Nochevieja es un tránsito, como la vida y la muerte. Muere un año, nace otro, como en la vida misma, como la naturaleza que se regenera a sí misma para seguir dando luz y vida. Nos ha dado el año que finaliza vida y muerte. No apreciamos la vida mientras la tenemos, como la salud cuando nos acompaña. Pasamos las hojas del calendario sin darnos cuenta de que nuestra cuenta atrás empieza desde el momento mismo del nacimiento a la luz. Nos sorprende la muerte en el camino y apenas nos damos cuenta, porque no vivimos la vida. Ponemos fechas a la vida, como si deseáramos alcanzar la meta que está próxima, más cercana de lo que creemos.
No es vida la vida sin salud, sin amor, sin compañía, sin el reconocimiento que no hubieres en vida más que por quienes amaste y te amaron. Pasa la vida y llega la muerte, sin aviso previo. Nos sorprende todavía el anuncio de la muerte que no se anuncia, la de aquellos para quienes la vida no fue un tránsito hacia la muerte, porque su transitar por la vida dejó la estela de la obra bien hecha. “Ha muerto Veiga”, leemos, y, de pronto, advertimos la vida, su vida entregada por amor a los demás; transmitimos la noticia y nos llegan los ecos de los sentimientos que suscita.
Muere hoy el año y observamos una foto en el periódico. Hacía tiempo que no le veíamos, pero no hubiéremos noticia de su muerte hasta hoy. Estará pintando la ciudad antigua o ensayando con su Orfeón la música que nos eleva sobre la tierra. Levitaba Jesús Marcos con los latines gregorianos, con los rincones de la ciudad patrimonio, con la dulzura en su trato con las mujeres… Jesús por nombre porque naciere un día de Nochebuena (puer natus est nobis), falleció en su otro día de onomástica: Navidad. La vida y la muerte entrelazadas en su nombre. Permanece su obra en un café de la cacereña calle París, en la exquisitez femenina de sus niñas, en las notas desprendidas del pentagrama de los acordes musicales… que llenaban las naves catedralicias.
Que la tierra les sea leve, porque no pudieron dar en vida todo lo que quisieren y pudieren. Lloramos su muerte como sonreímos ante la vida de los pequeños que nos rodean.
El tránsito del año subsume en sí mismo el de la vida. Muere un año, pero nace otro; en la vida que fenece, el tránsito es al más allá. Todo ya consumado; la obra, sin finalizar, truncada. Quizá conociere Jesús el responsorio cuaresmal “Media vita in morte sumus” (en la plenitud de la vida estamos muertos), como el joven emeritense fallecido en Leiria en la plenitud de la vida, cuya identidad nos revelaren días pasados, y hubimos un recuerdo para sus padres, con quienes un día compartimos afanes.
Nochevieja es el féretro con los despojos mortales de un año más que se nos va con la vida, que se llevó tantas vidas, vividas y por vivir; ilusiones rotas, afanes truncados en la vida sin vida de los sin vida; de quienes teniéndola, ni la viven ni la sienten ni la comparten. Y cuando llega la hora, nos coge desprevenidos, asustados ante nuestra propia debilidad humana, ante la fugacidad de la vida que no vivimos si nos fuere anunciada.
El vino espumoso que se evapora esta noche semeja el tránsito de la vida fragmentada, en un calendario hecho para vivirlo todo el año, cada día, porque no sabemos ni el día ni la hora. Solo sabemos la hora de este tránsito de vida, imparable, ya iniciado en otras tierras del planeta para seguir viviendo y amando. No esperemos más porque el tiempo vuela. Abracemos la vida que nos da la vida porque esta camina ya hacia su destino.
No es vida la vida sin salud, sin amor, sin compañía, sin el reconocimiento que no hubieres en vida más que por quienes amaste y te amaron. Pasa la vida y llega la muerte, sin aviso previo. Nos sorprende todavía el anuncio de la muerte que no se anuncia, la de aquellos para quienes la vida no fue un tránsito hacia la muerte, porque su transitar por la vida dejó la estela de la obra bien hecha. “Ha muerto Veiga”, leemos, y, de pronto, advertimos la vida, su vida entregada por amor a los demás; transmitimos la noticia y nos llegan los ecos de los sentimientos que suscita.
Muere hoy el año y observamos una foto en el periódico. Hacía tiempo que no le veíamos, pero no hubiéremos noticia de su muerte hasta hoy. Estará pintando la ciudad antigua o ensayando con su Orfeón la música que nos eleva sobre la tierra. Levitaba Jesús Marcos con los latines gregorianos, con los rincones de la ciudad patrimonio, con la dulzura en su trato con las mujeres… Jesús por nombre porque naciere un día de Nochebuena (puer natus est nobis), falleció en su otro día de onomástica: Navidad. La vida y la muerte entrelazadas en su nombre. Permanece su obra en un café de la cacereña calle París, en la exquisitez femenina de sus niñas, en las notas desprendidas del pentagrama de los acordes musicales… que llenaban las naves catedralicias.
Que la tierra les sea leve, porque no pudieron dar en vida todo lo que quisieren y pudieren. Lloramos su muerte como sonreímos ante la vida de los pequeños que nos rodean.
El tránsito del año subsume en sí mismo el de la vida. Muere un año, pero nace otro; en la vida que fenece, el tránsito es al más allá. Todo ya consumado; la obra, sin finalizar, truncada. Quizá conociere Jesús el responsorio cuaresmal “Media vita in morte sumus” (en la plenitud de la vida estamos muertos), como el joven emeritense fallecido en Leiria en la plenitud de la vida, cuya identidad nos revelaren días pasados, y hubimos un recuerdo para sus padres, con quienes un día compartimos afanes.
Nochevieja es el féretro con los despojos mortales de un año más que se nos va con la vida, que se llevó tantas vidas, vividas y por vivir; ilusiones rotas, afanes truncados en la vida sin vida de los sin vida; de quienes teniéndola, ni la viven ni la sienten ni la comparten. Y cuando llega la hora, nos coge desprevenidos, asustados ante nuestra propia debilidad humana, ante la fugacidad de la vida que no vivimos si nos fuere anunciada.
El vino espumoso que se evapora esta noche semeja el tránsito de la vida fragmentada, en un calendario hecho para vivirlo todo el año, cada día, porque no sabemos ni el día ni la hora. Solo sabemos la hora de este tránsito de vida, imparable, ya iniciado en otras tierras del planeta para seguir viviendo y amando. No esperemos más porque el tiempo vuela. Abracemos la vida que nos da la vida porque esta camina ya hacia su destino.
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