miércoles, 24 de abril de 2013

LA DESCAPITALIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO

 
           La LXXVII Asamblea General de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), celebrada recientemente en Granada, ha reivindicado la figura de los profesionales senior de más de 50 años, y con 30 de experiencia, "a quienes se está expulsando de las redacciones", y ha advertido de las graves consecuencias de esta descapitalización para el periodismo de calidad.  La madurez y la experiencia han sido siempre un plus añadido a los valores que encarnare una profesión que, como otra cualquiera, no la da el título, sino su ejercicio, en un continuo aprendizaje que une al conocimiento las tildes consustanciales a la  misma.
              Ya hace años, algunas grandes empresas españolas prejubilaban a sus trabajadores a los 52 años, en plena madurez creadora, con el único afán de obtener más beneficios, aun a costa del resto de los trabajadores españoles, ahorrándose dos años de salarios y Seguridad Social, tras enviarlos al paro, para volver a ella hasta la desvinculación definitiva, alcanzada la jubilación. Esa misma empresa, Teléfonica de España, pretendió hace años, en octubre de 2008, efectuar una eufemística "desvinculación anticipada" de 700 trabajadores, rebajando en cuatro años la cifra habitual de sus prejubilaciones, con las mismas condiciones que aquellos. Los sindicatos, como parte interesada, bendecían aquel alarde de injusticia que pretendía extender como norma, y no hacer excepción, de unas prejubilaciones a los 48 y 52 años, mientras que "un trabajador que está en el andamio tenga que estar trabajando hasta los 65", en palabras del entonces ministro de Trabajo, Celestino Corbacho.
 
              Cuando ni los jóvenes encuentran empleo y los mayores de 45 o 50, expulsados del mercado laboral, lo hallaren, entramos en una dicotomía inválida entre la experiencia no probada, por no adquirida, y la madurez reconocida, pero expulsada del paraíso del trabajo, que implica la descapitalización del conocimiento de un país, incapaz de hallar el término medio de la virtud: dar trabajo a los jóvenes y no perder la experiencia acumulada de los veteranos.
              Los politólogos acuñaron en la "guerra fría" el sintagma "la gerontocracia del Kremlin" para referirse a sus presidentes, dada su avanzada edad, desde Leonid Brézhnev (1964-1982), pasando por Yuri Andropov (1982-1984), Konstantin Chernenko (1984-1985), hasta la llegada del joven Mijail Gorvachov (1985-1991), con 54 años. La gerontocracia es la forma oligárquica de gobierno, en la que una institución o gobierno es dirigido por una pequeña cantidad de líderes, en las que los más ancianos mantienen el control. En Cuba, la cúpula dirigente del país raya los 80 años. El papa Pablo VI instituyó que los cardenales mayores de 80 años no pudieren votar en el Cónclave y, por tanto, no ser electos. Sin embargo, se considera que un papa como el actual, Francisco, con 76 años, ha sobrepasado la edad adecuada para dirigir la Iglesia, cifrada en los 60, en la que se acumulan todavía experiencia y vigor físico y espiritual, como requería el papa emérito Benedicto XVI, como para ejercer unos veinte años. Juan Pablo II fue elegido papa en 1978 con 58 años, el segundo más joven del siglo XX, y su pontificado duró 27 años y 11 meses, hasta el 2 de abril de 2005.
 
              Felipe González (Dos Hermanas, Sevilla, 1942) fue elegido presidente  con 39 años y ejerció catorce años como tal (1982-1996). José María Aznar (Madrid, 1948) fue presidente a los 43 años (1996-2004) y fue el primero en extrapolar a España la norma constitucional americana de dos mandatos de cuatro años como máximo, aunque dejó la puerta abierta "si España estuviera en peligro..."  En una de sus visitas a la Moncloa, el hoy presidente israelí, Shimon Peres (Wiszniewo, Polonia, hoy Vishneva, Bielorrusia, 1923), que hoy frisa los 90 años, conocedor del retiro anticipado de Aznar, le mostró su extrañeza ante tal circunstancia dada su juventud.
              Para no ser menos, Extremadura fija en ocho años el mandato del presidente de la Junta, según el anteproyecto de ley del Estatuto de Cargos Públicos, ahora a estudio en el Consejo Consultivo, dado a conocer el pasado mes. Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Mérida, 1948) fue presidente de la Junta de Extremadura con 35 años y estuvo 24 años en el poder (1983-2007), en que dio paso a su sucesor, Guillermo Fernández Vara (Olivenza, 1958), presidente entre 2007-2011, que accedió al cargo con 48 años, mientras que el actual, José Antonio Monago (Quintana de la Serena, 1966) desde el 7 de julio de 2011, asumió el cargo con 45 años.
 
              Ni la edad, ni la unificación de jurisprudencia de los cargos públicos ni su régimen disciplinario y sancionador, hacen al buen político. El político nace y después se hace. Cuando los partidos políticos de una democracia asentada, como Italia, que ha sido capaz de gobernarse con un pentapartito, se ven ahora incapaces para formar un gobierno de coalición, y han de pedir a su anciano presidente de 87 años, Giorgio Napolitano (Nápoles, 1925), que el 10 de mayo cumpliría su segundo mandato de siete años, un tercero, a qué hablar de edad a nuestra conveniencia, de limitación de mandatos..., cuando nuestros diputados juran o prometen la Constitución saltándose a la torera la fórmula reglamentaria, con la anuencia del presidente de la Mesa de Edad, que les otorgare su condición de diputados. Y miren por dónde: la Constitución italiana sí exige una edad mínima para ser presidente de la República: 50 años. Aquí, ninguno hubiera pasado el corte, excepto Calvo Sotelo, presidente a los 55. Pero, en fin, si todo es por quitarle la casa a los ex presidentes, que ellos pactaron, y ahora por salvar el pellejo del bipartito..., pues vale.

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