Benedicto XVI (Benedictus, PP. XVI), nacido en Marktl, Alemania, el 16 de abril de 1927 y fallecido en la Ciudad del Vaticano el 31 de diciembre de 2022, fue hasta ayer el 265 papa de la Iglesias Católica y soberano de la Ciudad del Vaticano desde el 19 de abril de 2005 hasta su renuncia el 28 de febrero de 2013. Tenía 95 años.
Ya en la audiencia general del pasado miércoles, en el Aula Pablo VI del Vaticano, su sucesor, el papa Francisco, nos había avisado de su estado de salud, agravado, y solicitaba oraciones por él porque “se encontraba muy enfermo”. Se esperaba, pues, su final, de un día para otro. Hacía tiempo que su secretario personal, el alemán Georg Gänswein, manifestó que el obispo de Roma “se apaga como una vela, lenta y serenamente”. Nada hacía presagiar, sin embargo, un final tan rápido. El secretario se había marchado tras la Nochebuena a su país natal y regresó urgentemente al Vaticano para permanecer junto a él y los médicos que le cuidaban hasta la hora de su muerte, ayer mañana, a las 9.34 de la mañana, en el Monasterio “Mater Eclesiae” del Vaticano, según informó el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Hasta ayer, último día del año, en que la vela que había iluminado y sostenido la fe cristiana, se apagó.
Nada hizo sospechar cuando Benedicto XVI anunciaba en febrero de 2013 que abandonaba el liderazgo de la Iglesia Católica porque no se sentía con fuerzas suficientes para continuar en el cargo. Hablaba en latín ante un grupo de cardenales. El papa Benedicto XVI no renuncia ni abdica. “El Romano Pontífice tiene a la Iglesia, en virtud de su oficio (munus) como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y poder universal, que siempre puede ejercitarse libremente, según la Constitución Dogmática Lumen Gentium. En el papado, el munus se recibe con la elección en el cónclave y el ministerio, inseparable de él, es equivalente a la práctica legal del Obispado de Roma.
Su secretario personal lo explicaba de este modo: no renuncia ni a su nombre ni a su hábito blanco. “No se retiró a un monasterio aislado, sino que continúa dentro del Vaticano, como si solo se hubiera apartado, para dar espacio a su sucesor y una nueva etapa en la historia del papado.” “He llegado a la conclusión de que mis fuerzas, debido a mi avanzada edad, no se adecuan por más tiempo al ejercicio del ministerio petrino. Con total libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma y sucesor de Pedro.”
Por eso, Benedicto XVI ha permanecido vestido de blanco, con el solideo, el anillo del pescador, su título de Papa y el título de Su Santidad. Utiliza por primera y única vez la fórmula explícita: Ministerio episcopi Romae… commisso renuntiare (renuncia al ministerio del Obispo de Roma). Simplemente añade el epíteto “emeritus”. Una cosa es el ministerio del obispo de Roma y otra la primacía petrina, que es ad vitam y no se puede renunciar. ¿Por qué, entonces, papa emérito o pontífice emérito? El término emérito hace referencia a todo aquel que se ha retirado de un empleo o cargo y continúa ejerciendo o disfruta de algún premio o compensación como reconocimiento por sus méritos, en este caso un papa que renuncia. Su título es papa emérito o romano pontífice emérito.
Benedicto XVI pasa a la historia como el gran teólogo del siglo XX que, durante el Concilio Vaticano II, propuso reformas novedosas. Como asesor del cardenal Frings, defendió un debate abierto y una creativa elaboración de los textos y una nueva manera de exponer las verdades centrales del cristianismo.
Durante el pontificado de Juan Pablo II, fue el cardenal más próximo a él, quien le otorgó su confianza y le llevó a desempeñar con rigor el cargo de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Su elección no fue ninguna sorpresa para nadie; su muerte, en apenas cuatro días, sí lo ha sido. Descanse en paz el gran servidor de la Iglesia Católica.
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