Ha oscilado como un
péndulo el concepto de lealtad a lo largo de la Historia. Una primera acepción
la atribuye al cumplimiento de las leyes de la fidelidad, del honor y hombría
de bien. Hay otra, empero, en la que hoy se confía más que en la humana: frente
a la combustibilidad de aquella, oscilante por tantas turbulencias, toman más
cuerpo el amor o gratitud al hombre de algunos animales, como el perro o el
caballo. Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre; sensu contrario, que el hombre es un
lobo para el hombre. ¿En qué fiel de la balanza situamos la lealtad? El hombre
tenía a los animales a su servicio; más que de compañía, los asumía como de
carga o para custodia de otros. Les retribuía, a cambio, el servicio como a
otro ser, animado o inanimado: con la comida, bebida y cobijo. Ha pasado mucho
tiempo para que el hombre asumiera esa distinta lealtad del animal; no solo el
servicio, o el de la carga ya inexistente, sino la lealtad incombustible,
frente a la humana combustible, de ocasión. La lealtad del animal a su amo,
capaz de dar su vida por él o por el ganado a su cargo y custodia, nos ha
revelado, al fin, el verdadero concepto de la lealtad. No es, claro, la lealtad
exigible a la legalidad mediante el juramento o promesa con el Estado,
gobernante, comunidad o persona, que ellos no formulan mediante la palabra,
sino mediante su conducta. La lealtad del hombre, aun manifestada libremente,
es combustible; la del animal, incombustible. El hombre jura o promete por su
conciencia y honor lo que después incumple, a sabiendas, o porque no pudiere.
"Trotski", en cambio, mira a su amo, esperando sus órdenes, una punta
de cariño, que le da y le regala tanto como a los amigos que le presente, porque
aquéllos fueren también los suyos.
Lealtad viene del latín "lex" (ley). Es leal
quien cumple con la ley; quien es leal a su señor, en el concepto feudal de la
palabra. El cristianismo rechaza la lealtad dual. "Nadie puede servir a
dos señores, porque menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho al uno
y despreciará al otro." (Mt, 6:24-34). El patriotismo es lealtad; pero no
todos los patriotas son leales a su patria: ni los soldados, que juran o
prometen ofrecer hasta la última gota de su sangre por ella, ni los políticos,
que igualmente juran o prometen lo que después no cumplen. A un patriota le
mueve la voluntad de sacrificio por su patria, hasta dar la vida por ella, como
el soldado de España, natural de Zafra, Abel
García Zambrano, muerto en la flor de su vida lejos de ella, pero devuelto
a ella con el honor de su lealtad intacto. A un mercenario, en cambio, le
motiva la profesionalidad de su trabajo y la paga que recibirá por él. No anida
en él la lealtad a una comunidad, sino a un interés particular.
Una simple palabra
valía antes por todo un contrato de lealtad. Hoy, no basta la palabra, ni el
contrato de la palabra escrita, como manifestación de la lealtad. Se manifiesta
esta tan combustible como las preferentes o subordinadas, manifiesto ejemplo de
lealtad combustible, como la de ciertos políticos, que operan por su propia
causa, no por la pública..., frente a la incombustibilidad de la lealtad
canina. Por ello, los españoles sitúan en el cuarto puesto de sus
preocupaciones a los políticos y a los partidos, según el barómetro de febrero
del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS).
La lealtad decae tanto como suben el desempleo, la
corrupción y el fraude. Tan solo nos queda la lealtad del perro para subsistir
con una sonrisa junto a la faldilla de la camilla, o de paseo, cuando nos regala
su tierna mirada, como "Trotski", en casa, o "Llimi", el
perro policía antidroga de Plasencia, o "Neo" y "Nero" en Cáceres,
tras cumplir con su trabajo...
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