viernes, 11 de diciembre de 2015

EL ADVIENTO QUE NO LLEGÓ...

 
           Los católicos esperan el último domingo de Adviento, el domingo más próximo a la festividad de la Navidad, como un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo. Los españoles aguardan ese domingo como una espera importante que traiga nuevas luces en su convivencia. El Adviento cristiano tiene cuatro velas, una por cada domingo del ciclo litúrgico; cada vela es una virtud para mejorar: el amor, la paz, la tolerancia, la fe... Coronas de Adviento con cuatro velas y una corona de ramas de pino, la Corona de Adviento. La comunidad se congrega en torno a ella y prepara la venida del Redentor. Mientras, los niños ultiman el belén que, junto al árbol, presidirá las fiestas en su casa.
            Mientras esperamos el Adviento cristiano y electoral, observamos con tristeza la alegría de quienes ven en ellos una renovación espiritual y social y la tristeza por los que faltan, a quienes el Adviento no llegó ni llegará nunca más; la alegría de la Navidad que se torna en tristeza por los ausentes. El tiempo de esperanza y de vigilia es para unos motivo de alegría; para muchos, de tristeza. Cada año, hay un sitio vacío en la mesa; no el de aquellos que no quisieren participar en la celebración, sino el de los árboles ausentes que fueren un día nuestra fortaleza, apoyo y esperanza. Mientras preparamos ese Adviento de esperanza, hay vidas que llegan antes que la del picolo bambino que alegrará la vida de muchos. Les conocemos; les vemos dormir plácidamente en sus cochecitos de paseo para aumentar su vida.
            Junto a esa vida que se nos regala, la vida que se nos va. Hace unos días coincidimos en la calle con un amigo que ha perdido a su padre. Nos paramos unos momentos junto a él: nos cuenta los últimos meses de su vida; la soledad de su madre, a la que se dirigía a ver. Conocimos a ese hombre, José María Ortiz; hubimos noticia de algún percance serio, de aviso, sobre su salud, meses antes. Tras conocer su muerte el día 1, a los 76 años, escribimos a uno de los hijos; conocíamos a los tres... La vida nos une en aquellos momentos de alegría y tristeza, como la Navidad misma.
            Días antes, el 28 de noviembre, fallecía quien fuere presidente de la Asamblea de Extremadura, el quinto: Juan Ramón Ferreira. Me regaló a mí ese hombre días de vida y saludos inolvidables. Un día nos despedimos y nunca más le volví a ver, si no fuere por televisión. Le despedí con la gratitud de los hombres bien nacidos, que le reiteré en su hora final. Tenía 59 años; pero también su esposa había fallecido en junio de 2013, a los 55. Cómo no conmoverse al oír al hijo en su despedida decirle a su padre, ya difunto: "Hoy te reencontrarás con mamá...", entre sollozos apenas contenidos.
            El 3 de diciembre hubiere de escribir otro obituario obligado del que fuere mi director del Instituto "El Brocense": Daniel Serrano García, fallecido a los 91 años, a quien conociere antes en su pueblo natal, Malpartida de Plasencia. Le entregué a su sucesora hoy, Milagros Cancho, una copia para más testimonio; le envié otra a nuestro embajador en el Reino Unido, Federico Trillo Figueroa,  para que conociere la noticia de quien fuere su profesor de Matemáticas. El 25 de noviembre había acudido al Gran Teatro de Cáceres para asistir al acto de entrega de la Medalla de Oro de la ciudad a su Instituto por su 175 aniversario --él se ocupó del traslado hasta el día de la inauguración del nuevo (el 15 de mayo de 1965);  el día 3 del actual fallecía... No culminó el Adviento quien tantos viviere.
            Leemos hoy la triste noticia del fallecimiento del hermano mayor del presidente de la Junta de Extremadura, Julio Jesús Fernández Vara, a los 59 años, como Ferreira, y con cuatro hijos. Tenía previsto hoy su hermano Guillermo presidir el Consejo de Gobierno en Mérida. Seguramente se celebrará a la hora en que escribimos estos recordatorios, presidido por la consejera de Hacienda y Administración Pública. La agenda sigue en pie. En noviembre de 2014 falleció su hermana, María Lourdes Fernández Vara, a los 57 años.
            No tuvieron un final del Adviento para llegar a la Navidad. No habrá Navidad feliz para quienes hoy sufren estas hojas del tronco familiar caídas, a punto de culminar el otoño, cuando las luces iluminan las calles y la Corona de Adviento presida quizás un belén con ramas de olivo. Luces de Navidad, coronas de adviento y de espinas, de felicidad para unos, de tristeza para otros. Navidades de siempre, tan esperadas y para olvidar, hasta otro adviento en que el tiempo alivie la memoria...
 
 

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