El
proyecto no pretende, tampoco, servir de trampolín para un trabajo; para que
otros recojan a los discapacitados que pudieren cubrir sus necesidades, pero
que nada les dieren de lo que tanto necesitan: el cariño que solo unos padres
pudieren darles.
María
José Pérez y su marido Chema Tovar acogieron en su casa hace casi treinta años
a ocho discapacitados, que convivieron con sus dos hijas, al tiempo que crecían
sanos en familia y trabajando fuera de casa cuando les llegó la hora. En 2015,
la mamá adoptiva de los discapacitados recibió un reconocimiento de la
Asociación de Mujeres de Extremadura por la Innovación y el Desarrollo de
Plasencia.
El
padre Ángel (Mieres, 1937), fundador de Mensajeros por la Paz, le propuso a
Chema hacer de su casa un lugar de acogida para niños con discapacidad
psíquica. Después los pequeños pasaron a depender de la Junta de Extremadura y
su casa se convirtió en un piso tutelado. “Cuando llegaron --contaba María José
en El Periódico Extremadura
(07/03/2015)-- no sabían convivir en un hogar y les enseñamos a vivir en
familia. Tanto que los acogidos les llaman “papá” y “mamá”.
De
ellos, con su experiencia, ha nacido esta idea que han compartido con otras
muchas personas que la apoyan. No desean figurar ni presumir de nada de lo que
han hecho, ni siquiera ser protagonistas de la aventura que han iniciado con
tantos como se necesitan para ayudar a los perdidos en el camino que no saben
transitar.
Es
mucho el camino hecho ya; pero también es verdad que la pandemia ha fracturado algunos
de los logros conseguidos. Se ha desvirtuado el espíritu de acogida en algunos
centros por falta de recursos económicos; pero, sobre todo, por la carencia de
alma y corazón que necesitan todas las personas discapacitadas por parte de sus
cuidadores.
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