Ese mismo día de su ingreso como académico, publicaba en El Periódico Extremadura de Cáceres una entrevista que le hubiere realizado días antes en Badajoz para homenajear y dar a conocer en ella a un hombre hecho a sí mismo, que había emocionado a los campesinos y asombrado a los académicos de la Lengua desde el extremeño Rodríguez Moñino hasta Dámaso Alonso pasando por Camilo José Cela, que alabaron su poética llena de vida y crudeza, estigmas que en otro tiempo le apartaron del círculo de los elegidos. Aquel niño del hospicio pacense, que se pasaba las horas muertas leyendo, pero que no fue al instituto ni a la universidad, ingresó en la gloria de los inmortales.
Sin estudios de clase alguna, Manuel Pacheco, cuyo 121 aniversario de su nacimiento conmemoramos hoy domingo, me confesaba: “Lo siento como un reconocimiento a mi labor (el ingreso en la Academia de Extremadura). Tuve que trabajar muchísimo desde los 13 años y he leído muchísimo desde los 8 y creo que me moriré leyendo. Cuando voy a los colegios les digo a los niños que lean, porque el libro es lo que le da cultura a un hombre y un hombre culto no puede ser nunca esclavo.”
Sobre su poesía, Pacheco decía que “ha sido una de las más fuertes que se ha escrito en Extremadura. Mi libro Ausencia de mis manos cayó como una bomba aquí; pero Rodríguez Moñino, Arturo Gazul, Valbuena Prat y Dámaso Alonso lo elogiaron”. “Al poeta –seguía diciendo-- lo tienen como un ser aparte, y más en este estado de consumismo y materialismo, en que no importa nada, solo el consumo y el poder… El poeta está en contra de todo eso.”
Para Pacheco, quien se definía a sí mismo como “poeta surrealista y social”, “su surrealismo es distinto al onírico francés, porque “en mis libros más surrealistas llevo la misma técnica que lo que ellos creen que soy un poeta social; pero decía Heidegger que toda poesía, la poesía auténtica, es una poesía social. Se confunde lo social y lo político. Lo social es lo que busca la verdad y lo político va en la línea del partido que sea. Tuve una disputa con un argentino, que me decía que tenía que llevar en mi poesía un arma. ¿Un arma, para qué? La poesía no tiene que tener armas ni bombas ni metralletas ni nada. Me decía: es que Neruda… A Neruda le admiro, pero los poemas malos que tiene son los políticos.”
Cela dijo de su poesía que “solo la muerte puede acallar el chorro de poéticas verdades que mana de su boca”... Pacheco respondía: “No se lo creían ni en Madrid ni en Barcelona: fuimos los primeros que hacíamos recitales de música y de poesía y teníamos hasta 6.000 oyentes, gente de pueblo, la mayor parte analfabeta y, sin embargo, aguantaban algunas noches hasta las cuatro. Fue un éxito rotundo.”
Manuel Pacheco me contaba hace treinta años que, cuando vivía en las Canteras, había allí un hoyo grande, donde vivía mucha gente en chozas, y metían los burros allí, y un burro rabioso mató a un niño de 2 años. Fue una cosa de tragedia griega. Escribí una cosa y se la envié a Juan Fernández Figueroa, director de la revista Índice, y me decía: que vamos a ir a la cárcel, y fue un éxito tremendo…
“Participé –recordaba—en 1958 en una campaña de alfabetización por toda la Siberia y aquello fue impresionante. Los campesinos no sabían leer ni escribir y, cuando les recitábamos nuestros poemas, que no estaban dirigidos para ellos, se les caían los lagrimones. No entendían, pero sentían esa poesía y sabían que estábamos hablando de sus problemas, Iban las autoridades y nos invitaban a comer y decíamos que no: que nosotros comíamos con el pueblo.”
Celaya dijo de él: “Tu abundancia me refresca y me da vida. Tú cantas con una hermosa anchura, no sin dolor, pero con más juventud que yo, y eso me ayuda.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.