No hubiere llegado Santiago y cierra España. Se abre España
en fiestas mil y se cierra de día como se encierra de noche; siempre de noche;
cada vez más de día. Llegado el verano, nuestro país es un puerperio estival,
una cuarentena impuesta por el parto solar, el sobreparto del sol en el que la
ciudad parece dormida hasta la puesta del astro rey, cuando hubiéremos de
dormir. La luz que nos ilumina es la luz que ahora nos asfixia, que nos
desconcentra, que nos impide trabajar. Nuestros pueblos se han cubierto siempre
con la gorra y el sombrero, todo el día al sol; la ciudad torna a sacar los
paraguas de día. En los pueblos, los hombres se bañaban en sudor con las faenas
del campo; en las casas, de gruesas paredes, reinaba en verano la eficiencia
energética, que los políticos traspasan ahora a los ciudadanos, no a los
promotores y constructores. Pagamos por tomar el sol que nos inunda y abrasa;
otros, huyendo de él, se refugian en las sombras de la casa, de los soportales
o de los árboles. Descansan en los bancos viendo pasar el tiempo y a las gentes
que los circundan. Observad las terrazas de verano: mirando de frente, desde la
sombra al sol, viendo pasar la gente, percibiendo cómo se pasa la vida, cómo
transcurre el puerperio que, no por esperado, trastoca nuestro tiempo.
Hay un
tiempo del puerperio más proclive que ningún otro a la sombra: la siesta, las
más calurosas horas del día, en que nada pudiere hacerse; en que la siega y la
trilla se paralizaren por momentos. De niños nos obligaban a acostarnos, aunque
no hubiéremos sueño ni sintiéramos el calor. Tendíamos un colchón sobre el
piso, para más frescor. Entre las rendijas de las persianas, veíamos cruzar la
sombras de algún animal camino de los campos. Hasta los perros permanecían
mudos. Jugábamos a hacer sombras con los dedos para entretener un ocio
obligado. Lo que ayer fue un gran invento español, hoy es denostado: la siesta
se considera tiempo perdido. No podemos, ni debemos, perder tanto tiempo en
dormir, nos advierten. Hay tierras en que no se necesitare la siesta porque
reinare el frescor, ni tanta agua para hidratarse como la huerta para el riego
de los cultivos.
Hubiere
Extremadura agua bastante para saciar la sed, para hidratar los cultivos, para
la bebida de los animales y hasta para refrescarnos en sus pantanos. En las
principales calles de la ciudad instalan microclimas para alivio de paseantes y
mercaderes; pero no hay parasoles suficientes ni aire acondicionado preciso
para calmar esta sed de día, este sinvivir de noche, en que los mosquitos nos
inquietan con su peculiar zumbido hasta el aterrizaje. El puerperio es un
fenómeno fisiológico para la mujer, quizá patológico para los hombres. La
transición biológica es, para todos, otra estacional en la que el tiempo, que
no debiere ser noticia, lo fuere a diario. Es noticia el tiempo cuando sufrimos
los vaivenes del puerperio, su cambios obligados y las consecuencias
imprevisibles de la cuarentena impuesta que a todos afectare, especialmente a
las mujeres.
Muchos
prefieren el calor del verano al frío del invierno; otros, este al calor. Se
soporta un fenómeno atmosférico más que otros. En el medio radica la virtud:
hay una primavera en que la naturaleza despierta los sentidos, se viste de gala
y hasta la sangre altera.
El
puerperio de hoy es aún peor que el fisiológico o el que nos viniere dado por
la estación: es la angustia por el presente, por las amenazas del futuro: la
necesidad de querer ser libres y no poder serlo; el conformismo de los más y la
desafección hacia los hacedores del futuro. Son muchos, cada día más, quienes
no estuvieren ya un solo día de la semana al sol, sino todos; un puerperio
obligado que se alarga más allá de la cuarentena necesaria, que encadenare otras
mil y una transiciones, que no nos habilitaren para la luz, sino para
permanecer en casa, quien la hubiere, sin que el sosiego del hogar ni de la
estación confortare a todos sin una mano amiga que nos hiciere más placentero
el tránsito hacia la otra luz, la que nos diere la precisa luz para ver sin
cegarnos en este mundo..., en los versos teresianos:
"Mira
que el amor es fuerte;
vida, no
me seas molesta,
mira que
solo me resta.
para
ganarte perderte."
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