Sabíamos que Monago tenía mucha lengua, pero no
tanta cara. Vemos su cara, pero no su lengua. Por su lengua detectamos su cara.
La lengua no engaña, aunque tenga muchos vericuetos. Engaña más un rostro con
gestos impropios de su actor: gestos ensayados, empirofollados en sus rictus y
movimientos, dando a entender lo contrario de lo que se piensa, propio del
actor no versado en maridar gesto y lengua. Cuando la lengua hablada es de uno
mismo, pero el habla es de otro, el rostro no revela la verdad de lo que dice,
porque no siente lo que piensa, aunque piense lo que dice. El pensamiento no
suyo --de otros-- es la máscara de Carnaval que cambia y desfigura la faz.
No es maestro en gestos propios, sino ajenos; ni artífice
de su palabra, quizá la hablada, no la escrita. Su rostro deviene en otro
distinto y distante y revela una voz que no piensa lo que dice, aunque diga lo
que piense; pero, al no creer ni en su propia palabra, insta al secreto de la
palabra en la urna, en un intento de ocultar lo que su rostro no precisa.
El presidente de la
patronal valenciana, José Vicente
González, decía ayer que si él fuese Monago,
diría lo mismo en torno a la financiación autonómica, aunque no sabe
si tendría "tanta cara", la cara de Monago, la
cara de las mil caras, cada día más reconocida por su lengua escondida y
hablada, pero no por los signos de su faz, velados por la careta de su
Carnaval.
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