Los partidos
emergentes, que han roto el tradicional mapa político español desde la
Constitución del 78, navegan durante estos días entre la duda existencialista
de la regeneración o la ruptura. La primera, por la que han entrado en escena
en el tablero, no supone, en modo alguno, la segunda, aunque para sí la
desearen muchos. Regenerar es dar nuevo ser a algo que degeneró, restablecerlo
o mejorarlo; hacer que alguien abandone una conducta o hábitos reprobables para
llevar una vida moral o físicamente ordenada. Nada que ver con la ruptura, como
rompimiento de relaciones entre las personas o entidades, el cisma, la
desestabilización. En política, ya hablamos de reforma o ruptura como las
posiciones políticas enfrentadas durante la transición española en los años 70.
La ruptura en Derecho es el incumplimiento o vulneración de un contrato que
puede llevar a su rescisión, como en el matrimonio es sinónimo de interrupción,
separación, anulación o disolución; o en las relaciones internacionales supone
la ruptura de relaciones diplomáticas o alianzas.
La regeneración pretendida por los emergentes no puede ser,
en modo alguno, la ruptura del statu quo,
la imposición de unos criterios sobre otros, de la minoría sobre la mayoría, o
una política de alianzas que rompiere el dictado de los electores. La ruptura no implica romper con el pasado,
sino mejorar lo existente, y se aplica más bien a las relaciones inmateriales,
al contrario que rotura, referido a
algo físico o material, como un vaso.
Así como en los 70, no estaba el horno para bollos y los
españoles optaron por una transición pacífica a la democracia en lugar de la
ruptura que otros propusieren, que nos hubiere retrotraído en la historia, hoy,
como ayer, los experimentos se hacen en casa y con gaseosa, como en su día
dijere con acierto el ministro Corcuera,
bajo cuya égida se levantó en Mérida la Escuela de Tráfico de la Guardia Civil
de ámbito nacional.
Los resultados del 24-M y la política de pactos aún no
consumada, ha puesto a prueba el desencanto de los españoles con la clase
política; la necesidad de no dar cheques en blanco que a nada conducen, sino a
la corrupción generalizada; a no otorgar tampoco mayorías que gobiernen a su
albur, sino mediante pactos que ofrezcan una política para la mayoría, que no desea
otra cosa que la paz y el progreso, que muchos políticos, encerrados en sus
despachos, son incapaces de ver no solo en el día a día, sino en toda una
legislatura.
Es clarificadora la encuesta de Metroscopia anticipada ayer
por El País en líneas generales y que
se publica en su edición de hoy domingo. Visto lo visto, el bipartidismo
repunta: el PP vuelve a ser el primero; los socialistas, segundos,
en un empate técnico con el partido en el gobierno de la nación; Podemos baja
al tercer puesto, y Ciudadanos ve frenado sus avances de los últimos tiempos. Ya
lo advertía Rajoy el pasado día 3
cuando se quejaba de la
exclusión de su partido en la negociación de los pactos,
y al recordar que "el último cordón sanitario contra el PP acabó con
España al borde de la quiebra". (Véase El
País, de 03/06/2015). Los españoles, más listos que sus políticos, no
desean ruptura; regeneración y pactos, sí; imposiciones, no; ni alianzas contra
natura y contra el camino marcado por las urnas. Ya en sus pecados llevan
muchos la penitencia; pero las decisiones de unos pueden cambiar en días, como
se ve, por las que tomen otros. En todo caso, los experimentos en casa y con
gaseosa..., porque el cambio de colores pudiere estar a la vuelta de la
esquina. No seamos tan fantoches como los que pasaron a la historia.
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