sábado, 30 de mayo de 2009

VICTORIA DE LA PALABRA

La palabra vence y convence; la palabra persuade de lo contrario que a veces pensamos. No tiene aristas la palabra para herir sino las susceptibilidades de quien buscare la herida en el oído y corazón ajenos. La palabra no mata: comunica; es vehículo de convivencia, tolerancia, desahogo, amparo, protección, expresión de pensamientos y deseos; pero deviene en un cálculo de riñón cuando se utiliza para confundir, mentir, engañar... No debiere revelar otra cosa que la verdad; pero, a veces, deviene en arma arrojadiza que multiplica sus efectos en otros que ni la buscaren ni desearen.

Hay signos que vencen (in hoc signo vinces: con esta señal vencerás), que convenciera a Constantino en la batalla de Puente Milvio contra Majencio y que le llevó a proclamar el Edicto de Milán, que terminó con la persecución de los cristianos; hay palabras que convencen; hay palabras que anestesian, otras que persuaden, y las que, como sirenas, atraen con sus cantos a los precipicios del alma.

La palabra ha marcado la negociación y el acuerdo; el consenso en la disparidad. La palabra se yergue como la única arma posible parlamentaria, en el gobierno y la oposición; pero tras la palabra subyace la ideología, que no ha muerto, ni está en el crepúsculo, como proclamara un ministro franquista. La ideología se transmite mediante la palabra. El juego parlamentario es una sucesiòn de palabras; la política es el arte de lo posible, mediante la ideología que transmite la palabra. La palabra se expresa a veces en la señal de quienes, teniéndola, la transmiten como expresión del deseo: en el voto condensador de la palabra y de la ideología que sustenta la palabra escrita.

Los electores tienen ahora la palabra para elegir a sus capitanes en Europa. Debieren serlo los mejores, los que han demostrado saber decir y estar; los que representaron en escena, mediante la palabra, de todo un mundo, de media Europa sin palabras, pero con su palabra dada en el Parlamento.

Gobierna Europa la derecha. Los ministros de Trabajo de la UE aprobaron en su día una propuesta de directiva para ampliar la jornada laboral hasta las 65 horas semanales. Echen la cuenta: más de diez horas y media diarias para descansar un solo día. Un retroceso sin límites en los derechos de los trabajadores, la ruptura de la conciliación de la vida laboral y familiar. Toda la vida trabajando para que los ricos se enriquezcan más y los pobres lo sean cada día, más aún. Habría que parar aquella barbaridad que se trataba de imponer.

Un emigrante extremeño de Ibahernando, nuevamente candidato socialista al Parlamento Europeo, tomó las riendas de aquel atropello. Negoció con tirios y troyanos. Hubo de convencer a todos, porque necesitaba doscientos votos condensadores de su palabra y de la palabra delegada que hubiere por sus electores españoles.

Llegó el día señalado; en diciembre pasado, el Parlamento Europeo votaba la propuesta de directiva comunitaria. No lo puede decir más claro un video del PSOE: “Un eurodiputado socialista español (Alejandro Cercas) tomó la palabra… y la palabra venció. La propuesta fue revocada y los derechos de los europeos no retrocedieron ni un milímetro.” Solo la palabra, aun en veintisiete lenguas distintas.

Qué Europa queremos si no damos nuestra palabra condensada: ¿la palabra de la Europa de los mercaderes o la de los que predican la libertad, la solidaridad y los derechos sociales? Si no votamos, la palabra de otros nos marcará un futuro que no deseamos; si nos abstenemos, los votos serán para otros, que nos dejarán sin palabra. O caminamos por la izquierda, o nuestra palabra retrocederá en el tiempo oscuro de nuestra memoria de seres libres y comprometidos con la idea de Europa.

“Este partido se juega en Europa” el día 7. Nuestra es ahora la palabra; nuestra la decisión; nuestro el futuro. Démosle a Europa la palabra que deseamos para tener de verdad una palabra unida en el mundo y frente al mundo; la palabra de la vieja y joven Europa, rejuvenecida en sus nuevas palabras.

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