Cuando a primeros de
diciembre de 1981, el entonces presidente del Gobierno de España, Leopoldo Calvo Sotelo (Madrid, 1926;
Pozuelo de Alarcón, 2008), nombró a María Soledad Becerril Bustamante (Madrid,
1944) ministra de Cultura, el aparato administrativo gubernamental y los medios
de comunicación se vieron sorprendidos por el acontecimiento y se preguntaban
cómo tratarla: ¿la señora ministra; la ministro, acaso...? Era la primera mujer
designada ministra desde la II República, cuando Federica Montseny (Madrid, 1905; Toulouse, Francia, 1994),
sindicalista, escritora, política, ensayista y anarquista, fuere la primera mujer en ocupar un cargo
ministerial en España y una de las primeras en Europa Occidental, al detentar
la cartera de Sanidad y Asistencial Social entre el 04/11/1936 y el 17/05/1937.
Consultada la Academia, no lo dudó un instante: ministra, por supuesto. Desde
el 29/06/2012 es también la primera mujer en ostentar el cargo de Defensora del
Pueblo.
En vísperas de la celebración del Día Internacional para
la eliminación de la Violencia contra la Mujer (miércoles 25), en el que se
pretende que la población tome conciencia de los derechos de la mujer en todo
el mundo, no está de más fijar qué entendemos por el sintagma (violencia de
género, sexista, tráfico de mujeres, explotación sexual, mutilación genital,
maltrato emocional, acoso psicológico...), en oposición a dobletes lingüísticos
que, en aras de una pretendida igualdad de la mujer en todos los ámbitos, como
recoge nuestro ordenamiento jurídico, traspasa unas barreras que nada tienen
que ver con el abanico de la violencia enunciada, una violencia que no es de
género, sino gramatical. En este Día, declarado por Naciones Unidas en
diciembre de 1999, en recuerdo de las tres hermanas Mirabal, activistas de la República Dominicana, ordenadas fusilar por
orden del dictador Rafael Leónidas Trujillo
(1891-1961) --quien gobernó como
dictador desde 1930 hasta su asesinato en 1961--, nos planteamos las vertientes de la violencia de género o
sexual y sus ámbitos de aplicación, que no es otro que la violencia ejercida
sobre la mujer, ya sea en el terreno físico, sexual o psicológico, que tienden
a amenazar o coartar su libertad de seres libres. Reflexionar sobre esto en
esta jornada, cuando en nuestro país van asesinadas en lo que de año
55 mujeres, en una espiral que no cesa (véase el blog ibasque.com) pudiere parecer un
contrasentido que no es tal.
El 23/05/2004, el académico Francisco Rodríguez Adrados escribía en el madrileño diario Abc un artículo titulado "Violencia
que no es de género", en el que, tras afirmar que la Academia se había
decantado por condenar la expresión "violencia de género" y
recomendar "violencia de sexo", o sexual, argumentaba que violencia de género viene dcl inglés gender violence, "un anglicismo,
como tantos", y recordaba a Aristóteles,
para quien el género es anterior a la especie, y así hablamos del género
humano, de los géneros literarios o de tal "género de cosas". En
inglés --señalaba Rodríguez Adrados-
gender es sexo, y en español y muchas
más lenguas es género gramatical. Y argumentaba. "Traduciendo el gender sexual por género, "no es
que atribuyamos a nuestra palabra un significado que no tiene, sino que
introducimos una grave confusión. "Masculino" y "femenino",
los dos géneros, no se refieren de por sí, ni mucho menos, al hombre o a la
mujer, el macho o la hembra... y la violencia la ejercen las personas y no
entidades gramaticales", aunque reconocía que "ciertamente el género
masculino o femenino pueden indicar sexo: el niño o la niña, por ejemplo; pero
nada tienen que ver con el sexo la silla o el banco, la sandía y el melón. Y
otras veces el género simplemente falta en muchas palabras, se marca con la
ayuda de la concordancia: hay el estudiante y la estudiante. O ni así: el
ratón, el bebé, el lince, masculinos gramaticalmente, tienen en realidad género
común. Y hay casos notorios de ambigüedad: el hombre es masculino, ·pero según
el contexto puede significar el varón frente a la hembra" o,
contrariamente, subsumir a ambos: decimos los
hombres, los derechos del hombre,
el hombre es un ser racional,
refiriéndonos a hombres y mujeres. Los niños abarca a niños y niñas... y el uso
neutro del masculino nos evita estar diciendo constantemente los funcionarios y las funcionarias... En definitiva, concluía, género no implica de por sí sexo y no se corresponde al gender inglés. Género en violencia de
género, es un anglicismo insidioso, y los géneros gramaticales no ejercen
violencia el uno contra el otro. Solo las personas. Y abogaba, en fin, por
decir violencia sexual o violencia doméstica.
La lucha por la igualdad entre hombres y mujeres mueve a
muchos a feminizar el género masculino, como si con ello pretendiéramos, por
encima del género gramatical que nos fuere propio, elevar el grado de igualdad
que nos debe unir a todos en el amplio sentido que indican las leyes, que no en
el género gramatical, llevándonos a dobletes lingüísticos que no debieren
existir en la contienda dialéctica sobre la violencia doméstica o sexual. No se
explica, de lo contrario, la guerra no declarada en el sentido de manifestarse
unos más luchadores por la igualdad que otros, al hacer un gobierno paritario
entre hombres y mujeres, como Zapatero,
o con más mujeres que hombres, como Fernández
Vara, o la listas cremallera, o una presunta igualdad de género en las
listas electorales que, por lo demás, no son más que indicativas de una
igualdad efectiva sobre el papel, que no sobre la realidad. Su argumento es que "por algo hay que empezar", olvidándose
después de las mujeres paradas en la Comunidad, aunque estén inscritas en el
SEXPE, y dejando fuera del mercado de trabajo, aun temporal, una franja que se
sitúa entre los 25-45 años, a quienes aquí ni tienen ni hallan trabajo y menos
aún por parte de quienes predican una igualdad que no es de género.
El recordado maestro
Ricardo Senabre (Alcoy, 1937;
Alicante, 5 de febrero de 2015), exdirector
del Colegio Universitario de Cáceres y exdecano de su Facultad de Filosofía y
Letras, escribió también en la
tercera de Abc, el 02/04/1997, un artículo titulado "Compañeros y
compañeras" --sintagmas y desdoblamientos lingüísticos a los que tan
proclive es la izquierda, tan generosa en favorecer la igualdad por ley como en
negarla en la realidad, nada digamos de la derecha cerril--, en el que narraba
una anécdota que le ocurrió cuando callejeaba por Buenos Aires, "cuando
vio que había muchas personas que iban concentrándose en el extremo de una
plaza y alrededor de un tingladillo al que acaba de encaramarse un individuo
provisto de megáfono. Me acerqué con curiosidad y tuve la suerte de no perder
ni una sílaba del discurso, cuyo brioso arranque, que me apresuré a copiar en
un papel, era así: Compañeros y compañeras: nuestros delegados y delegadas han
hablado ya con los encargados y las encargadas de todos los servicios para
pedir que la media hora de pausa de los trabajadores y las trabajadoras
coincida con la hora de ocio de nuestros hijos y nuestras hijas en el jardín de
infancia de nuestra empresa... Confieso que me sentí consternado... y se me encogió
el corazón." Cómo no sentirse de tal guisa quien, en sus empieces como
director del Colegio Universitario de Cáceres, era conocido como "doctor Senabre", sintagma que, en la
pueblerina sociedad del tardofranquismo cacereño de principios de los setenta,
fue considerado como sinónimo de "médico". Bien es verdad que
"doctor" y "doctora" se alternan como sinónimos de médico y
médica, sin que por ello quiera decirse que los licenciados en Medicina y
Cirugía hubieren el grado académico de doctor. Cómo extrañarnos que, más de
cuarenta años después, nuestra alcaldesa jure su cargo como "concejal de
este excelentísimo ayuntamiento" y que en su placa que anunciaba su
despacho profesional pusiere bajo su nombre "abogado", en lugar de abogada, antes de ser alcaldesa.
Menos mal que la miembra (la ministra
Aido dixit) del pleno juró después
su cargo como alcaldesa, y no alcadeso.
Unos se pasan y otros no llegan. El doctor Senabre
se acercó un día al sanedrín de los escasos plumíferos cacereños que entonces cubrían un acto y les preguntó:
¿Qué género tiene el vocablo área?, y todos respondieron al unísono: "Femenino,
don Ricardo". Entonces, les
dijo: ¿Y por qué escriben ustedes siempre "el Gran Área de Expansión
Industrial de Extremadura", en lugar de "la Gran Área..." Desde
entonces, no volvimos a pinchar en el hueso de género que, en ningún caso, es
correlativo de igualdad, como pretenden hacernos creer políticos y políticas de
izquierda que principian sus intervenciones con un "Buenas tardes a todos
y a todas..." (la presidenta de la Asamblea el pasado 19, en la Sala de la
Autonomía de la Cámara, durante la presentación del libro de Rodolfo Orantos), mezclando
notoriamente género y sexo, ignorantes de que la Academia da por bueno que el
plural masculino acoge a todos los géneros, aunque algunos lo vean como un
signo de sexismo. Señalaba el profesor Senabre
que "el género es una marca gramatical, mientras que el sexo es una característica
biológica. El género se refiere a las palabras y el sexo a los animales. Cómo
explicar a ese redentor iluminado --se preguntaba-- que el sexismo no está en
las palabras, sino en los comportamientos, en los actos de menosprecio, en las
crudas desigualdades salariales... Algunos acabarán por reclamar denominaciones
como "soprana" y contralta" para luchar contra el sexismo, una
contienda que "no debe librarse en el terreno del lenguaje, sino en el
jurídico y en el de la realidad cotidiana". Todavía hoy, muchos hombres se
atreven a decir: tengo dos varones y dos hembras..." (en referencia a sus
hijos), pero nunca dirán machos,
porque saben de sobra que eso solo se aplica a los animales; como en el antiguo
régimen, los hombres eran señalados en el DNI con una uve (V, de varón),
mientras que a las mujeres se las señalaba con una hache (H, igual a
hembra"), como si fueren animales para cría..., algo que finiquitó la
democracia, como los exclusivos partes de RNE. También algunos esposos presentan a sus
esposas o cónyuges con un "aquí, mi señora", como si el debido
tratamiento que le corresponde lo reconvirtieran en una propiedad suya; pero ninguna
esposa presentará a su marido con un "aquí, mi señor", conocedora de
la separación entre estado civil y tratamiento. ¡Estaría bueno...! "De
aquellos polvos vienen estos lodos", como el camalote en el Guadiana, que
nadie sabe como ha venido, pero ahí continúa..., y que quizá nos impida ver
este año las nieblas de santa Eulalia.
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