Gerald Brenan publica en 1950
"La faz de España", uno de tantos libros de viajes en el que narra el
que su esposa y él hicieron por el centro y sur de España en 1949. En
doce capítulos --uno de ellos dedicado por completo a Mérida-- Brenan desentraña esa "faz de
España" que tanto le atraía y donde quiso vivir y morir.
El impenitente viajero inglés había visitado Mérida quince
años antes (en 1934). "Era una tarde de verano -comienza diciendo--; el
sol se ponía; una pálida luz rojiza caía sobre las murallas romanas y las
torrecillas erizadas de nidos de cigüeñas. Tuve la impresión de una ciudad
perdida, alejada de la civilización, en el remoto y desértico oeste." El
segundo viaje comienza una mañana del 7 de abril de 1949, procedente de
Badajoz. "El efecto fue totalmente distinto. Era primavera, esa estación
irreal cuando la Naturaleza pone sobre esas tierras calcinadas por el sol un
breve acertijo, de tal modo que los vívidos verdes de las acacias, los
plátanos, las higueras y los olmos parecen no tener las habituales hojas, sino
gallardetes colgando para decorar un carnaval."
Brenan
comienza su itinerario emeritense por la plaza del mercado, "atestada de
gente del campo y, cuando bajamos a la calle principal, nos encontramos con
nuevos tipos de gente, hombres altos moldeados por el clima con anchos
sombreros sobre sus cabezas y largos látigos en sus manos y hermosas gitanas de
lentos andares que nos dijeron que nos hallábamos en la región de España que
había dado a México sus vaqueros y a
Argentina sus gauchos. Las ruinas de Emérita Augusta, capital de la Lusitania
romana, puede que estuvieran por allí, pero Mérida no era más que una pequeña
ciudad provinciana, dedicada a la cría de ganado", observa. Visita el
puente sobre el Guadiana, que "reptaba como un amarronado ciempiés sobre
el lecho del río, apoyado en sus sesenta y cuatro arcos de granito".
Observa desde él la ciudad y se encuentra con el "amigo policía periodista
de Badajoz", que le habla del matadero, "el mejor de toda España",
que "ha hecho que el nombre de Mérida sea conocido de un extremo a otro
del país". Se pregunta Brenan
si su amigo de Badajoz es un "espía de la policía" y se responde a sí
mismo que "es un miembro de ese ejército de expósitos flotantes que se
gana la vida de la manera más variada. Uno no necesita recurrir al pasado
árabe para verlo como un país de nómadas, vendedores de loterías ambulantes y
limpiabotas, vendedores callejeros y corredores de apuestas, contrabandistas y agentes a comisión,
cesantes que tan pronto tienen trabajo como no." Como se ve, Brenan no solo anota lo que ve, sino
que trasciende su visión preguntándose el porqué de las cosas y, en este
sentido, apunta que "el sistema económico español es como un juego de las
sillas vacías, en el cual solamente hay la mitad de sillas que de
jugadores".
Tras la comida, se dirige a visitar la basílica de Santa
Eulalia, "una espléndida iglesia del siglo XIII con un techo artesonado". El párroco se la
enseña. Cuenta la historia de la Mártir, sus tormentos y cómo tras morir,
"una paloma blanca (su alma) surgió volando de su boca y ascendió a los
cielos"... De la basílica se dirige al museo, "alojado en una iglesia
cupulada del siglo XVIII". Subraya el visitante que "el auténtico
tesoro de este museo reside en su colección de escultura visigoda, extraída de
iglesias desaparecidas" y acentúa su impresión de que, "aunque España
no es un país de ideas o descubrimientos atrevidos, existe sin embargo una
sorprendente cantidad de talento artístico durmiendo en las distintas
regiones"...
Ahora, el visitante se sienta en la terraza de un café,
instalada bajo un toldo, en medio de la plaza plantada con acacias. Observa
desde allí "uno de los grandes rasgos de Mérida: las cigüeñas, que anidan
en los muros romanos, acueductos y
pilares, "pero cuando no encuentran ninguno condescienden en hacerlo en la
torre de una iglesia o en alguna porción sobresaliente del edificio de un
convento, actitudes graves y dignas"...
Para el viajero e historiador inglés, de los restos
romanos que llenan desordenadamente Mérida, el más famoso es el teatro, que
"ha sido inteligentemente restaurado", pero resalta que "más
hermoso es el alcázar o fortaleza,
que se alza escarpado sobre el río con sus corroídas piedras de granito y sus
altos contrafuertes".
Se pregunta Brenan
por qué los romanos "crearon una ciudad de este tamaño e importancia en un
lugar así" y responde con la tesis de Mrs.
Isobel Henderson, una experta en la España romana, quien se lo hubiere
explicado. "Mérida --dice-- fue
construida por Augusto para ser su
capital y centro administrativo... La Lusitania, la provincia que comprendía
Portugal, Extremadura y la franja occidental de Castilla, había sido sojuzgada
pero no asimilada; es decir, le faltaban ciudades y su economía era más
ganadera que agrícola... Su propósito inmediato era proporcionar hogares y
pensiones para veteranos y, a más largo plazo, desarrollar toda la región y
educarla en las artes de la paz y la civilización. Su actual posición fue
determinada por hallarse en la gran ruta hacia el norte, el Camino de la Plata,
que iba de Sevilla a Astorga..."
"Don Gerardo",
como fuere conocido en la Alpujarras granadinas, "cansado de tanta
contemplación, se va a caminar por el puente romano. Detiene su mirada en los
hombres y mujeres, mulas y asnos, que regresan a la ciudad desde la otra
orilla. Observa a las mujeres lavando ropa en los remansos y extendiéndola a
secar; "al ganado indolentemente quieto, moviendo sus colas, y jinetes a
lomos de caballos y mulas dejando beber a sus monturas... Uno nunca se cansa de
la belleza de la luz y los escenarios de España..." Observa Brenan un paseo entre amigos, ese
mirarse a la cara, tan distinto al comportamiento inglés, en el que dos hablan
sin mirarse. "Los españoles son incapaces de conversar, como hacen los
ingleses, sin mirarse... Todo es calor y amistad: las palmadas en la espalda, esos
toques en el brazo, sirven para reafirmar."
¿Qué le queda al viajero por visitar? "Puesto que la
mañana era más bien cálida, cruzamos la plaza en dirección a la iglesia
parroquial de Santa María (hoy, concatedral del recuperado arzobispado que
hubiere Mérida, cuyo metropolitano comparte su cátedra pacense con esta de la
ciudad). "Es una iglesia medieval, iniciada en el siglo XIII, y ampliada
en el XV con una corta y ancha nave y dos alas, en las que se abren las
habituales capillas atestadas con el brillo de los sobrecargados ornamentos
barrocos". Observa el visitante las ventanas, situadas justo debajo del
techo, "de tal modo que la luz, entrando desde arriba, revela la
configuración general de las paredes y bóvedas, pero deja abajo una penumbra
que satisface a los sentidos". Le sorprende como la más hermosa que haya
visto en este viaje, "a excepción tan solo de la Mezquita de
Córdoba". Queda extasiado con las capillas, con su retablos tallados y
dorados, sus extáticos Cristos y Madonas, sus complicadas volutas de yeso y
apenas entrevistas pinturas ennegrecidas
por el humo. "Es en iglesias como esta, no relacionada por la Baedeker y a
menudo desconocidas para cualquier otra guía, donde se descubren las
principales alegrías y sorpresas de un viaje por España."
Y después de comer,
Brenan toma un taxi para visitar el denominado Lago de Proserpina, la
represa romana que se halla a unos cinco kilómetros en las afueras de la ciudad
y de una extensión de terreno ondulado, cubierto con rocas, hierbas, asfódelos
y unos cuantos álamos dispersos. "Este es el principio de la gran región
de cría de ovejas y ganado de Extremadura. Abajo, en una hondonada, hay un lago
azul, de unos ochocientos metros de diámetro..." Habla del dique que
bloqueaba el valle, "un largo muro de piedra finamente tallada, sostenido
por fuertes puntales: un espléndido ejemplo del arte de los constructores,
mostrando la belleza que puede conseguir la construcción sencilla". Habla
con el taxista, hijo de un pastor, educado en medio de una gran pobreza, que le
dice:
--Mire la España de hoy. El trabajador se está muriendo
de hambre, las clases medias apenas pueden resistirlo. Nos estamos acercando a
un completo desastre. Y todo el mundo sabe la razón...¡Pobre España! ¡En qué
estado se encuentra! Todo abandonado,
todo abandonado...
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