domingo, 19 de septiembre de 2010

EL DÍA EN QUE CANTAMOS CON LABORDETA EN ALCÁNTARA

La primera vez, quizá, que el profesor de Geografía e Historia, político, cantautor, y escritor José Antonio Labordeta vino a Cáceres no fue para grabar “Con la mochila a cuestas”, el programa de TVE que desgranaba en sus andares por España la vida, costumbres, paisajes y gastronomía del país amado, con la sencillez que acostumbrare y su nobleza baturra.

De Labordeta, fallecido esta madrugada en Zaragoza, a los 75 años, diputado durante dos legislaturas por la Chunta Aragonesista en el Congreso, tuvimos su última noticia el pasado día 6, cuando los ministros de Defensa y Educación del Gobierno de España se acercaron a su casa para imponerle la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Antes habría recibido también la Medalla al Trabajo. Sentado en un sillón, su cara, casi desconocida, no parecía la misma por la enfermedad que se lo ha llevado; pero, aun así, esbozaba un rictus de emoción y sonrisa por la visita, expresión de la bondad que le acompañare en vida y su afán de justicia y ansias de libertad.

Sería, con toda probabilidad, a finales de 1971 cuando el profesor Senabre, entonces director del Colegio Universitario de Cáceres, invitó a Labordeta a dar un recital. Senabre, Medalla de Extremadura, que tantas puertas abriere a la libertad, habría prologado las Obras Completas de su hermano Miguel (Ediciones Javalambre, Zaragoza, 1972), al que seguía un “Retrato” del propio José Antonio sobre su hermano, y que un día me regalara en su despacho. Conocería, pues, también al cantautor.

No eran tiempos aquellos para cantar a la libertad si no fuere lejos de nuestra patria. El día anterior, les vi dirigirse al hotel “Alcántara” a tomar un café. “Ya está aquí”, me dije. Al día siguiente, un autobús lleno de estudiantes se dirigió al conventual de San Benito, de Alcántara, para escuchar su recital y oír, quizá por primera vez, su “Canto a la libertad”.

Pensaría Senabre que, lejos de la ciudad, en un inhóspito, entonces, convento abandonado, no hubiere problemas de censura ni multas de por medio por alteración del orden, como le ocurriere a un profesor de su claustro por ofrecer una conferencia y decir en Cáceres lo que no conviniere al régimen. Agonizaba ya el franquismo como José Antonio, cuatro años atrás, cuando le fue detectado un cáncer que ha terminado con su vida.

Fuimos los que fuimos, sin anunciar la visita, y nadie más nos acompañó que los sones de su guitarra y su potente voz, que llenó las naves del templo, erizándonos el vello por la emoción, aunque entonces los jóvenes no unieren sus manos ni movieren sus cuerpos al ritmo de la canción. Nos invitaría a cantar con él algún estribillo, quizá el de su “Canto a la libertad”, extraoficialmente himno de Aragón:

“Habrá un día
En que todos
Al levantar la vista
Veremos una tierra
Que ponga libertad.”

Años después, fue sonada su intervención en el Congreso, que me recordare el porqué de nuestra ida a Alcántara. “Cuando habla un diputado sin grupo mayoritario, y cuyo voto por lo tanto apenas cuenta, nadie le oye; los otros diputados se levantan y salen, murmuran… un insulto a la democracia.” Labordeta expuso las graves deficiencias del ferrocarril a su paso por Zaragoza, el abandono, la escandalosa subida de precios…, y se le ignoró, se rieron de él, le humillaron… “No sé cuántas veces va usted a Teruel en un coche lento, no con guardaespaldas y a esas velocidades que van ustedes. Yo voy tranquilamente (Varios señores diputados: oh, oh- Rumores). ¿No puede uno hablar aquí o qué? Coño, a ver si uno no puede hablar aquí. A la mierda, joder. (Rumores). Estoy hablando con el ministro y no con ustedes. (Continúan los rumores). Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder toda la vida y ahora les fastidia que vengamos aquí a hablar las gentes que hemos estado torturados por la dictadura. Eso es lo que les jode a ustedes, coño, y es verdad, joder. A la mierda.”

“Con ternura –Miguel era un tiernísimo león de la injusticia- recibía a los amigos golpeados por el quehacer cotidiano”, decía José Antonio de su hermano.

Como él, José Antonio, siempre cantando a la libertad, sin olvidarse de quienes nunca la hubieren:

“Para que un pan que en los siglos
Nunca fue repartido
Entre todos aquellos
Que hicieron lo posible
Por empujar la historia
Hacia la libertad.”

Como a ti, José Antonio, a pesar de lo cual pregonaste la libertad en el templo nacional de la palabra y en Alcántara, cuando aún no pudieres hacerlo en libertad, pero te escuchamos, y nos enseñaste el camino hacia ella, cuando ya se barruntaba el nuevo amanecer.

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