Sin cambio no hay fuerza; sin fuerza, el cambio es imposible; sin recambios, no hay fuerza ni cambio. El cambio presupone una fuerza en la que apoyarse; la fuerza condiciona y permite realizar los cambios para soslayar la fuerza perdida y enderezar el cambio de rumbo. La fuerza del cambio es un impulso a los cambios operados por quienes, agrupados en una fuerza, hicieron posible el cambio.
“Por el cambio” aglutinó con éxito la gran victoria electoral del PSOE en 1982. Entonces, el cambio se veía venir, se mascullaba, se deseaba, ante un partido ya roto, dividido, en desbandada, y en paradero desconocido. La intuición hizo fortuna y el deseo fue una realidad por la libertad de los españoles.
El cambio no es un “cambiazo”, cambiar fraudulentamente una cosa por otra. El cambio supone convertir o mudar algo en otra cosa, modificar la apariencia, condición o comportamiento, mudarse de ropa, ponerse al día, cambiar la pena en gozo, el odio en amor. No se cambia por cambiar la risa en llanto, sino el llanto en risa. El cambio supone una mejora del estado de la cuestión que beneficie a la colectividad. Se cambia lo mejorable, no lo que va bien. Se actualiza el mensaje, se pone a la moda.
El vigor del cambio no podría existir sin la fuerza que puede sustentarlo. La fuerza es el partido, el pasado y el presente; el cambio es el futuro, la aplicación de la fuerza física o moral a los retos de los nuevos tiempos.
La fuerza del partido residió en unos hombres y mujeres que lo hicieron posible. La fuerza del cambio no solo estriba en el natural relevo generacional, sino en la misma fuerza que ofrece tanto la experiencia como la que la da la juventud. Ya lo advirtió Ibarra: “No sólo de bebés puede vivir el partido.”
Carmen García Bloise, ayer, y Leire Pajín, hoy, encarnan esa fuerza del cambio en el PSOE, la fuerza del ayer y el cambio de hoy. No habría nacido la segunda cuando la primera fue secretaria de Organización federal del partido. No es la primera; pero sí la más joven, porque el cambio no es cuestión de edad, ni de vigor juvenil, sino de adaptación a los tiempos, sin que su inexorable paso nos deje, a unas y otros, tirados en la trincheras del desfallecimiento.
Es preciso cambiar para adaptarse a los nuevos tiempos. No se trata de mudarse de ropa, sino de adaptar los estilos al estilo impuesto por la sociedad. El estilo son el hombre y la mujer mismos que, en su devenir y en su afán de libertad, requieren algo más que una muda: un cambio de estilo que permita que las estructuras no se anquilosen y que las leyes todas se alineen en la fuerza del cambio que solicita un cambio de tercio para seguir caminando, porque cambiar, ya lo hicieron todos, antes que las leyes, siempre detrás de los cambios.
No ha podido elegir el PSOE, en su 37 congreso federal, un lema más adecuado tras celebrar el veinticinco aniversario de su primer triunfo electoral en la democracia: de aquel nunca marchito “Por el cambio” al renovado “Por la fuerza del cambio”.
No se trata ahora de cambiar, sino de mejorar y fortalecer los cambios, con “la fuerza del cambio”; es decir, con el impulso de los hombres y mujeres que hicieron posible aquél y que lo harán posible mañana.
“Por el cambio” aglutinó con éxito la gran victoria electoral del PSOE en 1982. Entonces, el cambio se veía venir, se mascullaba, se deseaba, ante un partido ya roto, dividido, en desbandada, y en paradero desconocido. La intuición hizo fortuna y el deseo fue una realidad por la libertad de los españoles.
El cambio no es un “cambiazo”, cambiar fraudulentamente una cosa por otra. El cambio supone convertir o mudar algo en otra cosa, modificar la apariencia, condición o comportamiento, mudarse de ropa, ponerse al día, cambiar la pena en gozo, el odio en amor. No se cambia por cambiar la risa en llanto, sino el llanto en risa. El cambio supone una mejora del estado de la cuestión que beneficie a la colectividad. Se cambia lo mejorable, no lo que va bien. Se actualiza el mensaje, se pone a la moda.
El vigor del cambio no podría existir sin la fuerza que puede sustentarlo. La fuerza es el partido, el pasado y el presente; el cambio es el futuro, la aplicación de la fuerza física o moral a los retos de los nuevos tiempos.
La fuerza del partido residió en unos hombres y mujeres que lo hicieron posible. La fuerza del cambio no solo estriba en el natural relevo generacional, sino en la misma fuerza que ofrece tanto la experiencia como la que la da la juventud. Ya lo advirtió Ibarra: “No sólo de bebés puede vivir el partido.”
Carmen García Bloise, ayer, y Leire Pajín, hoy, encarnan esa fuerza del cambio en el PSOE, la fuerza del ayer y el cambio de hoy. No habría nacido la segunda cuando la primera fue secretaria de Organización federal del partido. No es la primera; pero sí la más joven, porque el cambio no es cuestión de edad, ni de vigor juvenil, sino de adaptación a los tiempos, sin que su inexorable paso nos deje, a unas y otros, tirados en la trincheras del desfallecimiento.
Es preciso cambiar para adaptarse a los nuevos tiempos. No se trata de mudarse de ropa, sino de adaptar los estilos al estilo impuesto por la sociedad. El estilo son el hombre y la mujer mismos que, en su devenir y en su afán de libertad, requieren algo más que una muda: un cambio de estilo que permita que las estructuras no se anquilosen y que las leyes todas se alineen en la fuerza del cambio que solicita un cambio de tercio para seguir caminando, porque cambiar, ya lo hicieron todos, antes que las leyes, siempre detrás de los cambios.
No ha podido elegir el PSOE, en su 37 congreso federal, un lema más adecuado tras celebrar el veinticinco aniversario de su primer triunfo electoral en la democracia: de aquel nunca marchito “Por el cambio” al renovado “Por la fuerza del cambio”.
No se trata ahora de cambiar, sino de mejorar y fortalecer los cambios, con “la fuerza del cambio”; es decir, con el impulso de los hombres y mujeres que hicieron posible aquél y que lo harán posible mañana.
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