lunes, 15 de septiembre de 2008

EL SILENCIO DE LOS POBRES

El silencio de los pobres rumia, indolente, sin decir, porque nada tiene que rumiar. Ni las estadísticas, que no le llegan y poco pueden decirle; ni la palabra que, en vano consuelo, le otorgare esperanza; ni los rezos que, antes, le confortaban; ni la lluvia ni el sol que alumbraren una pobre cosecha para ir tirando...

Siempre ha habido ricos y siempre, pobres; pero los ricos lo son cada día más y los pobres cada vez más pobres. En la guerra y en la paz; en la crisis y en la abundancia. Los ricos se pasan el día pensando cómo pueden serlo más; los pobres se conforman con un bocadillo que alivie su hambre; con un vaso de agua que alimente su cuerpo. Algunos hasta se atreven a pedir en la calle, sin mirar a nadie, alejados de la realidad que les rodea, sin desear ver más que unas pocas monedas. Otros callan porque ni a hablar se atreven.

El silencio de los pobres clama al cielo sin esperar nada de él. Es la sufrida soledad de los desheredados de la tierra. ¡Ay de la bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres porque ellos poseerán la tierra...!” Quizá ni la heredad fuese bastante, como antes la matanza, para ir tirando; pero hasta vivir cuesta cada día más. No bastan ya los cuatro elementos para vivir ni para salir de la pobreza.

No oyen los poderes públicos, ni los sindicatos, ni menos los ricos, el silencio de los pobres, porque ni están, ni se les ve, ni se les espera en manifestación alguna. Antes, los pobres se concentraban en los arrabales; hoy se hunden en su propia soledad, que ni siquiera les permite gritar su pobreza, porque les queda la dignidad para seguir viviendo mientras puedan, con ayudas o sin ellas.

Perdieron su trabajo y, con él, el sustento. Todos le retiraron la mirada y la palabra, hasta quizá los suyos. Ha tenido que huir el pobre a otros pueblos y ciudades para esconder la vergüenza de serlo ante quienes le conocieren en un estatus ahora perdido. En su huida lleva consigo el silencio amargo de la derrota. Llamó a todas las puertas, pero nadie le respondió; pidió trabajo que pudiere y supiere hacer, pero no había para él; solicitó limosna y recibió la mirada indiferente de todos los que un día fueron como él. Los mismos que miran hacia otra parte cuando en la pantalla vemos escenas no deseadas del Tercer Mundo.

El silencio del pobre que no asumimos por vergüenza, quizá tengamos que afrontarlo un día por necesidad y bombas de racimo que caerán sobre nuestras cabezas. Entonces será el llanto y el crujir de dientes. Solo entonces recordaremos el silencio de los pobres, como hoy recordamos los tiempos de bonanza. Como cuando casi nadie era pobre; pero casi ninguno rico, y el umbral de la pobreza no existía en nuestro vocabulario. Como tampoco hoy parecen existir los pobres, porque no deseemos oír las voces de sus silencios. La silenciada voz amarga de los pobres de nuestro tiempo..., que a nadie parece importarle porque sus silencios no llegan a nuestros sordos oídos y a nuestros corazones de piedra. Tan humanos como los nuestros, pero no tan inhumanos como los que asumimos.


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