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Una
de las palabras más conocidas que nos dejó 2020 fue COVID-19 (o covid-19,
sustantivada, nunca con la inicial solo en mayúscula), quizá la palabra del
año, la más utilizada, las más conocida de todas las que nacieron del tronco
común, acrónimo del inglés coronavirus
disease, al que se añadió el 19 por ser el año en el que se conoció el
primer caso. Desde un principio, muchos escritores no supieron a qué atenerse a
la hora de escribirla y hubieren dudas sobre el género del vocablo, aunque
fuere preferible el empleo del femenino: la COVID-19, nombre de la enfermedad
del coronavirus. No obstante, tampoco es incorrecto utilizarlo en masculino,
cuando nos referimos al virus. La reiteración del vocablo a lo largo de los
días en los medios de comunicación ha conducido a utilizarlo en nombre común –covid-19--, sin tilde y si se pronuncia
como palabra llana, kóvid, sí tendría
que llevar el acento.
Sea
como fuere, el covid-19 ha dado lugar también a determinadas fobias en los
pacientes que ya lo sufrieren o por venir, a pesar de las vacunas que llegaren
para frenarlo. Hay una fobia social, la agarofobia,
el miedo a los espacios exteriores o multitudes, que secundan, sin pensárselo
dos veces, quienes no desean que el virus les abrace por no guardar la
distancia de seguridad requerida, aun elevada esta al cubo. Como si fuere hija
de la claustrofobia sufrida tras el
confinamiento entre el 13 de marzo y el 20 de junio. No hay que confundir con nomofobia, el miedo a estar sin teléfono
móvil; o aporofobia, el rechazo al
pobre, acuñado por la filósofa Adela
Cortina en su libro Aporofobia, el
rechazo al pobre (Paidós, 2017) a partir del término griego áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico), incorporado al
Diccionario y que Fundéu la declaró palabra del año 2017.
Otra
fobia social del covid-19 es la halefobia,
que consiste en el miedo irracional a ser tocado o por algo o a tocar algo,
intensificado por la pandemia y el mandato del distanciamiento. No se trata ya de chocar los cinco, que mucha gente rehúye, sino la de tocar el pomo
de una puerta que utilizan muchos no convivientes ni allegados; apretar el
botón del ascensor, abrir una puerta o chocar el codo con otra persona o los
nudillos de la mano que te ofrecieren otras, a falta del beso o abrazo deseados.
Tampoco
los médicos se libran del rechazo de algunos pacientes, puestos en sus manos
para ser curados, por su exposición al virus en su labor profesional. Ese
rechazo ha sido conocido como yatrofobia
o iatrofobia para referirse a
esa aversión al profesional expuesto al virus a diario. No aparece en el
Diccionario, aunque sí iatrogenia,
la alteración, especialmente negativa, del estado del paciente producida por el
médico.
Finalmente,
tendríamos que referirnos al síndrome de
la cabaña, el sentimiento de no querer salir a la calle ante un futuro
social de incertidumbre, ese miedo a salir que experimentan los confinados,
distinto a la fiebre de cabaña,
referido al estado mental de las personas que forzosamente viven dentro de
espacios pequeños, remotos, aislados o monótonos, que ha conducido a una
sensación de desasosiego, de estar `enjaulado´, depresión, irritabilidad,
soledad, impaciencia, aburrimiento, frustración…
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