Todo hacía pensar que
los resultados de las elecciones del 26-J, tan distintos de los del 20-D --y la
actual situación del país, después de una legislatura de seis meses perdida, y
la coyuntura internacional, tras el brexit
del Reino Unido, cada día más desunido-- harían recapacitar a los líderes de
los partidos políticos sobre un deseo claramente expresado en los últimos
meses: facilitar la gobernabilidad del país y no ir a unas terceras elecciones.
Ya en el debate celebrado en Antena 3 por cuatro de las
mujeres representativas de los principales partidos se dedujo que los grandes
partidos no garantizaban que hubiese unas terceras elecciones (véase efe.com., de 10/06/2016); pero entonces,
estábamos lejos de adivinar el futuro, pese a los sondeos más pesimistas para
algunos, y la incidencia de la política europea, de otro. Sin embargo, el
fantasma del bloqueo político volvía a estar presente en los últimos días de
campaña, a la vista del enrocamiento con que todos los partidos "ilustraban"
su política de pactos. Nadie parecía ceder en sus posiciones, lo que haría a
España ingobernable tras el 26-J (véase abc.es/elecciones,
de 21/06/2016).
Los sondeos, empero, se equivocaron, y nos dibujan un
escenario distinto al anterior, en el que se refleja un bipartidismo resistente
a los envites de los emergentes, aunque se necesiten pactos para la
gobernabilidad. Nadie puede negarle al PP sus dos victorias seguidas, aun
insuficientes (de 123 a 137 escaños) para gobernar por sí solo, ni tampoco que
suma más que el anterior pacto suscrito por PSOE y Ciudadanos (90 más 40=130),
suscrito el 24/02/2016, tras dos semanas de negociaciones a contrarreloj y con
cesiones de uno y otro (véase elmundo.es/españa,
de la misma fecha), que las bases de Podemos enterraron en su referéndum de
mediados de abril, al bloquear cualquier iniciativa de Pedro Sánchez para ser presidente, apostando incluso para ir a unas
nuevas elecciones (véase elmundo.es/españa,
de 18/04/2016). Pablo Iglesias se
escudó en sus bases para protegerse, de este modo, de que le culpasen a él de
no haber llegado al acuerdo, al proponer como punto de partida solo una coalición
de los socialistas con ellos y la exclusión de Ciudadanos. Unos y otros han
pagado caro esos vetos, al reducir su representación el PSOE (de 90 a 85, el
peor resultado de su historia) y no cumplir los objetivos deseados la coalición
de Unidos-Podemos, que pasa de los 69 anteriores del segundo a los 71 de ahora,
tan sólo dos escaños más que sin ella y la pérdida de 1,2 millones de votos.
Las elecciones del 26-J nos han legado un PP reforzado,
un PSOE que se mantiene como principal partido de la oposición, aun más
debilitado, y el fracaso de la coalición de izquierdas, Unidos-Podemos, que no
ha logrado el anunciado sorpasso (adelantamiento)
a los socialistas, y la bajada de Ciudadanos (de 40 a 32 escaños), un escenario
que mantiene las dudas sobre la formación de gobierno, en un panorama político
de incertidumbre para superar el bloqueo (véase politica.elpais.com, de ayer).
Las apelaciones de un Rajoy fortalecido ante los resultados a los dirigentes del PSOE y
Ciudadanos, apelando a su responsabilidad para acordar cuanto antes un gobierno
estable (elmundo.es/españa, de ayer),
"abierto a todas las fórmulas", incluida la presencia de Sánchez y Rivera en el gobierno, ha sido respondida ya por los partidos: el
PSOE ha confirmado que ni apoyará ni se abstendrá en una hipotética investidura
del líder popular; el secretario de Organización --el ineficaz César Luena-- llega aún más lejos al
decir que "ni por acción ni por omisión" refrendarán un gobierno
presidido por el ganador (el
mundo.es/españa, de ayer). A qué espera Pedro Sánchez para dimitir, si tiene vergüenza torera, tras los dos
resultados más negativos de la historia de su partido, sin haberse aprendido
aún la lección de Pérez Rubalcaba
quien, en mayo de 2014, tras los malos resultados cosechados en las elecciones
europeas, anunció que abandonaría el cargo de secretario general y el 26 de
junio, el de diputado en el Congreso, abriéndole a él la puerta de la
secretaría general. ¿Esperará quizás a rebajar su cuota de diputados por debajo
del medio centenar para largarse?
Sin embargo, la opinión del secretario general socialista
se vio ayer contestada tanto por los presidentes de Extremadura y Andalucía, Fernández Vara y Susana Díaz: el PSOE debe pasar a la oposición y dejar gobernar a Rajoy, el primero se decantaba por la
abstención y la segunda por pasar a la oposición y reconstruir su proyecto
político. A esta posición se sumaron los
presidentes socialistas de Aragón, Francisco
Javier Lambán, y Castilla-La Mancha, Emiliano
García-Page, que urgieron a los suyos que permitan que España cuente con un
Gobierno (véase diariodesevilla.es,
de hoy). Todo se verá en el próximo Comité Federal del día 9 de julio, que debe
cortarle el vuelo a un secretario general que ya ha perdido todos sus créditos,
ponerle las pilas, y fijar la fecha del próximo congreso federal.
Albert Rivera
(Ciudadanos), que ha perdido ocho escaños y 400.000 votos y se ha quedado a
380.000 del PSOE, cambia de opinión tanto como de camisa, lo que puede
perjudicarle en el futuro al ignorarse el sentido de su brújula. Tras conocer
los resultados de la jornada electoral, evita hablar de veto a Rajoy y no se moja con la abstención;
pero señala que "no vamos a hacer presidente a Rajoy con nuestros 3,2
millones de votos" (elmundo.es/españa,
de ayer). Qué decir de quien ha cambiado cinco veces en seis meses su discurso
sobre la política de pactos: empezó pidiendo a PSOE que dejase gobernar al PP,
después instó al PP a hacer esto mismo con el PSOE, y en los últimos días
repetía que su partido votaría en contra de que Rajoy repita como presidente; y antes de los comicios aseguraba que
votaría no a un gobierno del PP o a uno del PSOE "porque no representaban
su proyecto" (infolibre.es, de
19/06/2016). ¿Por qué pactó entonces con el PSOE? ¿Y quién es él para arrogarse
vetar a Rajoy para poder pactar con
el PP?
España no puede esperar más, ni permitirse el lujo de ir
a unas terceras elecciones. Perderíamos nuestra credibilidad como país y todos
los españoles nos veríamos arrastrados a una situación similar a la del Reino
Unido, en la que ahora todos lamentan la situación creada, que desearían
revertir. Los intereses de España y su gobernabilidad deben estar ahora por
encima del interés de los partidos. De lo contrario, los líderes que hoy se lo
creen pasarán a ser los últimos de la fila y el pueblo soberano dará a cada uno
lo suyo. No hay más excusas. Ahora les toca a ellos mover ficha por la
gobernabilidad de España.