Cavilaba hacía tiempo
sobre la exacta interpretación de varios vocablos engarzados en cadena, aun con
significantes varios. Apátrida me
llamaron un día, como si por perder mi pueblo de origen no hubiere nacionalidad
ni patria alguna. Entre nacencia y pacencia, uno es de donde pace y no de
donde nace. El refrán recomienda reconocer la generosidad de los pueblos y
ciudades que nos acogen al decir que uno es del lugar en el que come y del
lugar que le vio nacer. Hubiere otras variantes más precisas: "La tierra
en la que vaya bien, por tu patria ten"; "La tierra do me criare,
démela Dios por madre"; o "esa es mi patria: donde todo me sobra y
nada me falta", aunque esta última acepción vaya cada día a menos, porque
poco sobra cuando el trabajo falta, el IPC y el SMI desaparecen y los recursos
menguan.
La nacencia es
el origen, linaje o familia de alguien, del latín nascentia, nacimiento; por pacencia
entendemos el pacer, la acción del ganado que come la hierba de los prados o
montes, que pasta para subsistir; distinto de la paciencia, virtud que consiste en soportar los males y desgracias
con entereza, o la capacidad para esperar con calma algo que se desea
vivamente. Hay otra pacencia no
opuesta a paciencia, que, en el habla
popular, es la virtud cristiana que se opone a la ira o, más bien, la
resignación para sufrir los mayores contratiempos y adversidades.
Escribía el 19 de septiembre de 2012 un artículo titulado
"Nacer en Cáceres y morir en otra parte", dicho recogido por el gran
bibliógrafo extremeño Rodríguez Moñino en su "Diccionario geográfico
popular de Extremadura", con el que se "da a entender que, en
Cáceres, en otro tiempo, había muchos nobles y los segundones salían a buscar
en otra parte, en la guerra o en las letras, el modo de hacer fortuna", y
apuntaba que parecía adquirir hoy un carácter retroactivo en su significado y
un presente de indicativo en su significante, como si la irretroactividad del
tiempo y de las leyes no fueren asunto intrínseco de los mismos, sino del
devenir y sus circunstancias.
El príncipe de los catovis (cacereño de toda la vida),
José María Saponi, --el más fecundo alcalde democrático cacereño, con tres
mayorías absolutas y otras dos minoritarias- me otorga esa otra pequeña
nacionalidad, de nacencia y pacencia, que creare en 2003. Lema de su campaña en las
municipales de ese año, enciende el ánimo localista de los suyos e hiere la
sensibilidad de los otros. No pretende Saponi ser excluyente, sino incluyente,
estilo en su quehacer político y norma en su trato de caballero: cacereños todos,
los de origen y quienes vinieron a la ciudad y se afanan y trabajan en ella:
quienes nacieron y pacieron aquí. Y frente a quienes me consideraren un día `apátrida´,
me hace este honor: "De Cáceres de toda la vida nacido en
Granadilla". (Véase "El cuaderno de Félix Pinero-El Reto", en digitalextremadura, de 10 de diciembre
de 2013).
Cómo oponerse al ius
sanguinis o al ius solis, que nos
otorga la Constitución para tener derecho a la nacionalidad española; el
derecho de sangre, o familiar, y el derecho del lugar en el que se vive y
trabaja. Pues qué fuéremos todos sino españoles de origen, nacidos de padre y
madre españoles; o de opción o por adquisición; ostentadores de la condición
política de extremeños por tener vecindad administrativa en cualquiera de los
municipios de Extremadura (artículo 3 del Estatuto de Autonomía); y ciudadanos
de la Unión Europea por el hecho de pertenecer a un Estado miembro de la misma,
que se une a la primigenia española, sin sustituirla (Tratado de Maastricht de
1992), frustrado en su institucionalización por el fracaso de la aprobación de
la Constitución Europea y salvado en parte tras la aprobación del Tratado de
Lisboa.
Saponi, sin pretenderlo quizá, subraya el valor del
municipio y crea una nacionalidad menor frente a la supranacional de la Unión.
Más de diez años después, su hallazgo como marca electoral, y el acrónimo
posterior, los elevan a categoría de marca ciudadana, y continúan izándose como
bandera, en nada contrapuesta a un nacionalismo excluyente ni a un europeísmo
provinciano, en el que el municipalismo se realza hoy como el primer marco de
convivencia. Uno es de donde pace, y no de donde nace, un ius solis unido al ius
sanguinis, no contradictorios, sino concurrentes.
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