domingo, 6 de marzo de 2016

UN DOMINGO DE DESCANSO EN MÉRIDA EN 1859

 
           Habíamos estado esperando con gran satisfacción nuestro descanso del domingo en Mérida, pues habíamos cabalgado durante la pasada semana alrededor de ciento cuarenta millas que, a nuestro paso lento, representaba un buen número de horas de viaje." Así principia el capítulo XXVI [1] el reverendo Richard Roberts, según relata en su libro  An autumn tour in Spain in the year 1859 (Una gira de otoño en España en el año 1859),  que Jesús A. Marín Calvarro recoge en su libro sobre los viajeros ingleses por Extremadura. [2]
            Roberts realiza su viaje acompañado de varios compatriotas: Mr. Portalington, persona muy influyente en Inglaterra y que parece ser que corre con todos los gastos; Purkiss, el cocinero; Swaison y Elfick; en Madrid se le une Mr. Sykes; y en Toledo contratan a otros dos ayudantes: Tomás y Marcos. Ocho personas que hacen el camino juntos hasta llegar a Gibraltar. [3] Marín Calvarro señala que "el grupo --según el relato de Roberts-- se dirige desde Oropesa a Cuacos, Plasencia, Trujillo, Montánchez, Mérida, Almendralejo, Zafra y Monesterio [4] a finales de octubre de 1860, que el viajero precisa aún más al citar en su relato que fue "el domingo por la tarde (6 de noviembre)" [5] del año anterior.
            Puntualiza Roberts al comienzo de su relato que "no fue una sorpresa agradable encontrar en una ciudad tan grande, en la carretera principal entre Madrid y Badajoz, tan solo dos miserables posadas, ambas demasiado llenas como para acogernos. Después de muchas dificultades, sin embargo, encontramos una Casa de Pupilos que era pasablemente cómoda y allí permanecimos hasta el lunes a mediodía disfrutando de nuestro bien ganado descanso."
              El viajero inglés recuerda a su compatriota Richard Ford (Londres, 1796-1858) -- viajero e hispanista inglés, quien, entre otros libros, escribiere "Manual para viajeros por España y lectores en casa" (1844) y "Cosas de España (1846)--, quien definiere a la ciudad como "la Roma de España, en cuanto a los estupendos monumentos de la antigüedad": el majestuoso puente sobre el Guadiana, las extensas murallas, el circo, el acueducto... Maravillado por la descripción de Ford, la cita para recordar que "hay una enseñanza en estas piedras y la idea de la que, una vez fue Señora del Mundo, gobierna incluso en el declive... Los vándalos destruyeron sus dimensiones, pero el tiempo ha tapado las cicatrices con líquenes y teñido los fragmentos curtidos por la intemperie. Su pasada gloria está apagada en verdad, pero ¡qué tierna la compasión que el pasado evoca!"
 
            Era el 6 de noviembre, domingo por la tarde, cuando Roberts y su grupo visita la escena que su compatriota describió tan poéticamente."El aire --afirma él--  despedía un suave calor otoñal y el cielo se revestía con un azul tan brillante como cuando él se sentó allí hace años, meditando sobre la grandeza pasada de Roma, mientras que sobre nuestras cabezas un número indeterminado de gavilanes, que anidan a salvo entre las grietas y huecos del acueducto, volaban a toda velocidad como golondrinas en el sol del verano." Evoca el reverendo la superficie lateral, "dividida en llamativas alternancias de luz y sombras por sólidos contrafuertes que van desde la base hasta la cima", y se pregunta cómo si el mundo no se hubiese acostumbrado a ver los restos de tiempos pasados tratados de modo tan bárbaro, difícilmente se podría creer que "los emeritenses, como llama Ford a la gente de Mérida, "han derribado varios de esos contrafuertes simplemente por la piedra".
            Sostiene Roberts que la mejor vista quizás en toda Mérida la tiene una terraza en la parte posterior de la Posada de las Ánimas, cerca del gran puente romano. "Debajo fluye el río, cruzado por los ochenta y un arcos que garantizan el paso seguro durante la más grande inundación. Una torre cuadrada de la misma época, pero agujerada en tiempos de los árabes por un arco de herradura, se alza en su extremo en dirección a la ciudad y sirve como cabeza de puente, mientras que una espléndida muralla que se alza directamente desde el agua y que termina en un ancho muelle flanquea el puente por el sur. Los puntos más sobresalientes según se mira hacia la ciudad son claramente romanos... El Guadiana --prosigue su visión Roberts-- que fluye entre bajas orillas no posee más belleza que la que es inseparable a todos los arroyos de aguas puras. Y a medida que la vista abarca una mayor distancia de terreno no se ve nada más atractivo que una extensión impersonal de tierra de cereal" y señala, por último, en coincidencia con Ford, que, "para turistas normales, no se necesita más de un día en Mérida".
            La última parte de este capítulo la dedica Roberts a pensar en las provisiones antes de llegar a Sevilla, "siendo esta la última ciudad importante" hasta ella, y anota que Purkiss entregó la nota de Montánchez "esperando que el caballero a quien iba dirigida, amablemente nos ayudaría, pues habíamos buscado en toda la ciudad "el excelente vino tinto, entre clarete y color Burdeos". tan alabado por Ford, sin encontrar nada mejor que el producto de la última cosecha, en este momento de unos tres meses y por consiguiente no apto para beberlo". No fue todo decepción: la señora de la casa le envió dos botellas de vino excelente, cuya calidad extraordinaria probaron durante la cena, y ordenaron que se guardase para el camino... Nadie se acordó de ello hasta el día siguiente en la cena de Almendralejo, "cuando uno preguntó: "¿dónde esté el vino de Mérida?" "Se terminó todo, señor, en Mérida", y apostilla: "Ciertamente no por nosotros, ni siquiera una cuarta parte", porque una botella estaba completamente llena y la otra, casi, cuando terminamos de cenar. Resultó que la señora y su criada, habiendo recogido la mesa, se habían llevado inmediatamente las dos jarras a la cocina absolutamente vacías con gran asombro de los sirvientes..., que se preguntaban ¡qué podría haber sucedido con todo aquel vino!..."
            Finaliza su relato Roberts: "Dejamos Mérida al mediodía, el lunes 7 de noviembre. Atravesando el puente romano y torciendo hacia la izquierda una milla desde la ciudad, abandonamos la carretera de Badajoz y cogimos otra que iba directamente al sur..."
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[1] Vid.:  Roberts, Richard: Au automne tour in Spain the year 1859 (Una gira de otoño en España en el año 1859), Sanders, Londres, 1860.
 [2]  Vid.: Viajeros ingleses por Extremadura (1760-1910), vol. II, Diputación de Badajoz, Badajoz, 2004, edición de Jesús A. Marín Calvarro, págs. 139 y ss.
 [3]  Vid.: auriviro-blog.esy.es, Ruta de los viajeros románticos, el camino inglés, Jimera de Líbar, municipio de Málaga.
 [4] Vid.: Marín Calvarro, Jesús A.: Con pan y vino se anda el camino: viajeros de habla inglesa por la Extremadura de los siglos XVIII, XIX y XX, dip-badajoz. es/cultura/ceex/reex_digital/reex, págs. 547 y ss.
[5]  Op. cit., pág. 141.
 
 

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