El año nuevo abriga ilusiones y esperanzas. El estado del ánimo humano nos invita a confiar en que ocurrirá lo que deseamos. La mayor preocupación se convierte en el deseo más solícito: tener un trabajo, salud, amor. Damos por sentado que es difícil tenerlo todo, pero abrigamos la esperanza de lograr lo que deseamos, porque “la esperanza es el sueño del hombre despierto”, según Aristóteles. Por ello, abrazamos la esperanza, nos asimos a ella, como en su día recordamos a personas en las que confiamos para obtener lo que deseábamos.
Sin esperanza, no hay razón para vivir, y la esperanza es lo último que se pierde. Elevamos la esperanza a categoría de virtud teologal, por la que esperamos con firmeza los bienes prometidos. Arriba y abajo, confiamos nuestras esperanzas a hombres y mujeres que no nos dan la respuesta ansiada, y perdemos la esperanza.
Los hijos eran nuestra esperanza, y ellos han perdido la esperanza; los líderes del mundo eran nuestra esperanza, pero ya no quedan Luther King que proclamaren e hicieren realidad el sueño y la esperanza: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, dijo un día.
De tanto esperar, nos desesperamos y perdemos la razón y el buen juicio. Ya advertía Benjamín Franklin que “el que vive de esperanza, corre el riesgo de morirse de hambre”. Esperamos del cielo las gracias que no hubiéremos en la tierra, y no las recibiéramos de él ni de los profetas que nos prometen el paraíso en la tierra.
La esperanza se representa desde la antigüedad como una dama con atuendo verde, una mujer melancólica e ilusionada con el porvenir. Nuestros campesinos ven en el verde de los campos, llegada la primavera, la pronta sazón del trigo y el verde de los frutos que promete abundancia de alimentos en verano. Esa es su esperanza. En la Edad Media, los autores de novelas caballerescas señalaban que los galanes solteros o enamorados debían portar una cinta verde. La esperanza es verde, como las imágenes de la Esperanza llevan un manto verde. El color verde de la bandera de Extremadura representa la esperanza en el futuro que no hubieren nuestros ascendientes, pero que merecen nuestros descendientes. No matemos, al menos, la esperanza verde de los jóvenes porque, sin ella, terminarán por no creer ni en el cielo ni en la tierra. Y si no creyeren en nada ni esperanza les asistiere, cómo esperar a leer el dintel de las puertas del infierno: “Perded toda esperanza quienes aquí entráis”, cuando fuere el cielo el sueño prometido: “No me tienes que dar porque te quiera/pues aunque lo que espero no esperara/lo mismo que te quiero te quisiera”, en la expresión anónima del amor desinteresado y de la esperanza no satisfecha ni por el cielo ni por la tierra.
Sin esperanza, no hay razón para vivir, y la esperanza es lo último que se pierde. Elevamos la esperanza a categoría de virtud teologal, por la que esperamos con firmeza los bienes prometidos. Arriba y abajo, confiamos nuestras esperanzas a hombres y mujeres que no nos dan la respuesta ansiada, y perdemos la esperanza.
Los hijos eran nuestra esperanza, y ellos han perdido la esperanza; los líderes del mundo eran nuestra esperanza, pero ya no quedan Luther King que proclamaren e hicieren realidad el sueño y la esperanza: “Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”, dijo un día.
De tanto esperar, nos desesperamos y perdemos la razón y el buen juicio. Ya advertía Benjamín Franklin que “el que vive de esperanza, corre el riesgo de morirse de hambre”. Esperamos del cielo las gracias que no hubiéremos en la tierra, y no las recibiéramos de él ni de los profetas que nos prometen el paraíso en la tierra.
La esperanza se representa desde la antigüedad como una dama con atuendo verde, una mujer melancólica e ilusionada con el porvenir. Nuestros campesinos ven en el verde de los campos, llegada la primavera, la pronta sazón del trigo y el verde de los frutos que promete abundancia de alimentos en verano. Esa es su esperanza. En la Edad Media, los autores de novelas caballerescas señalaban que los galanes solteros o enamorados debían portar una cinta verde. La esperanza es verde, como las imágenes de la Esperanza llevan un manto verde. El color verde de la bandera de Extremadura representa la esperanza en el futuro que no hubieren nuestros ascendientes, pero que merecen nuestros descendientes. No matemos, al menos, la esperanza verde de los jóvenes porque, sin ella, terminarán por no creer ni en el cielo ni en la tierra. Y si no creyeren en nada ni esperanza les asistiere, cómo esperar a leer el dintel de las puertas del infierno: “Perded toda esperanza quienes aquí entráis”, cuando fuere el cielo el sueño prometido: “No me tienes que dar porque te quiera/pues aunque lo que espero no esperara/lo mismo que te quiero te quisiera”, en la expresión anónima del amor desinteresado y de la esperanza no satisfecha ni por el cielo ni por la tierra.
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