Cuando los tiempos no soplan a favor, hay un viento que nos lleva a la nostalgia y otro que nos induce a mirar al pasado, como si el presente se hubiere paralizado y el futuro fuere una utopía. Entre babor y estribor, olvidamos la proa que nos conduce al futuro, aun a través del proceloso mar de los tiempos. El pasado, aun siendo mejor que el presente, no podrá advertirse como algo bueno por volver, porque solo pensando en él nos instalaríamos en las antípodas de lo que aspiramos a ser.
Cuando hablamos más del pasado que del presente y el futuro caemos en la melancolía, en la nostalgia de un tiempo que para algunos puede que fuera mejor y por ello aspiran a reconquistarlo. Nadie desea instalarse, y permanecer, en una situación peor que la que tuvo. El pasado es historia; el presente y el futuro suponen el desafío por conquistar. Tornar al pasado, sí, para retomar los pasos perdidos, nunca para dejar atrás el terreno conquistado; mirar al presente y al futuro para mejorar el pasado.
La mirada al pasado, o en él instalada, nos conduciría a ser la mujer de Lot que se convirtió en estatua de sal, inmovilizada, como un monumento a la desobediencia tallado en sal pura. Nacimos para desarrollarnos y crecer, no para volver a nacer, porque la vida es un camino finito, en el que el más allá nos impedirá el retorno a lo que fuimos. El pasado es la película de nuestra vida de la que solo recordamos retazos aislados; como la felicidad, o el amor a veces, son tan solo instantes en un largo camino por recorrer.
La mirada al futuro nubla un pasado ya oscuro, en la noche de los tiempos, siempre expectante a la espera del orto. El pasado es el ocaso de lo que quizá fuimos; el futuro, el alba diáfana para ser mejores de lo que somos. No podemos afirmar que cualquier tiempo pasado fuere mejor que el actual, porque la mayoría ha avanzado, aunque una minoría retroceda en privilegios anteriores. Y ni siquiera, ese tiempo mejor fuere motivo para cargar contra quienes quizá le dieren un día el pan y el agua que comieren y bebieren en abundancia y a la que hoy desean volver, como quien vuelve al pueblo por vacaciones, porque más dura será la caída de quienes olvidaren su cordel para volver al redil que el futuro nos demanda.
Cuando hablamos más del pasado que del presente y el futuro caemos en la melancolía, en la nostalgia de un tiempo que para algunos puede que fuera mejor y por ello aspiran a reconquistarlo. Nadie desea instalarse, y permanecer, en una situación peor que la que tuvo. El pasado es historia; el presente y el futuro suponen el desafío por conquistar. Tornar al pasado, sí, para retomar los pasos perdidos, nunca para dejar atrás el terreno conquistado; mirar al presente y al futuro para mejorar el pasado.
La mirada al pasado, o en él instalada, nos conduciría a ser la mujer de Lot que se convirtió en estatua de sal, inmovilizada, como un monumento a la desobediencia tallado en sal pura. Nacimos para desarrollarnos y crecer, no para volver a nacer, porque la vida es un camino finito, en el que el más allá nos impedirá el retorno a lo que fuimos. El pasado es la película de nuestra vida de la que solo recordamos retazos aislados; como la felicidad, o el amor a veces, son tan solo instantes en un largo camino por recorrer.
La mirada al futuro nubla un pasado ya oscuro, en la noche de los tiempos, siempre expectante a la espera del orto. El pasado es el ocaso de lo que quizá fuimos; el futuro, el alba diáfana para ser mejores de lo que somos. No podemos afirmar que cualquier tiempo pasado fuere mejor que el actual, porque la mayoría ha avanzado, aunque una minoría retroceda en privilegios anteriores. Y ni siquiera, ese tiempo mejor fuere motivo para cargar contra quienes quizá le dieren un día el pan y el agua que comieren y bebieren en abundancia y a la que hoy desean volver, como quien vuelve al pueblo por vacaciones, porque más dura será la caída de quienes olvidaren su cordel para volver al redil que el futuro nos demanda.