Mérida tuvo 21 obispos
en los primeros siglos de la era cristiana, desde Marcial, el primero, a mediados del siglo III, hasta Arnulfo (839-862), antes de la
traslación de la Metrópoli emeritense a Compostela, hecha por el papa Calixto II en 1119.[1] Según Enrique
Flórez (Villadiego, Burgos, 1702; Madrid, 1773), el agustino estudioso de
la "España sagrada", "Mérida era una de las tres ciudades capitales,
únicas metrópolis de todo el continente y que, por nueva colonia de veteranos,
engrandecida con el nombre de Augusto,
era como ciudad de moda. [2] Supone
el autor que la introducción del Evangelio en Mérida fue al comienzo de su
aparición en España, en el siglo I.
Aunque no existe documento que determine el tiempo,
nombre y circunstancias del primer prelado, no se puede dudar, según el citado
autor, que Mérida tuvo obispo en el espacio muy cercano a los primeros varones
apostólicos, "porque esto da por supuesta la remota antigüedad en que
empieza a sonar prelado de aquella sede en monumentos auténticos, no solo del
Concilio de Eliberri, sino de San Cipriano,
al medio del siglo tercero de la Iglesia. Por entonces se menciona obispo
emeritense, que no podemos comprobar que fuese el primero. No menor
comprobación es la de los martirios, con que Mérida fue ilustrada en el tiempo
de la gentilidad, porque la sangre derramada en testimonio de fe, es prueba de
la firmeza con que estaba arraigada en los corazones emeritenses la religión cristiana,
pues ni la promesa ni el rigor de los gentiles pudieron prevalecer; antes bien,
fueron vencidos hasta por el débil brazo de doncellas".
El primer obispo católico de Mérida del que se tiene
constancia fue Marcial "desde
antes del 252, cuyo nombre ha llegado a la posteridad entre los primitivos de
Mérida, mencionado con expresión por el glorioso mártir S. Cipriano en la Epístola 68, aunque la sede no está allí
declarada con tanta claridad como el nombre, por lo que algunos la proponen con
duda, y otros, en lugar de Mérida, expresan la de Astorga, como le sucedió al cardenal
Baronio en sus Anales, a quien
siguieron luego Fleury y otros
escritores. Fue consagrado antes de 252, sin que tengamos documento del año en
que murió", añade el P. Flórez.
¿Qué sabemos de él? "Funesto en la sustancia, pero
comprobante de la antigüedad de la sede. Fue el caso de los más ruidosos,
por haber resonado no solo en toda España, sino en Italia, y en África, como
corresponde a la ruina de dos obispos: Basílides
de León, y Marcial de Mérida",
señala Flórez.
Cuenta el autor que, en tiempos de la persecución de Decio (antes del año 254) "tuvieron
tanto miedo de ser delatado a los jueces..., tanto deseo de conservarse en su
honor, que redimieron con dinero la vejación, haciéndose libeláticos [3]. Esto
se reputaba delito muy grave entre los cristianos, con razón, porque no siendo
el libelático perseguido por los que perseguían a los cristianos, venía a
quedar fuera de aquella clase, y, consiguientemente, estaba en el público con
la libertad de los que le negaban lo que, como delicadamente arguye Tertuliano, era ser rico contra Dios". "Basílides cayó enfermo, y blasfemó de Dios, según confesó después. Marcial
frecuentó los impuros y detestables convites de los gentiles. Así uno como
otro obispo declararon sus delitos y como no podían perseverar en la dignidad,
pasaron las Iglesias y los pueblos de León y Mérida a nombrar sucesores. Juntáronse
los obispos comarcanos --relata Flórez--, y con asenso de las plebes, y
de otros prelados ausentes, que accedieron por escrito, quedó electo y
consagrado en la sede de León y Astorga, Sabino,
sucediendo a Basílides, infiriéndose
del contexto de la Carta de S. Cipriano,
que en lugar de Marcial, fue
colocado Félix, por ser este el
nombre del obispo que con Sabino
pasó a África".
Basílides de
Astorga se fue a Roma, "no a confesar sus pecados, sino a cometer otros
nuevos, como lo hizo por las malas artes de engañar al Pontífice S. Esteban I y logró orden del Papa
para ser restituido a la sede. En efecto, volvió Basílides a España a poner por obra sus injustos conatos, agravados
ya con el nuevo delito de la seducción del Pontífice: y como la causa era común
a la de Marcial, quiso también hacer
suya la injusta pretensión de ser restituido a la sede". Los obispos.
sorprendidos por la decisión papal, apelaron a los obispos del norte de África
y, en el año 254, Cipriano de Cartago
reunió a 36 obispos "y leídas las Cartas de España, respondieron a bando
la deposición de unos y la ordenación de los otros, y que no se podía rescindir
la consagración hecha según derecho por el rescripto obtenido del Papa",
determinando la expulsión de la Iglesia
de Basílides y Marcial.
[1] Vid.: R. P. M. Fr. Henrique Florez: España sagrada. Teatro geographico-histórico
de la iglesia de España. Origen, divisiones y límites de todas sus provincias,
antigüedad, traslaciones y estado antiguo y presente de sus sillas, con varias
disertaciones críticas. Tomo XIII, De la Lusitania antigua en común y de su
antigua metrópoli en particular, dedicado a los santos de esta metrópoli,
2ª edic. repetida, Oficina de Don José Collado, Madrid, 1816, pág. 256.
[2] Ob. cit., Tomo XIII, edic. 2ª, ISBN: 84-933
875 -3-3, págs. 132-139, Madrid, 1782.
[3] Se dice de los
cristianos de la Iglesia primitiva que, para librarse de la persecución, se
procuraban certificado de apostasía, en Diccionario de la Real Academia Española,
vigésima segunda edición, 2001, Tomo III, ISBN
239-6824-3, Espasa Calpe S. A, Madrid, 2001.
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