domingo, 4 de septiembre de 2011

UN ÁRBITRO CORRECTOR EN EL CONGRESO



La anécdota del Pleno del Congreso que modificó el pasado viernes el artículo 135 de la Constitución no la protagonizaron los diputados ausentes en señal de protesta ni los presentes que se abstuvieren, ni las negociaciones de última hora para salvar los muebles de un consenso ya imposible frente al habido en la totalidad del texto del 78, sino la intervención del presidente de la Cámara como un árbitro corrector de estilo gramatical, que fue asumida por todos, y que no fuere de forma, sino de estilo; no ortográfica, como se ha escrito por algunos plumíferos, sino gramatical.

El acuerdo unánime de sus señorías con la indicación del árbitro corrector vino precedida de una explicación, que no se da ni se acepta en otras ocasiones, por quienes anteponen las virtudes del político a cualquier otra consideración que no se revistiere con la ideología propia, con el deseo de la imposición frente al consenso, o del hábito que no hace al monje, sino la profesionalidad, el trabajo, y el estilo en el saber ser y en el saber estar, o con un estilo en el que se da por supuesta la militancia, pero no el encaje del vestido en el militante. Véanse los llamados “independientes” en política, que ni lo fueren, ni lo son, ni lo serán, por más que lo proclamen.

Bono, tan amante de las formas como del estilo, que hasta cuida sus cabellos como las mujeres los propios, había consultado por iniciativa propia al presidente de la institución que “limpia, fija y da esplendor” a la lengua, y que le diere la razón en su duda. El profesor Beclua, presidente de la Academia, le ratificó, en efecto, el error en sus dudas. El punto 3 del artículo 135, contenía una incorrección gramatical. No puede decirse, como estaba ya aprobado antes de la votación, que “el volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación al conjunto del producto interior bruto del Estado no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea”. Tras consultar si había algún diputado que se opusiera a la rectificación –que no ocurrió, según las crónicas- Bono anunció que la redacción definitiva del párrafo en cuestión quedaría así: “…en relación con el PIB del Estado”.

La anécdota, elevada a categoría constitucional, nos recuerda las enmiendas introducidas en el texto constitucional del 78 por el senador por designación real, Camilo José Cela, a su paso por la Cámara Alta. Pocos textos constitucionales pueden presumir de haber sido revisados por un académico de la Lengua y Premio Nobel de Literatura como la Constitución del 78. Cela presentó 41 enmiendas al texto, de las que solo le fueron aceptadas unas cuantas: en el artículo 4.1, que define los colores de la bandera de España, logró que se sustituyera el adjetivo gualda por el de amarilla porque, según afirmare, el adjetivo gualda era un concepto adecuado para la heráldica y, por ese camino, bien podría decirse gules en lugar de roja… ¿Se imaginan ustedes que hoy denominaren a “la Roja” o “la Rojita”, al referirse a las selecciones absoluta y sub 21 de fútbol, como gualda o gualdita?

Sin duda la enmienda más significativa fue la del artículo 57, de la sucesión en la Corona, donde los padres de la Constitución, herederos del franquismo, afirmaban que “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura…siendo preferido el varón a la hembra”, que se corrigió “por el varón a la mujer”, porque las hembras fueren del reino animal irracional y la mujer, incluida las de la familia del Rey, no fueren hembras de cría, sino personas con todos los derechos y deberes previstos en la Constitución por su condición de españolas. Conviene recordar al respecto que en el DNI del franquismo, hasta entrada la democracia, constaba la V para decir que su poseedor fuere varón y la H para referirse a la hembra; es decir, a la mujer, porque los otros animales se identifican como machos o hembras, pero no la especie humana. “Hembra –proclamó Cela- es lo opuesto a macho, mientras que mujer es el concepto correspondiente a varón.”

El artículo 15 principìa “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física.” Cela preguntó: “Pero, quiénes son todos? ¿Los mamíferos? Si esto es así, tendremos que cerrar los mataderos municipales. Yo creo que debería decir: todas las personas tienen derecho a la vida”, todavía un vocablo en fase de discusión, sobre todo por sectores ultras y especialistas de la bioética, que siguen preguntándose cuándo un varón, o una mujer, pueden ser considerados personas: si desde el momento de la concepción, o a partir de las veinticuatro horas de su nacimiento y de su inscripción en el Registro Civil…, como en el caso de los difuntos, que no pudieren ser inhumados hasta pasadas veinticuatro horas de su fallecimiento, científicamente verificado.

Así que el senador se cansó un 31 de agosto y dijo: “Adiós, señorías. Voy a despojarme de este traje de chupatintas, con sudor a enmiendas.” El senador Ricardo de la Cierva acudió al rescate: “La actuación de Cela nos ha enriquecido, no solo gramaticalmente, sino humanamente.” Atrás quedaba su lección a mosén Xirinacs, quien le recriminó en cierta ocasión que estaba dormido. Sorprendido porque le despertaran, le respondió “No estaba dormido; estaba durmiendo.” “¿Es lo mismo, no?, adujo el mosén, y Cela, demostrando su dominio del lenguaje, sin reparar en el lugar que estuviere, le contestó: “No es lo mismo, al igual que estar jodido no es lo mismo que estar jodiendo.” “Mi sabiduría –concluyó en su despedida- se ha terminado antes que la paciencia de ustedes. Es mi última enmienda.” Y fuese para contarle un día a Mercedes Milá en TVE otra de sus capacidades: la absorción de litro y medio de agua de un solo golpe por vía anal… “Esto lo hace muy poca gente”, añadió, ante las dudas y las risas de la presentadora. Como él, genio y figura hasta la sepultura.

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