La Carta del Rey de España, publicada en la recién inaugurada página
web de su Casa, el pasado día 18, no es, como han querido ver algunos, que no
han deseado darse por aludidos, una intromisión política que trasciende su
papel institucional. Apelar a la unidad “caminando juntos, aunando nuestras
voces y remando a la vez”, “en defensa del modelo democrático” y apelando al
“sacrificio de los intereses particulares en aras del interés general”, no es
algo que pueda ser extrapolado del ámbito constitucional, porque ha sido
refrendada por el presidente del Gobierno, según previene el artículo 64
(puntos 1 y 2) en relación con el artículo 56.1, por cuanto es el “Jefe del
Estado, símbolo de su unidad y permanencia” y porque refleja el sentir de la
mayoría de los españoles en estos momentos de incertidumbres. Otra cosa son las
lecturas interesadas y partidistas que se hacen habitualmente de las palabras
del Rey, que interpreta un sentir general
en “un momento decisivo para el futuro de Europa y de España”.
La Carta del Rey me recordó la inequívoca
posición del presidente de la República Italiana, el demócrata-cristiano, Oscar
Luigi Scalfaro, el 2 de julio de 1996, cuando afirmó ante el Parlamento que,
puesto en pie le aplaudiere, que “la República es una e indivisible”,
recordando el artículo 2 de su Constitución, exactamente lo mismo que reconoce
el mismo artículo de la Constitución Española de 1978, cuando afirma que esta
“se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la
autonomía de nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre
todas ellas”.
Scalfaro salió, de este modo, al paso de
las quiméricas (ilusiones y fantasías que se creen posibles, pero que no lo
son) aspiraciones secesionistas de la Liga Norte, capitaneada por el
independentista Bossi, tres veces coaligado en el gobierno con Berlusconi, que
imaginaba periódicamente la secesión de una Padania imaginaria, y que echaba
pestes contra una “Roma ladrona” y un “Estado vándalo”, cuando el mismo se vio
obligado a dimitir por las revelaciones de malversación de dinero público por
parte de su partido.
El presidente Scalfaro, en su papel constitucional,
reconoció ante el Parlamento que “las diferencias económicas entre el norte y
el sur del país representan un peligro grave”, pero añadió que la Constitución
prevé los medios para “hacer una síntesis entre una autonomía verdadera y la
unidad nacional”. Exactamente, el mismo espíritu con que el Rey de todos los
españoles ha querido advertir sobre “la difícil coyuntura económica, política y
también social que atravesamos”, el mismo sobre el que ya advirtiere el gran
historiador inglés Arnold J. Toynbee (1889-1975) cuando afirmare que “una
nación permanece fuerte mientras se preocupa de sus problemas reales, y
comienza su decadencia cuando puede ocuparse de los detalles accesorios”.
Nuestro Rey, como Scalfaro, no ha hablado
de política partidista, sino de unidad nacional, de la patria indivisible por
encima de todos. La solidaridad constitucional no puede cifrarse en pedir un
Pacto Fiscal, que rompe la caja única; ni un rescate de 5.023 millones de euros
“sin condiciones políticas”, sin pasar por el Consejo de Política Fiscal y
Financiera, ni de amenazar con la independencia como derecho a decidir “nuestro
camino”, porque esas vías han de ser decididas por todos los españoles, y no
solo por los catalanes. Preséntese en el Congreso y pida, como hizo Ibarretxe,
el “placet” para su plan soberanista, que luego habría de ser sometido a
referéndum de todos los españoles, en caso de que prosperase, asunto al que se
dio carpetazo.
No está bien jugar con España y contra ella,
avivando manifestaciones, cánticos y banderas hasta en encuentros deportivos,
para luego decir que, aunque fueren “independientes” en su día, jugarían la Liga española, y la Copa del Rey,
claro, porque, sin ellos, no serían nadie. “Tal vez –decía el escritor inglés
Aldous Huxley (1894-1963)-- la mayor lección de la Historia sea que nadie
aprendió las lecciones de la Historia”.
El ex presidente de la Generalitat, Jordi
Pujol, advertía el pasado día 20 que “la independencia de Cataluña es casi
imposible”, y alertó de que “si sigue así, Cataluña no es viable”, en
referencia al “ahogo autonómico de la región”. Es la hora de España y de
Europa, nuestro destino y lugar, “sin perseguir quimeras” por la que no están
los españoles, aunque reconozcamos el nacionalismo cultural y la riqueza de la
diversidad de la nación, pero no el nacionalismo político que empobrece aún más
a quien lo demanda y practica.
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