sábado, 26 de abril de 2014

EFECTOS COLATERALES DE LA CORRUPCIÓN


           Tras el paro, la corrupción es el mayor y más sentido problema de los españoles. El paro que nos convierte en protagonistas indeseados; la corrupción como pacientes espectadores y tributarios de ella. Los dos problemas, con mil y una ecuaciones y efectos colaterales, se presentan como irresolubles en una sociedad que parece que no hubiere matemáticos para despejar sus incógnitas. Incapaz de frenar el paro que nos atenaza; sufridora ante una corrupción de la que no fuere protagonista sino por parte de quienes hubieren de ser la solución y no el problema, la democracia deviene en un estado de enfermedad crónica, en el que las apariencias todas engañan.
            El paro trae consigo la pobreza, la exclusión social, el hambre, la huida hacia adelante, la marcha que buscare subsistir en los paraísos terrenales donde el hombre y la mujer fueren tenidos y valorados por sus méritos, honradez y entrega, y no por el color de su piel, ni por su raza, sexo, religión y origen, ni menos aún por inútiles parentescos que transmutan la esperanza, ya irreconocible, que parecía superada en un país que sufre hoy otra peor pobreza: la infantil y la de sus padres, la esperanza perdida, la resignación quebrada, desesperanzada, desilusionada, rota, quebrada, ante una situación de la que ha sido víctima, y no parte. El paro, la corrupción y determinada clase política, que ahora se echa a la calle a predicar y a buscar el voto, han aniquilado a la clase media, sostén de España; ha convertido a los pobres en más pobres y ha hecho más ricos a los ricos...
            La corrupción emerge como desaliento en un país que ha tratado de desasirse de los males que atenazaban a la sociedad y que, en tiempos de crisis, los listos de ocasión aprovechan como río revuelto para ganancia de pescadores ilustrados. La corrupción aumenta el fraude a Hacienda, ha declarado solemne el fiscal general del Estado. En un país de pícaros, la picaresca resucita para sobrevivir. Primum vivere, deinde philosophari (primero, vivir; después, filosofar). Teorizan los que se dedican a teorizar sin los pies en el suelo, porque hubieren y tuvieren otros mundos de yupi, sobre una filosofía vitalista con raíces en otro mundo y no en este, como en el "Diálogo entre Babieca y Rocinante" en El Quijote, en el que el corcel del Cid Campeador se dirige al otro de su señor amo, y le confiesa:
            --Metafísico estáis...
            --Es que no como..., responde Rocinante.
            Y, así, devienen contra el Estado la prevaricación, el cohecho, la malversación de caudales públicos, el fraude a Hacienda, la economía sumergida, la desafección y el descrédito hacia la clase política, actora y benefactora de ella... No es que sean necesarios más fiscales que la atajen, ni una mayor colaboración entre los organismos que la persigan, ni profesionalizar la vida política, sino restaurar los pilares del Estado resquebrajado que da origen a aquella; y la regeneración de España, con una Justicia y eficaz y no eterna; con un Tribunal de Cuentas fiscalizador; con unos fiscales que dividan las causas y se las repartan para evitar los macrojuicios eternos, cuya posible pena ha expirado cuando concluye la instrucción... Son los efectos colaterales de la corrupción, los visibles efectos del paro..., la democracia imperfecta a la que se refiere Fernández Vara, siempre perfectible por todos a una, como en Fuenteovejuna, de Lope:
            --¿Quién mató al Comendador?
            --Fuenteovejuna, señor...
            --¿Quién es Fuenteovejuna?
            --Todo el pueblo a una, señor.
           El pueblo que solo busca Justicia..., una rebelión contra la tiranía cada día más sufrida y doliente.

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