El 11 de marzo de 2004 era un día más, soleado y, presumiblemente,
pacífico. Hacía más de una hora --quizá dos-- en que toda España se hubiere
levantado, aseado, desayunado, presta para ir al trabajo, o al colegio. Viajábamos
en coche, con la radio puesta. Enseguida "despertamos" del sueño: no
podíamos creer lo que oíamos. Atentados en Madrid. Varios centenares de
personas han tomado los trenes de cercanías que les conducen a la capital a sus
trabajos: 191 personas jamás llegarán; otros 1.858 heridas, tampoco lo harán.
Cuatro deflagraciones en cuatro trenes. La cercanía es poca; la distancia será
ya infinita. A las 7.34 de la mañana, levantada ya la amanecida, el silencio
enmudece España.
El
estupor da paso a la movilización. Corren los periodistas para informar; vuelan
los bomberos, las ambulancias, los miembros de los Cuerpos de Seguridad; el
personal sanitario... Los vecinos, asomados a las ventanas, reaccionan
rápidamente y bajan a las calles en batas, con mantas, agua y la pequeña
farmacia casera, para auxilio de los damnificados. Solo el ulular de sirenas de
ambulancias, policías y bomberos, rompe el silencio de la mañana. Un silencio
que acongoja, que encoge el corazón, que derrama el lacrimal, ante lo que oímos
y no vemos, pero presentimos. El personal sanitario de los hospitales se
dispone para salir de la guardia nocturna cuando llegan las primeras noticias;
lo mismo ocurre con bomberos y policías. La guardia se prolongará veinticuatro
horas...
España es una en la solidaridad; son dos Españas en su
división ante los atentados. Nos encontramos en vísperas de elecciones que, por
ellos, cambiará la historia y el rumbo de España. Poco después de las 11.00 de
la mañana se suspende la campaña electoral. Comienza el traslado de heridos a
los hospitales. Conforme pasan las horas, el número de muertos y heridos
continúa en aumento. Las cifras nos machacan como los móviles que nadie
contesta. Asistimos impotentes --ora ante la radio, ora ante el televisor-- a
la transmisión en directo de la tragedia. Nadie sabe nada; nadie responde al
otro lado.
Nos impacta una foto: recostados sobre un árbol, un joven
con la cara ensangrentada, llama por móvil, ante una joven mujer que, a su
lado, le mira como esperando una respuesta. Otro ejército de profesionales de
la sanidad, de la policía, de bomberos, de servidores públicos, se ha
movilizado como un resorte para dar respuesta a los heridos y familiares. A las
puertas de los hospitales, los equipos médicos atienden las llegadas de los
heridos, los clasifican y los derivan a los distintos servicios. Dos horas
duran los traslados. Todo el pueblo, llamado a arrebato, se moviliza para donar
sangre... A primera hora de la tarde, el ministro del Interior culpa a los
etarras. No, no ..., se dice todo el mundo. No pueden ser ellos. Son demasiados
contra un pueblo tan grande, que irá a por ellos hasta aplastarles. Comienza el
día de la ira... A las 15.00 horas comparece el presidente del Gobierno; poco
después, la ONU condena el atentado; antes de las nueve de la noche, habla el
Rey. A las 21.30, Al Qaeda reivindica el atentado. La Policía continúa la
búsqueda de restos humanos, pertenencias y explosivos. A mediodía del día 12, España guarda un minuto de
silencio. Los forenses de todo el país acuden a Madrid para ayudar a sus
colegas en la identificación de los cadáveres en la improvisada morgue de
Ifema. Los móviles de los fallecidos y heridos siguen sonando sin que nadie
responda. Todo el mundo se pregunta quién ha sido. El presidente habla de dos
líneas de investigación abiertas. El ministro del Interior sigue negando la
evidencia. Comienza la discusión sobre la autoría. Otros móviles de vivos llaman invitando a manifestarse para exigir
explicaciones al Gobierno. Mientras, los familiares recorren los hospitales en
busca de los hijos, esposos, madres o hermanos..., que no responden. Los
psicólogos tratan de calmarles...
El 13 de marzo,
se continúa insistiendo en la autoría de ETA. Por la tarde, se producen
manifestaciones ante las sedes del partido en el Gobierno. El silencio da paso
a la indignación. Los ciudadanos piden respuestas claras. En Ifema y en los
hospitales se trabaja a destajo para identificar a los muertos, para curar a
los heridos y dar respuesta a los familiares. El otro ejército de los
servidores públicos de España responde sincronizadamente, a la perfección, como
nunca en la historia.
El día 14
tiene lugar la jornada electoral. Todo el mundo acude a los colegios
electorales entre el silencio, la indignación y la repulsa. ¿Deberían haberse
suspendido las elecciones, al igual que se interrumpió la campaña? La pregunta
continúa en el aire. A las 22.00 horas se anuncia el triunfo del PSOE. Es una
hora más de España; la hora en que, quizá, cambió el rumbo y la historia de
España. Después, como siempre, las dos Españas de Machado.
Diez años después recordamos esa hora, honramos a las víctimas,
colocamos velas y flores en su recuerdo, con las secuelas aún pendientes, con
interrogantes todavía por responder, con vidas truncadas --muertas y. aun vivas,--
que siguen interrogándose, mirando al vacío, la mirada perdida, el recuerdo
siempre vivo de aquella mañana en que en España se hizo el silencio..., algunos
todavía en coma, como si no hubieran pasado diez años...
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