sábado, 11 de julio de 2009

LA ALCALDESA QUE NO QUIERE VERSE EN LA TELE DE OTROS

No le bastan tres sentencias en contra que estiman lo que “los otros” consideran que hizo mal: negar el derecho a la participación política de los legítimos representantes del pueblo a través del que les asiste a ser informados de los asuntos públicos; a tener los documentos que soliciten en el ayuntamiento de todos, a una parte importante de los cuales representan. No le es suficiente con que un tribunal reconozca que no había motivos para la “urgencia” de un pleno, convocado solo para dos de la oposición, una hora antes y por teléfono (también podría haberlo hecho por mensajería móvil). Le da lo mismo cambiar las actas, o no recoger en ellas todo lo que dijeren los representantes del pueblo en el pleno. La alcaldesa de Moraleja pasa de todo, incluidas las nuevas tecnologías, que pueden trasladar a los ciudadanos lo que hace tiempo era solo atributo del escribano, ayer de los secretarios, pero hoy de la foto, del audio y del video.

La alcaldesa de Moraleja niega con ello la libertad de expresión y de información y hurta a sus vecinos lo que en otros medios ella misma ejerce libremente, pero no con argumentos políticos, sino con la descalificación y el insulto permanente hacia los demás, como si ella fuere la única voz autorizada por su pueblo, la única con derecho a discrepar y la única con derecho a comunicar lo que hoy no se puede ocultar.

Niega la alcaldesa de Moraleja la mayor para erigirse a sí misma en la menor servidora de su pueblo. Reniega de la libertad de información si ésta no es para sí sola, como si su voluntad dominante la ejerciere con la censura de quien no desea, en modo alguno, más de lo que a ella le conviniere. Se sitúa, así, en los tiempos de los escribanos a quienes les faltare rapidez, tiempo y destreza, para recoger en las actas todo lo que hubieren de decir y que fuere dicho, pero que hoy son documentos inestimables que forman parte de la historia de los pueblos, y a los que es preciso acudir para escribirla y reescribirla.

La alcaldesa de Moraleja parece ignorar que vivimos en la Sociedad de la Información y en la era digital; que hemos pasado del periodismo escrito al digital, de la fotografía al video, de la radio a la televisión en directo o diferido. Lo aceptaría si fuere exclusivo y en su honor, o de los suyos; pero no de los otros; de la “maldita oposición” que quiere saberlo todo, porque es un derecho que le asiste y una obligación también para con su propio pueblo, no solo para sus electores. Y eso que en su pueblo tiene un magnífico espejo en el que verse a sí misma; una emisora que se merece Moraleja, Radio Interior, que le da voz, letras, y mañana quizá su misma imagen hablando en un acto público; una emisora que, si Moraleja se merece, es digna de los ciudadanos, pero no de quien niega a los demás lo mismo que ella se arroga para sí sola.

Esa actitud propia de las dictaduras es la que proclama, día sí y día no, la alcaldesa de Moraleja, al ordenar a “su” Policía Local que retire la cámara con que una militante socialista pretendía grabar el pleno extraordinario de ayer con destino a la página web del partido; es decir, un medio de comunicación que desea registrar un acto público para hacerlo público. Exactamente igual que cualquier medio de comunicación. Y no se necesita ser periodista para eso porque, de la misma forma, podría prohibir a cualquier ciudadano grabar en video o en móvil las fiestas de su pueblo, en la calle, en un acto público, lo mismo que un pleno.

Tanto tiempo esperando a que finalizasen las obras de la avenida principal de entrada a Moraleja para que después ella, por sí misma y sin consejas de nadie, coloque en la mediana de una carretera pública, la EX-109, no el torito de Osborne, sino los “toros escultóricos” que recorrerán estos días sus calles, para más distracción de los conductores que por allí entraren a “su” casa. Todo le da igual: gastar en festejos en tiempos de crisis más de lo que debiere, endeudar al ayuntamiento y subir los impuestos a los ciudadanos, porque ella, al contrario que la marquesa, sí llega a fin de mes.

Casi lo mismo que pasó el otro día en Alcántara. Había un relevo legítimo y pacífico en la Alcaldía; pero algunos ciudadanos, militantes socialistas, cuyo partido ganó las elecciones, deseaban mostrar su malestar. Menos de una docena exhibían, sin decir ni pío, una pancarta para expresar su desacuerdo. Ya antes, habían tomado posiciones seis patrullas de la Guardia Civil, enviados por alguien con autoridad, como si allí se fuere a provocar una revuelta popular. El cabo que mandaba la fuerza --una coacción ya de por sí a la libertad de expresión por su sola presencia- les instó enseguida a solicitarle un permiso que no necesitaren, y pidió dos documentos de identidad para responsabilizarles de lo que pudiere ocurrir. Nada pasó: simplemente la exhibición de una pancarta en desacuerdo con el relevo en la Alcaldía: Hizo fotos quien quiso y filmó en video quien lo tuviere a mano; pero, en el salón de plenos, había un enorme aparato de radiocasete para grabar los plenos. Si se puede grabar por audio, por qué no en video un acto público.

La alcaldesa de Moraleja no tolera lo segundo, pero sí lo primero, al utilizar a la Policía Local al servicio del pueblo, del que son servidores públicos, para ordenar que retiren la cámara del salón de actos, porque es de los socialistas, y no desea salir en la tele de otros, y que se difunda que les niega la palabra, el pan y la sal, a quienes, como ella, son legítimos representantes del pueblo; pero la señora alcaldesa, con actitudes como ésa, no se erige en la principal, sino en la última de la fila por su tozudez, ofuscación y porque quizá su reino no sea el de Moraleja, sino que esté en otro mundo de no sabemos qué galaxia perdida en la infinitud del universo.

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