viernes, 28 de marzo de 2014

AMORES PERDIDOS, AMORES REENCONTRADOS


           El amor une, no divide; el amor se encuentra, no se busca; el amor se halla en el camino; el amor no se pierde: se sueña y aparece, como arco iris de primavera. El amor es dulce, apacible, lenitivo. El amor se fortalece en las dificultades, torna a sus orígenes en la crisis. Las ausencias convierten el amor en un delta de presencias, no interesadas: necesarias, pero olvidadas. La ausencia provoca la pérdida del roce, quizá del cariño. Si verdadero, no interesado --como ciertas amistades--, el amor nace y se desarrolla, pero no fenece hasta la muerte. El amor no es solo pasión; la pasión se apaga, pero el amor subsiste. Hubiere apasionados amores que mueren tras la llama de la pasión extinta. Más que un valor, el amor es una vivencia, una constante, una pulsación y latido eternos, incorruptibles hasta la muerte, a la que sobrevive en el recuerdo. No muere el amor, aunque fallezca el sujeto objeto de nuestro amor, como el de Marta, desaparecido, no ido, en búsqueda aún, sin desmayo... "Hasta que la muerte os separe..." La alianza no institucionaliza el amor; a lo más, lo bendice sacramentado; ni una firma rubrica el amor; ni siquiera una convivencia de derecho o de hecho. El amor está por encima de la ley: existe o no existe. Es un vínculo que ata a la pareja, que se fortalece en la convivencia, que fructifica en el amor compartido. Cómo, entonces, puede morir el amor. El amor desparece cuando la llama que lo aviva se apaga. El egoísmo mata el amor; la ausencia de respeto, nubla el amor; el sinsentido de la pertenencia del hombre sobre la mujer, mata amores antes compartidos, ahora sacrificados, como inocentes de Herodes.
            Hay amores perdidos y amores reencontrados; amores de vida eterna y fugaces amores como las Perseidas, o Lágrimas de san Lorenzo, olvidados en la memoria. De cuando en cuando, tornamos a reencontrarnos con los amores perdidos, de juventud o madurez. Apenas reconocidos, evocamos el amor perdido de unos días pasados; pero el amor deja huella y suscita de nuevo la pasión. En primera instancia, los besos y abrazos evocan el amor perdido y de nuevo hallado; en segunda, tornamos a cultivarlo y a mimarlo para que crezca de nuevo: el roce hace el cariño; el cariño provoca el roce; la palabra, como medio de comunicación y entendimiento; los gestos, la mirada no perdida, en la que percibimos aquel amor de verano, de otoño, o de invierno, que florece, de nuevo, como flor de pasión en primavera. Solos ante el mundo, con el único equipaje del amor, nunca mercancía de trueque, porque solo a sí mismo se basta para iluminar la vida desalentada, no apagada por la edad, sino por la ausencia de amor, los amores perdidos, amores reencontrados en una primavera en flor, como aquellos perdidos y arrebatados a la vida..., sus nombres evocándonos los felices días idos, la ausencia sin amores, su presencia siempre en la memoria..., la llama eterna, viva, perenne del amor inmarchitable...
 

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