Jesús Jiménez Zancas, profesor de Educación Física en el IES “El Brocense” y ex jefe de Estudios durante uno de los mandatos del que fuere director, Teófilo González Porras, se ha ido el 30 de agosto, cuando sus alumnos aún no habían regresado a sus clases para seguir reconociéndole como “El Fiebre” que en ellas fuere y el buen profesor que juzgare con benevolencia a todos los alumnos aplicados, a quienes estimulare con su palabra y reconociere su dedicación.
“El Fiebre” insuflaba autoestima en sus clases y era un corazón de padre para sus alumnos fuera de ellas. En El Rodeo, cuando aún no fuere parque; en el gimnasio, y fuera de él, sacando lo mejor de todos para cumplir el dicho latino “Mens sana in corpore sano” (una mente sana en un cuerpo sano). Y al final, todos hubieren la recompensa de un profesor que fuere “fiebre” en la enseñanza y comprometido con la educación de sus alumnos, pero comprensivo, a la postre, con ellos como un padre con sus hijos.
Hubimos relación familiar y amigable y charlas de café en que me desgranaba su preocupación por una comunidad educativa que no podía permitirse el lujo de tirar de los fondos públicos sin medida, en la responsabilidad compartida que le fuere encomendada. Y así, tras la comida, se marchaba a un híper para hacer la compra de ofertas para su Instituto, cuando aún la crisis no hubiere llegado ni el límite de deuda fuere una obligación y no una opción.
Un día, a principios de la década, me lo encontré compungido a primera hora de la tarde. Una alumna suya había muerto por la mañana atropellada cuando se dirigía a clase. Cuando conoció la noticia, llamó al director y se suspendieron las clases. Alumnas y alumnos lloraban sin cesar su pérdida y nada más pudieren hacer. “El Fiebre” sentía su muerte como “el manso” de corazón que fuere siempre.
En otra ocasión, el Instituto rendía homenaje en su día del centro a su más veterano alumno: el escritor, periodista y académico de la Extremeña Pedro de Lorenzo, pero no profeta en su tierra, sino fuera de ella.. El director y él me invitaron a la cena con ellos y su mujer el día antes de su última lección en el centro de sus primeras letras. Al día siguiente le entrevistaba en el mismo hotel. Ya nos avisó de su enfermedad: dos cánceres, a la espera del primero que llegare a la meta para llevarle a su tumba en un terreno comprado en las Casas, Casas de Don Antonio, su pueblo natal, desde el que escribiere sus primeras letras de corresponsal para el periódico de la capital que nos uniere, el “Diario Extremadura”.
Jesús, “Susi”, escuchaba más que hablaba, y de todos aprendía la lección que luego transmitiere a sus alumnos. El “vino de Navidad” no fuere para compartir solo con sus compañeros, sino con quienes también lo fueren: con los trabajadores del centro. La última Navidad, uno de ellos se le acercó y le dijo: “Usted fue mi profesor hace quince años…” Le preguntó su nombre, pero no recordare. ¡Tantos alumnos y clases, tantos gritos de ánimo para estimular la conciencia del aprendizaje obligado…! que “El Fiebre” no lo fuere tanto como para recordarlo como tal, sino como el antónimo que a la postre le retratare.
Hijo de una familia de docentes --¿habrá alguien en Cáceres que no conozca a su progenitor. Jesús Jiménez Regodón, director que fuere del colegio menor y residencia “Donoso Cortés” y conocido profesor de Educación Física?, como recuerda el colega Miguel Ángel Muñoz en “Los misterios de Cáceres”-- se ha marchado a las puertas de un nuevo curso, a los 57 años, cuando aún le faltaren tantas generaciones por curtir, a las que invita en su hora final a ser discentes del adagio latino: “Mens sana in corpore sano”, ¿o no le enseñaren su padre y su madre Micaela; su esposa, María José, y sus hijos, Raquel, Víctor y Raúl, prolongación de generaciones de sus alumnos, a enseñar aprendiendo…?
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