerra.
            El presente y el futuro parecieren ser solo suyos, no de todos. Destruyen, así, la esperanza de vida, la fe en la vida, la autoestima en la propia. Cargan contra los débiles, no contra los poderosos. Ellos personifican el poder y su tiempo, como si este no hubiere final para ellos. Pasó su tiempo, pero no su poder, a la sombra del poder. Y ahí siguen, transfigurados en la palabra hiriente que no se escuchare, pero que sangra a los servidores que no hubieren otra que la de su trabajo en servir y no ser servidos: los trabajadores del pueblo, los maestros y profesores, los funcionarios, los servidores del orden y la ley, el personal sanitario que nos diere la salud cuando la perdemos, los sufridos campesinos y ganaderos… No hay edad para ellos. El tiempo se acaba. Nos hacemos mayores y perdemos el tiempo; pero detrás de ellos, otros vendrán que ahora esperan: sin fe, trabajo ni esperanza. Como si el mundo solo fuere suyo y el tiempo que se acabare para ellos no fuere futuro para el resto. No hay peor herencia que la de aquellos que no asumen la propia, ni otra peor política que la que hace retroceder en el tiempo a los más, y la que deja en la cuneta a los que empiezan y a quienes aún no hubieren finalizado su recorrido; pero ellos tampoco serán matusalenes para la eternidad, si acaso estiércol para una flor fugaz, como la vida misma.

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