Mírame a los ojos cuando te hablo. Si no me miras, me parece que no me escuchas; si no me escuchas, no te hablo; si no te hablo, no existo para ti; si no existo, para qué hablarte si pareciere que converso a solas con la pared…
Mírame a los ojos cuando me hables, mírame a los ojos cuando te hablo… Si no lo haces, no te escucho, como tú no estás en mí si no me miras… Dónde mirar sino al espejo del alma que traduce el sentimiento y la emoción de la palabra. Cómo puede tu mirada vagar a otro lugar de mi cuerpo sino a aquel por el que te observo, a base de mirarte. Veo en tus ojos lo que dices y traduzco lo que callas. No miro a otra parte, amor, porque no hallarás en ella lo que buscas, como mis ojos tampoco lo encontrarán en ti.
Aunque no me hables, leo en tu mirada el discurso que esperare de ti. No me bastan tus manos sobre las mías, tus besos fruncidos a los míos: habla más tu corazón y tu alma por tus ojos que la lengua desbocada que me aleja de ti y me duerme con tu mirada. Busco en tu mirada tu habla sin palabras, el rayo incesante de tu luz que no se apaga; lo que me dijere tu alma; lo que no hablare tu corazón…
Mírame a los ojos cuando te hablo no porque resalten en mi faz, sino por el brillo que puedas ver en mis palabras. Me escuchas y no me vieres y sería feliz no porque no pudieres mirarme, sino porque tus sentidos estarían atentos a mis palabras. Si no me miras, no me escuchas; estás alejado de mí, aunque estemos frente a frente. Seríamos dos estatuas mirándose en la oscuridad… del fondo sin ojos de nuestra materia sin vida.
Mírame a los ojos cuando me hables porque te siento más cercano a mí; porque tus palabras me llegan por la mirada más que por los oídos o el calor de tus manos; porque sé que te diriges a mí, pensando en mí, y no en otra cosa o personas, como si lo que pensares se lo dijeres a todas… Te escucho y no estoy ausente en tu presencia; tu alma entra en la mía por tu palabra en la mirada. No la desvíes, cariño, porque creo que te alejas de mí, aunque estés presente. Mírame y no me rehuyas. Detén tu mirada en mis iris y en ellos hallarás el brillo que hallare yo en los tuyos. Ojos que ven, corazón que siente, como tus palabras que me llegan por tus ojos sobre los míos, antes que por los oídos, solo atentos a tu mirada; la mirada que brilla, que ve y escucha; la mirada, espejo de nuestras almas… No dejes de mirarme, amor, y escucharás los latidos de mi alma dolorida, ansiosa del fármaco de tu palabra…, mirándote a los ojos siempre…, como el galeno sin ojo clínico, apoyado en la luz de sus otros ojos para escudriñar el fondo de los tuyos. Mírame a los ojos, corazón, como si fuere la última vez que verme pudieres…porque no se ve lo que no se desea, sino lo que intuimos tras la mirada.
Mírame a los ojos cuando me hables, mírame a los ojos cuando te hablo… Si no lo haces, no te escucho, como tú no estás en mí si no me miras… Dónde mirar sino al espejo del alma que traduce el sentimiento y la emoción de la palabra. Cómo puede tu mirada vagar a otro lugar de mi cuerpo sino a aquel por el que te observo, a base de mirarte. Veo en tus ojos lo que dices y traduzco lo que callas. No miro a otra parte, amor, porque no hallarás en ella lo que buscas, como mis ojos tampoco lo encontrarán en ti.
Aunque no me hables, leo en tu mirada el discurso que esperare de ti. No me bastan tus manos sobre las mías, tus besos fruncidos a los míos: habla más tu corazón y tu alma por tus ojos que la lengua desbocada que me aleja de ti y me duerme con tu mirada. Busco en tu mirada tu habla sin palabras, el rayo incesante de tu luz que no se apaga; lo que me dijere tu alma; lo que no hablare tu corazón…
Mírame a los ojos cuando te hablo no porque resalten en mi faz, sino por el brillo que puedas ver en mis palabras. Me escuchas y no me vieres y sería feliz no porque no pudieres mirarme, sino porque tus sentidos estarían atentos a mis palabras. Si no me miras, no me escuchas; estás alejado de mí, aunque estemos frente a frente. Seríamos dos estatuas mirándose en la oscuridad… del fondo sin ojos de nuestra materia sin vida.
Mírame a los ojos cuando me hables porque te siento más cercano a mí; porque tus palabras me llegan por la mirada más que por los oídos o el calor de tus manos; porque sé que te diriges a mí, pensando en mí, y no en otra cosa o personas, como si lo que pensares se lo dijeres a todas… Te escucho y no estoy ausente en tu presencia; tu alma entra en la mía por tu palabra en la mirada. No la desvíes, cariño, porque creo que te alejas de mí, aunque estés presente. Mírame y no me rehuyas. Detén tu mirada en mis iris y en ellos hallarás el brillo que hallare yo en los tuyos. Ojos que ven, corazón que siente, como tus palabras que me llegan por tus ojos sobre los míos, antes que por los oídos, solo atentos a tu mirada; la mirada que brilla, que ve y escucha; la mirada, espejo de nuestras almas… No dejes de mirarme, amor, y escucharás los latidos de mi alma dolorida, ansiosa del fármaco de tu palabra…, mirándote a los ojos siempre…, como el galeno sin ojo clínico, apoyado en la luz de sus otros ojos para escudriñar el fondo de los tuyos. Mírame a los ojos, corazón, como si fuere la última vez que verme pudieres…porque no se ve lo que no se desea, sino lo que intuimos tras la mirada.
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