El amor une, no divide;
el amor se encuentra, no se busca; el amor se halla en el camino; el amor no se
pierde: se sueña y aparece, como arco iris de primavera. El amor es dulce,
apacible, lenitivo. El amor se fortalece en las dificultades, torna a sus
orígenes en la crisis. Las ausencias convierten el amor en un delta de
presencias, no interesadas: necesarias, pero olvidadas. La ausencia provoca la
pérdida del roce, quizá del cariño. Si verdadero, no interesado --como ciertas
amistades--, el amor nace y se desarrolla, pero no fenece hasta la muerte. El
amor no es solo pasión; la pasión se apaga, pero el amor subsiste. Hubiere
apasionados amores que mueren tras la llama de la pasión extinta. Más que un
valor, el amor es una vivencia, una constante, una pulsación y latido eternos,
incorruptibles hasta la muerte, a la que sobrevive en el recuerdo. No muere el
amor, aunque fallezca el sujeto objeto de nuestro amor, como el de Marta, desaparecido,
no ido, en búsqueda aún, sin desmayo... "Hasta que la muerte os
separe..." La alianza no institucionaliza el amor; a lo más, lo bendice
sacramentado; ni una firma rubrica el amor; ni siquiera una convivencia de
derecho o de hecho. El amor está por encima de la ley: existe o no existe. Es
un vínculo que ata a la pareja, que se fortalece en la convivencia, que
fructifica en el amor compartido. Cómo, entonces, puede morir el amor. El amor
desparece cuando la llama que lo aviva se apaga. El egoísmo mata el amor; la
ausencia de respeto, nubla el amor; el sinsentido de la pertenencia del hombre
sobre la mujer, mata amores antes compartidos, ahora sacrificados, como
inocentes de Herodes.
Hay amores perdidos y amores reencontrados; amores de
vida eterna y fugaces amores como las Perseidas, o Lágrimas de san Lorenzo,
olvidados en la memoria. De cuando en cuando, tornamos a reencontrarnos con los
amores perdidos, de juventud o madurez. Apenas reconocidos, evocamos el amor
perdido de unos días pasados; pero el amor deja huella y suscita de nuevo la
pasión. En primera instancia, los besos y abrazos evocan el amor perdido y de
nuevo hallado; en segunda, tornamos a cultivarlo y a mimarlo para que crezca de
nuevo: el roce hace el cariño; el cariño provoca el roce; la palabra, como
medio de comunicación y entendimiento; los gestos, la mirada no perdida, en la
que percibimos aquel amor de verano, de otoño, o de invierno, que florece, de
nuevo, como flor de pasión en primavera. Solos ante el mundo, con el único
equipaje del amor, nunca mercancía de trueque, porque solo a sí mismo se basta
para iluminar la vida desalentada, no apagada por la edad, sino por la ausencia
de amor, los amores perdidos, amores reencontrados en una primavera en flor, como
aquellos perdidos y arrebatados a la vida..., sus nombres evocándonos los
felices días idos, la ausencia sin amores, su presencia siempre en la
memoria..., la llama eterna, viva, perenne del amor inmarchitable...
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