Ha nacido el nuevo día en el instante preciso, marcado, señalado por la hora de los meridianos. Amanece que no es poco y vemos desde el balcón a los últimos rezagados de la fiesta. Después, las calles permanecen vacías, silenciosas, como si todo el mundo durmiera, la ciudad paralizada, el despertar del sueño deseado sobrevenido, como siempre. No reconocen los animales el año nuevo más que en su tiempo, que lo hubieren por nacimiento, y aspiran a su paseo natural por su propio ciclo vital.
Ha muerto un año, ha nacido otro nuevo año. Tiramos a la basura viejos calendarios y agendas. Anotamos las primeras citas y quehaceres. La vida sigue: Estonia es el país número 17 de la Eurozona; los precios suben; nacen nuevos niños sin pan bajo el brazo; siguen los atentados por razones de credo; continúa la violencia de género en el primer día del año; los corredores de la San Silvestre descansan; zozobra Europa todavía en la incertidumbre de su moneda única; el fumar se va a acabar; surge Avante; mañana vuelve el fútbol; vienen de camino los Reyes Magos –“Ya vienen los Reyes Magos/ya vienen los Reyes Magos/al nidito de Belén/Olé, olé Holanda, y olé/Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve…” Prometemos cambiar y al final todo seguirá igual. “No pidas agua, mi vida/ no pidas agua, mi bien…/ que los ríos vienen turbios/ y no se puede beber.” Fuéremos dueños de nuestra agua, que hemos de dejar correr, como si no la hubiéremos de beber, sin administrador aún electo por el egoísmo político que nos impide ver la luz que se nos ha dado, “bailándonos a todos el agua” En mayo, ajustaremos cuentas con el fisco y con quienes pretenden gobernarnos en base a las mentiras y el engaño.
Despertamos del sueño tras recibir los parabienes y buenos deseos de todo el mundo; la cohetería anunciadora del año nuevo nos dejó conciliar lo único que podemos hacer por nosotros mismos, sin permiso de la autoridad: dormir, descansar por última vez el último día del año viejo.
Un año más para mejorar lo recibido, un año menos para recordar lo malo que nos dejó y los bienes que recibimos; para llenarlo de buenas obras y aprovecharlo para nuestro bien y los que nos rodean, sin “cargarle el muerto a otro”.
Ha muerto un año, ha nacido otro nuevo año. Tiramos a la basura viejos calendarios y agendas. Anotamos las primeras citas y quehaceres. La vida sigue: Estonia es el país número 17 de la Eurozona; los precios suben; nacen nuevos niños sin pan bajo el brazo; siguen los atentados por razones de credo; continúa la violencia de género en el primer día del año; los corredores de la San Silvestre descansan; zozobra Europa todavía en la incertidumbre de su moneda única; el fumar se va a acabar; surge Avante; mañana vuelve el fútbol; vienen de camino los Reyes Magos –“Ya vienen los Reyes Magos/ya vienen los Reyes Magos/al nidito de Belén/Olé, olé Holanda, y olé/Holanda ya se ve, ya se ve, ya se ve…” Prometemos cambiar y al final todo seguirá igual. “No pidas agua, mi vida/ no pidas agua, mi bien…/ que los ríos vienen turbios/ y no se puede beber.” Fuéremos dueños de nuestra agua, que hemos de dejar correr, como si no la hubiéremos de beber, sin administrador aún electo por el egoísmo político que nos impide ver la luz que se nos ha dado, “bailándonos a todos el agua” En mayo, ajustaremos cuentas con el fisco y con quienes pretenden gobernarnos en base a las mentiras y el engaño.
Despertamos del sueño tras recibir los parabienes y buenos deseos de todo el mundo; la cohetería anunciadora del año nuevo nos dejó conciliar lo único que podemos hacer por nosotros mismos, sin permiso de la autoridad: dormir, descansar por última vez el último día del año viejo.
Un año más para mejorar lo recibido, un año menos para recordar lo malo que nos dejó y los bienes que recibimos; para llenarlo de buenas obras y aprovecharlo para nuestro bien y los que nos rodean, sin “cargarle el muerto a otro”.
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