jueves, 4 de octubre de 2012

UNIONES Y DIVORCIOS EN LA CRISIS


           A más crisis, más paro; a más paro, más desamparo; tras el paro, la separación y el divorcio; pero “lo que Dios une, que no lo separe el hombre”. (Mt. 19, 3-12). El paro aumenta los divorcios, pero también las uniones familiares a la sombra de lo que siempre unió al hombre: el dinero, no tan solo la mujer con la que formare una sola carne. Antes, el hombre abandonaba a su padre y a su madre para unirse a su mujer. Lo que Dios unió, lo separan los hombres; lo que el trabajo unió, lo dividen los hombres, los hombres nacidos para dividir y torturar y no para gestionar la producción y el trabajo de todos. Sin trabajo y sin mujer, los hombres tornan a la casa del padre para que él les alimente de nuevo, con la efímera pensión recortada que a todos pudiere alimentar.
              Crecen los divorcios tras más de veinte años de matrimonio, con hijos adolescentes a las puertas de la universidad y de la nada, en casa de la madre. Quienes abandonaron la casa del padre, tornan a ella en busca de alimento. Los que llevaron a sus padres a residencias, los rescatan para alimentarse todos con su parca pensión. La calidad asistencial mengua. Todos morirán en casa, como se hacía antes, en tiempos de la iguala, sin medicinas que aliviaran el dolor ni farmacias para pagar o copagar las boticas. No habrá tanatorios para el velatorio, sino los pequeños salones de la casa, a la espera de la inhumación… ¡Es la crisis! ¿Y antes: cuando nadie se divorciaba, porque no existiere tal ley para quien deseare acogerse a ella; cuando los hijos abandonaban la casa del padre para buscarse la vida, ni nadie que lo necesitare y pudiese pasaba sus últimos días en residencias públicas o privadas, porque no las hubiere…?
              La crisis ha traído consigo también más divorcios y más apelaciones al rescate de la familia. El divorcio no es signo de la crisis, sino de la pérdida de los vínculos que antes unieren a los cónyuges: la alianza del amor (“Yo no estoy enamorada de mi marido; le quiero, sí, porque es el padre de mis hijas, pero…”); la incomunicación, la contradicción entre la libertad y el vínculo; la infidelidad, la división, el amor como renuncia… La pasión es una etapa; el amor, un camino; un “te quiero” sin tiempo. La crisis es una prueba; los reveses de la salud y económicos, otra. Parece que no volverán los días felices, y se olvidan las promesas y los juramentos, como los políticos olvidaren los suyos, porque la política para muchos fuere un matrimonio de conveniencia que da réditos y no ofrece problemas, sino solo a quienes nada hubieren.
              Antes que el rescate de España, aún no solicitado, y que conllevará más sacrificios para los de siempre, se ha producido un rescate inadvertido para los más, lo que Rajoy llama “el silencio de los corderos”, que no protestan y nada dicen, porque no salen a la calle, ante lo que Almodóvar se rebela y le contesta que “no se apropie del suyo”. Se trata del “rescate” y vuelta a casa de los mayores, residentes fuera del hogar, porque su mínima pensión diere de comer a cinco de la familia que nada tuvieren. “Antes comemos nosotros que los glotones de las privadas.”
              Son, en fin, otros efectos colaterales de la crisis, que buscan por un lado una mayor libertad y, de otro, un recurso del que se careciere para subsistir. La unión buscada y el divorcio sobrevenido, porque la palabra de Dios no existiere en nuestras vidas, y las promesas y juramentos se los lleva el viento de otoño como hojas caducas que pronto caerán sobre la tierra.

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