A la memoria de Narcisa Sánchez Carrero,
Adriana Martín Esteban y Basilia Carrero
Mediado agosto y Extremadura toda es una fiesta; un misterio de la Virgen por advocación; de su patrona por vocación: la Asunción. Una villa perdida la asumió por patrona; su parroquia: la Asunción; su fiesta patronal, el 15 de agosto. Subió a los cielos quien siempre estuvo en el altar; la Virgen que presidiera por patronazgo y por dogma de inmaculada los desposorios de todas las vestales que llegaren hasta su altar.
Vísperas de bodas, y las amigas de la novia se afanaban en situar la imagen venerada en el centro del altar. A derecha e izquierda, la foto siempre recordaría en blanco y negro los tules en azul y blanco, orlando su efigie; las flores blancas, azules, rosáceas... La Asunción, presidiendo las bodas de blanco, flanqueadas de azul celeste. No hubo novia alguna en Granadilla que renunciara a la tradición heredada, a la veneración socorrida, a la advocación deseada tras la muerte en la vida feliz que comenzaba.
Hubieren hijos que fueren bautizados a su sombra, quizá con su nombre; pero, ellas y ellos, fueron condenados un día al exilio. Jamás olvidarían a su patrona, lo que atrás dejaron, lo que nunca olvidaron.
Muchos años después, la villa destruida por abandono y recuperada de entre sus ruinas, volvió a la vida. Y aquella tierra y las nuevas vidas llamaron de nuevo a sus puertas: lo primero, volver por la patrona, el 15 de agosto, la Asunción; lo segundo, para honrar a los muertos que allí dejaron, el 1 de noviembre.
En toda Extremadura, solo Granadilla, la villa perdida de los destierros todos, es la única que celebra la Asunción sin cohetería de fiesta, sin tules de novia, sino en el recuerdo de la advocación y de la fiesta patronal nunca olvidada. La primera cita del año, la vida; la segunda, la muerte. Entre la vida y la muerte, desde su fundación misma, sus días: el destierro –cuántas prisas para ellos--: los árabes, sus fundadores, por la Reconquista; los judíos, por su fe; los cristianos, por el desarrollismo. Todos fuera, menos la Asunción y los muertos, nunca olvidados. Un pueblo avocado al culto a la vida y a la muerte, muerto él mismo como pueblo.
Más de cuarenta años después del exilio forzoso por el embalse de Gabriel y Galán, Granadilla recupera su primera cita anual: su patrona. Apenas un oficio litúrgico, la fe hecha ofrenda en el recuerdo; la convivencia de la memoria de quienes no pudieron enterrarla junto a sus muertos: la advocación de fe y esperanza, la que dio vida y sostuvo sus vidas, ¿pudiere alguien expropiársela a un pueblo que fue subsistencia hasta la muerte, memoria en la desmemoria de la memoria, roto papel que no sirviere sino para ahondarla aún más; fe socorrida para un pueblo que no hubo otra esperanza que la vida misma en sus advocaciones más preciadas, oro sobre sus pechos y, sobre todo, en su alma y corazón, sangrantes como su Cristo, el 14 de septiembre, pero jamás en la fe recibida y confirmada, en los sacramentos asumidos y bendecidos ante su patrona? ¿Dónde, en qué lugar, sino en la memoria colectiva de un pueblo, con su altar ya vacío de imágenes, vírgenes y santos, a quiénes encomendarse y a quiénes encomendar su vida y la de sus descendientes...?
Toda Extremadura de fiesta el 15 de agosto, por la Asunción, y Granadilla es solo una fiesta de la memoria por su patrona; una fiesta de fe en sí misma y en su identidad de pueblo; la memoria nunca expropiable, el silencio compartido del alma y el corazón humanos; el retorno a lo que fuimos y nadie podrá arrebatarnos: la fe en la madre del cielo, ida nuestra madre en la tierra, allí mismo o en lejanas tierras, donde fueren enterradas las que nos dieron la vida, pero donde permanece para siempre la que nos insufló la fe de vida. La otra Madre, que subió a los cielos: la Asunción de la Virgen tras la Ascensión del Hijo, “que cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Como los hijos de Granadilla: inhumados en otras tierras, bajo otros cielos...; pero, en vida, de retorno a su cielo, con la mirada de su fe siempre en la Asunción, su patrona, para más fe de que ésta nunca es expropiable, como lo fueren sus vidas, su pequeña hacienda, la heredad compartida, amasada, sufrida, expropiada y alquilada hasta sobrevivir los últimos días en la villa para siempre perdida, nunca olvidada. Granadilla, resucitada de entre los muertos, asunta al cielo tras su muerte, como la Asunción, por la benéfica Plasencia redimida y adoptada.
Mediado agosto y Extremadura toda es una fiesta; un misterio de la Virgen por advocación; de su patrona por vocación: la Asunción. Una villa perdida la asumió por patrona; su parroquia: la Asunción; su fiesta patronal, el 15 de agosto. Subió a los cielos quien siempre estuvo en el altar; la Virgen que presidiera por patronazgo y por dogma de inmaculada los desposorios de todas las vestales que llegaren hasta su altar.
Vísperas de bodas, y las amigas de la novia se afanaban en situar la imagen venerada en el centro del altar. A derecha e izquierda, la foto siempre recordaría en blanco y negro los tules en azul y blanco, orlando su efigie; las flores blancas, azules, rosáceas... La Asunción, presidiendo las bodas de blanco, flanqueadas de azul celeste. No hubo novia alguna en Granadilla que renunciara a la tradición heredada, a la veneración socorrida, a la advocación deseada tras la muerte en la vida feliz que comenzaba.
Hubieren hijos que fueren bautizados a su sombra, quizá con su nombre; pero, ellas y ellos, fueron condenados un día al exilio. Jamás olvidarían a su patrona, lo que atrás dejaron, lo que nunca olvidaron.
Muchos años después, la villa destruida por abandono y recuperada de entre sus ruinas, volvió a la vida. Y aquella tierra y las nuevas vidas llamaron de nuevo a sus puertas: lo primero, volver por la patrona, el 15 de agosto, la Asunción; lo segundo, para honrar a los muertos que allí dejaron, el 1 de noviembre.
En toda Extremadura, solo Granadilla, la villa perdida de los destierros todos, es la única que celebra la Asunción sin cohetería de fiesta, sin tules de novia, sino en el recuerdo de la advocación y de la fiesta patronal nunca olvidada. La primera cita del año, la vida; la segunda, la muerte. Entre la vida y la muerte, desde su fundación misma, sus días: el destierro –cuántas prisas para ellos--: los árabes, sus fundadores, por la Reconquista; los judíos, por su fe; los cristianos, por el desarrollismo. Todos fuera, menos la Asunción y los muertos, nunca olvidados. Un pueblo avocado al culto a la vida y a la muerte, muerto él mismo como pueblo.
Más de cuarenta años después del exilio forzoso por el embalse de Gabriel y Galán, Granadilla recupera su primera cita anual: su patrona. Apenas un oficio litúrgico, la fe hecha ofrenda en el recuerdo; la convivencia de la memoria de quienes no pudieron enterrarla junto a sus muertos: la advocación de fe y esperanza, la que dio vida y sostuvo sus vidas, ¿pudiere alguien expropiársela a un pueblo que fue subsistencia hasta la muerte, memoria en la desmemoria de la memoria, roto papel que no sirviere sino para ahondarla aún más; fe socorrida para un pueblo que no hubo otra esperanza que la vida misma en sus advocaciones más preciadas, oro sobre sus pechos y, sobre todo, en su alma y corazón, sangrantes como su Cristo, el 14 de septiembre, pero jamás en la fe recibida y confirmada, en los sacramentos asumidos y bendecidos ante su patrona? ¿Dónde, en qué lugar, sino en la memoria colectiva de un pueblo, con su altar ya vacío de imágenes, vírgenes y santos, a quiénes encomendarse y a quiénes encomendar su vida y la de sus descendientes...?
Toda Extremadura de fiesta el 15 de agosto, por la Asunción, y Granadilla es solo una fiesta de la memoria por su patrona; una fiesta de fe en sí misma y en su identidad de pueblo; la memoria nunca expropiable, el silencio compartido del alma y el corazón humanos; el retorno a lo que fuimos y nadie podrá arrebatarnos: la fe en la madre del cielo, ida nuestra madre en la tierra, allí mismo o en lejanas tierras, donde fueren enterradas las que nos dieron la vida, pero donde permanece para siempre la que nos insufló la fe de vida. La otra Madre, que subió a los cielos: la Asunción de la Virgen tras la Ascensión del Hijo, “que cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Como los hijos de Granadilla: inhumados en otras tierras, bajo otros cielos...; pero, en vida, de retorno a su cielo, con la mirada de su fe siempre en la Asunción, su patrona, para más fe de que ésta nunca es expropiable, como lo fueren sus vidas, su pequeña hacienda, la heredad compartida, amasada, sufrida, expropiada y alquilada hasta sobrevivir los últimos días en la villa para siempre perdida, nunca olvidada. Granadilla, resucitada de entre los muertos, asunta al cielo tras su muerte, como la Asunción, por la benéfica Plasencia redimida y adoptada.
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