Por Adviento, todos esperaren la palabra de vida eterna. En
principio fue la palabra y la palabra encarnare en sí misma el compromiso que
ofreciere per se. La palabra valía
por su contenido y continente. Nada sin la palabra, aun habiendo escribanos de
la palabra, predicadores de la palabra. La palabra era su peso en oro, signada
con el apretón de manos por todo sello que la validare; pero hoy, “nihil prius
fide” (nada antes que la fe, la fe por encima de todo…), o la fe pública
notarial. Nada sin la palabra escrita. ¿Dónde queda, entonces, la palabra? ¿Qué
valiere una palabra –hablada- si no fuere palabra de vida eterna? Hay otra
palabra no escrita, de fe espiritual, que no necesitare la fe pública. “In
principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum” (en
principio era la palabra y la palabra estaba con Dios y Dios era la palabra, la
transliteración del logos o la
palabra por excelencia). La vida eterna viene de creer en Jesús como el Hijo de
Dios; es decir, de creer en su palabra.
Hay otra
palabra, empero, escrita, no validada públicamente más que por una firma, sin
que su autor ni viere ni entendiere lo que firmare. Un compromiso no de palabra
–escrita-, que condenare a su titular para siempre, porque no hubiere la
preferencia del compromiso adquirido ni la subordinación a la palabra dada,
pues el emisor no hubiere adquirido el compromiso moral de la palabra dada, aun
rubricada por el receptor. Las preferentes, las subordinadas…, palabras de
compromiso en un tiempo duradero, sin el compromiso de la palabra entre
caballeros. Más que palabras de vida, señales de muerte en vida, una vida sin
el adobo del compromiso de la palabra, perdida ya la fe en los compromisarios
de la palabra.
Ni siquiera
la palabra dada reduce a cuatros años su compromiso adquirido. Bastare uno tan
solo para dar fe pública y notoria de la pérdida del compromiso de la palabra
dada. Cuando los políticos dicen que “cumplen a rajatabla su programa
electoral”, la realidad parece afirmar lo contrario, porque la palabra electoral
se crea para romperse, como los compromisos sin fe pública. ¿No fuere pública
acaso la fe transmitida por la que le delegamos el poder de nuestra palabra?
Cristo dijo que “la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre, que me ha
enviado” (Jn, 14, 24). ¿Será, por ello, que Rajoy, enviado por Aznar, hubiere
roto los compromisos todos de su palabra: la educación, la sanidad, las
prestaciones sociales, el IVA, el copago, la reforma laboral, el linchamiento a
los funcionarios, la salvación de la banca, más las pensiones…? Su palabra no
fuere palabra de vida eterna, roto el compromiso de la palabra para cuatro años
en un solo. “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” (Mc,
2, 17).
No hay palabra de compromiso para los afligidos de la tiera, porque la palabra no asume el compormiso, ni fuere sinónimo de él. No hay bienaventuranzas en la tierra para los esperanzados en el cielo; ni justicia, ni educación, ni sanidad que no fuere solo para ricos. Por ello, muchos abandonan voluntariamente una vida de ruptura de compromisos antes de que los echen como a perros los ricos de este mundo; pero tambiéne está escrito: "¡Ay cuando los hombres hablen bien de ustedes!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas." (Lc, 6, 24-26).
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