domingo, 4 de agosto de 2024

UN GALLO EN EL PARQUE


    Salimos de paseo al despertar el alba. A esa hora en que los gallos rompen la aurora desde el corral, reafirmando su autoridad sobre el gallinero. Los oíamos en el pueblo, pero no en la ciudad; pero he aquí nuestra sorpresa: apenas salir de casa, al pasar por un parque dentro aún de la ciudad, le oímos cantar. ¿Qué hace un gallo aquí, cantando su ki-ki-ri-ki, desafiante de otro macho, para dejar clara su hegemonía? ¿Por qué canta el gallo al amanecer?: por la mejor acústica que favorece su llamada por el aire.

El gallinero nos hace pensar en las gallinas; pero el corral no tiene necesidad de tener un gallo. Las gallinas ponen huevos a pesar de no tener gallos en su gallinero; pero no se concibe ninguno sin su gallo. Con las primeras luces del alba interpreta cada mañana su croar para despertar a la tropa. Un macho adulto suele ser más hermoso que la hembra por su magnífico plumaje y su cresta roja. Tiene dos barbillas bajo el pico y en sus patas, dos espolones.

No hay ya gallineros en la ciudad. ¿Qué hace este gallo solo cantando, despertando al vecindario, en el parque? ¿Habrá abandonado el corral? De pronto pasamos a su lado: sí, está en el parque, en la ciudad. Hay en la ciudad algún barrio marginal en el que conviven pequeñas industrias con las viviendas y los establos de los animales: ovejas, cabras, vacas, gallineros… Algunas mañanas, al pasear por su cercanía, tras oír el canto del gallo, veíamos a algún pastor sacar a sus ganados a pastar en campos abiertos. Primero, el gallo; después, el mugir de las vacas; los gritos del pastor guiándolas; el perro con sus ladridos… Todo ocurre en los pueblos, donde antes convivían vecinos y animales: los establos junto a las casas; los gallineros, aparte; pero no en la ciudad. Pues sí, a la ciudad viene cada vez más la gente de los pueblos que se mueren sin los oficios de siempre, sin los animales que nos acompañaren…

Los gallos nos recuerdan siempre el episodio evangélico de las negaciones de Pedro. Jesús le dijo: “En verdad te digo: antes de que el gallo cante dos veces, me negarás tres.” (Marcos, 14-30). Y esta mañana, y a la siguiente, cuando oímos el canto del gallo, no dos veces, sino tres veces tres, recordamos el episodio. Y, como símbolo de esa negación, recordamos las negaciones de los políticos, que niegan hoy lo que dijeren ayer y proclamaren a quienes les oyeren y escucharen. Es un cambio de opinión, dicen. Como si no oyeren el canto del gallo que les reta a desmentir sus asertos de ayer.

Entre las colmenas de la ciudad que rodean el parque no hay ya gallineros ni establos. ¿Se habrá perdido el gallo? ¿Lo habrá soltado alguien para que nos despierte al amanecer, como el despertador que fuere cada mañana?

El caso ha ocurrido en Cáceres, no en la Charca Musia, el polígono de los talleres, pequeñas industrias, cuadras, establos y gallineros, aún sin urbanizar; sino en el parque de José María Saponi, en la barriada del Perú, a la salida hacia Mérida por la N-630. Dos mañanas después, el gallo seguía allí, picoteando entre la hierba del parque, sin que nadie observara su gallarda figura. Ni siquiera lo vieron las mujeres que, a esa temprana hora, pasean a sus mascotas.

Recordaba el maestro Azorín: “Nadie puede decir: este gallo que no canta, algo tiene en la garganta. Los que tienen algo en la garganta son ciertos políticos y ciertos oradores de la burguesía y del pueblo…”, no el gallo que nos avisa del nuevo día.

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