Hubo un tiempo no muy lejano en el que la basura se
depositaba sobre las aceras; otro tiempo aún más lejano en el que la basura
pareciere no existir, pero la hubiere, y se retiraba, como a los animales
muertos, a las afueras del pueblo o la ciudad. Al amanecer, las aceras de las
ciudades aparecían sucias por restos de basura esparcida, roto el continente
que las recogiere. ¿Quién hurgaba en las bolsas de basura? Solo perros y gatos
abandonados, vagabundos, sin dueño conocido, salían de noche de sus madrigueras
y, cuando los vecinos dormían, ellos llenaban sus estómagos con los residuos
comestibles que les ofrecieren aquellas.
La llegada de los contenedores alivió el hurto nocturno
de esta comida sobrante que se tirare a la basura; redujo casi a la nada los
malos olores que desprendían las bolsas rotas, abiertas, destrozadas, por
cánidos y mininos hambrientos. Ahora, los contenedores son removidos por otros
visitantes distintos. Perros y gatos no pueden acceder ya a ellos. En los
descampados de la ciudad, en solares aún por construir, vagan aún animales
domésticos, cuyas carencias alimentarias son suplidas por algún vecino samaritano
que, al anochecer, se acerca hasta ellos para darles comida y agua.
Los contenedores de basura reciben de noche a otros
visitantes, esta vez humanos, que no hubieren qué comer. Una mujer preguntare hace unos días a una empleada
de un híper qué hacían con la comida sobrante. Su sorpresa fue mayúscula cuando
le dijo que la tiraban a la basura. Hurgar en contenedores de basura en busca
de comida se está convirtiendo en una práctica cada vez más común en España. La
crisis no les deja otra alternativa. Cada ciudadano de la UE tira a la basura
179 kilogramos de alimentos al año. La media en España, aunque por debajo de la
europea, es de 163 kilogramos anuales. En nuestro país han surgido grupos
organizados cuya finalidad es denunciar el despilfarro de alimentos de la
sociedad de consumo en tiempos de crisis. Uno de ellos, el madrileño Comida basura,
cuya lema es “Tu comida es mi tesoro”, fundado en 2010, recorre las calles de
la capital en busca de alimentos desechados por vecinos, tiendas o
supermercados. Más de 50.000 toneladas de comida fresca de los supermercados
acaban cada año en la basura porque Sanidad prohíbe que se done a las
asociaciones que se dedican a distribuir alimentos entre las personas sin recursos y comedores sociales. Recoger comida
basura está multado en Madrid con 750 euros. Casi la mitad de los alimentos
producidos en el mundo, unos 2.500 millones de toneladas anuales, termina en la
basura, según un informe de la organización británica Ingenieros Mecánicos, que
insta a luchar contra este despilfarro. El director general de la FAO ha
advertido sobre el derroche de comida en
el mundo, ya que se malgastan 1.300 millones de toneladas al año. “Si
redujéramos el derroche y la pérdida de alimentos a un 25 por ciento,
tendríamos comida adicional para unos 500 millones de personas al año sin tener
que producir más”, afirma José Graziano da Silva. En 2050, la escasez de
alimentos podría forzar a los seres humanos a hacerse vegetarianos, y el hombre
y los animales se disputarían la comida en la boca. En los próximos 40 años, la
población mundial se incrementará en otros 2.000 millones desde los actuales
7.000, que requerirán sustento. La tierra cultivable no será suficiente para
alimentar a 9.000 millones.
Al anochecer, en los descampados, vemos a hombres y
mujeres alimentar a perros y gatos abandonados. En 2050, los animales, sin agua
ni alimentos suficientes, terminarán quitándonoslos por puro instinto de
supervivencia, si no producimos y ahorramos más. El hombre será, una vez más,
un lobo para el hombre, en estado puro, en lucha abierta contra los animales
irracionales, todos igualados por la supervivencia y el hambre que ya no nos
satisficiere ni la basura que ahora nos da de comer.
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